—¿Cómo describiría a la Virgen de la Salud?
—Es una Virgen dolorosa; no es un dolor muy acentuado pero sí un dolor dramático. Es, como decimos en Sevilla, una Virgen de mucho caché; es decir, de categoría, con una policromía más bien sonrosada o pálida. Lleva siete lágrimas, una por cada dolor de la Virgen y, sin tener crispación en la cara, sí tiene dolor. La boca la tiene entreabierta, los dientes tallados y tiene la lengua tallada también dentro de la boca. En fin, es una Virgen que no es una niña bonita, es una dolorosa bonita, pero una dolorosa. Y sobre todo lo que tiene es unción religiosa.
—Después de tantos años dedicado a la imaginería, ¿siente todavía nervios al pensar en cómo será acogida la imagen?
—Siempre cuando un escultor presenta una imagen es como un escritor cuando presenta una obra de teatro o una novela, que siempre tiene los nervios de cómo la acogerá el público. Pero a la hermandad, desde luego, le ha gustado mucho y yo creo que el pueblo cofrade de Ciudad Real la va a acoger bastante bien.
—¿Se ha basado en alguna imagen en especial de su trayectoria para hacer a la Virgen de la Salud o ha tirado simplemente de su inspiración?
—No, yo he tirado de mi inspiración para hacerla. Lo que sucede es que en los escultores existe siempre un rasgo estilístico, que es el que define siempre la autoría de la imagen. De hecho, hay atribuciones a grandes imagineros del siglo XVII o XVIII precisamente por los rasgos estilísticos que se detectan en su producción, aunque no haya documentos que lo atestigüen. Pero vamos, rasgos estilísticos se tienen que ver en toda mi obra. Si no se diera, entonces la imagen tendría un eclecticismo artístico. Siempre el imaginero, aunque sea involuntariamente, le pone sus rasgos.
—¿Le dio la Hermandad del Prendimiento alguna indicación en este sentido?
—No, no. Me dio libertad total.
—¿Qué escultores fueron sus modelos cuando comenzó en el mundo de la imaginería?
—Yo me remití a los grandes escultores del siglo XVII. Estudiaba no solamente a los escultores imagineros, sino a los de escultura civil. También me fijé en los grandes escultores del Renacimiento italiano. Hay que estudiar mucho para interpretar una escultura. Hay que estar muy formado e informado de todo lo que conlleva realizar una figura, y más una figura religiosa, que va destinada a mover la devoción del pueblo.
—Sí, están igualadas. Las imágenes de Cristo y de Virgen que tengo hechas están igualadas.
—¿Se enfrenta de forma diferente a la madera? ¿Qué quiere transmitir en cada caso?
—Cuando se enfrenta uno a la materia, a la madera, empieza uno a dialogar mentalmente con ella; no con lo que está haciendo, con la materia en sí, sino con lo que está representando. Entonces, si se está representando una imagen religiosa, lógicamente esa manera de dialogar mentalmente con ella es una especie de oración que se tiene. Y se le va infundiendo vida a la imagen. Se le está transmitiendo unos sentimientos, unas sensaciones y unas vivencias a cada imagen, de forma que lleva retazos de la vida del escultor. Por lo tanto, son vivencias íntimas que tiene uno que las va reflejando en la madera.
—¿Qué siente cuando ve salir de su taller una imagen a la que ha pasado un tiempo dándole vida, que es para fuera de Sevilla y que sabe que no la va a poder ver a menudo?
—Siempre deja un vacío. Pero yo en este caso estoy contento porque va a Ciudad Real, donde no tenía ninguna obra. En la provincia sí tengo hecho algún que otro trabajo, pero en la capital no. Podríamos decir que es mi carta de presentación, aunque me pilla ya un poco mayor. Pero, claro, la imagen siempre deja ese vacío; aunque es por poco tiempo porque inmediatamente la reemplazo con otra figura que estoy haciendo.
—¿Está todo inventado en la imaginería o aún hay espacio para la innovación?
—La imaginería tradicional es la que el pueblo demanda; por eso, en la imaginería religiosa no caben los vanguardismos, porque no le atraen al pueblo. Y si una imagen no atrae al pueblo, no cumple la función catequética a la que está destinada, que es promover la devoción del pueblo. Dentro de lo que es la interpretación tradicional de la imaginería religiosa, se puede siempre innovar algo. Pero yo digo que los vanguardismos están reñidos con la devoción del pueblo. Para mover masas, que es lo que sucede con las cofradías por las calles, para mover las miles personas que mueven, el pueblo demanda esa tipología de imagen. Todos los tímidos intentos que se han hecho en algunos lugares de hacer un vanguardismo para imaginería procesional religiosa han fracasado.
—Como esto es un ‘boom’ que se ha producido a finales del siglo XX y principios del XXI, hay de todo, igual que en los siglos XVII y XVIII. A nosotros nos han llegado los grandes escultores de esos siglos porque el tiempo es una criba que va dejando lo mejor de cada momento de la escultura religiosa. Había montones de escultores del siglo XVII y XVIII que han pasado al anonimato total porque a lo mejor no han tenido fuerza sus imágenes o no se han abierto paso o ha habido otras circunstancias. Pero generalmente siempre ha sido por la categoría artística de las imágenes. Ahora se está repitiendo la historia. Los hay buenos, los hay menos buenos y los hay regulares. Eso es como todo, como en todas las profesiones.
—Pero sí hay alguna gran imagen de la época dorada de la imaginería que aún no tiene clara su paternidad artística. Sin ir más lejos, la Esperanza Macarena. ¿Tiene alguna teoría al respecto?
—Yo tengo la teoría de que la Macarena es de dos manos, de dos autores. En los grabados antiguos de cuando la hermandad estaba en el convento de San Basilio, la Virgen aparece con la cabeza inclinada y mirando hacia arriba. Después fue modificada y ya en el siglo XVIII aparece con la cabeza derecha. En el momento en que una imagen se toca, pierde sus rasgos primitivos y los rasgos estilísticos de su autor.
—Usted es un artista integral. Empezó con la pintura, se pasó a la imaginería y también ha diseñado pasos y bordados. ¿Ayuda ese conocimiento de diferentes artes a la hora de realizar cada obra?
—Sí que ayuda. Ayuda bastante porque primero lo que hace uno cuando va a crear una obra es pensarla y verla terminada en la mente. Entonces, yo, por mi condición también de diseñador de pasos, no solamente ya veo terminada la imagen en la mente, sino que la veo en un determinado paso, independientemente de lo que luego la hermandad haga, el paso que le confeccione y que elija para hacer su estación de penitencia.
—¿Suele dar alguna indicación cuando entrega una imagen sobre cómo vestirla o qué tipo de paso hacer?
—Cuando la hermandad me lo pregunta sí.
—¿Si no, no?
—Si no, no. Hay hermandades que tienen sus propios diseñadores y yo no me voy a meter en el terreno de nadie.
—¿Y alguna vez ha visto alguna que diga: “No me convence demasiado”?
—Generalmente, las hermandades a las que yo les hago las imágenes después me consultan el tipo de paso e incluso les he hecho los proyectos de los pasos. Tengo hechos proyectos por toda Andalucía e incluso en Castilla-La Mancha; en Cuenca tengo un proyecto de las andas del misterio del Bautismo. En Málaga, por ejemplo, que son los tronos muy distintos a lo que son los pasos sevillanos, tengo dibujados tres o cuatro tronos; me he tenido que sustraer del estilo sevillano y meterme en el ámbito malagueño para crear un trono acorde con mi imagen. Eso es lo que suelo hacer con las hermandades.
—Pero si ve algo que no le gusta no suele decir nada.
—Bueno, si veo algo que no me gusta, como yo suelo mantener una amistad con todas las hermandades, les suelo orientar, porque después yo veo mis imágenes a través de internet, a través de videos. Hablo con ellos y les digo “esto no me parece bien”, “tened cuidado con esto o con lo otro”... Pero repito que si la hermandad tiene su propio diseñador no me quiero yo meter, como se suele decir, en camisa de once varas.
—De todas las imágenes que ha realizado hasta ahora, ¿tiene alguna predilección?
—Las imágenes son como los hijos. Todas tienen algo por las que quererlas. Todas. Y como son hijos míos, hijos artísticos, no puedo decidir cuál es mejor, cuál es peor, cuál me gusta más, cuál me gusta menos, a cuál quiero más o a cuál quiero menos. Todas son obras mías y a todas les tengo un especial cariño.
—A lo largo de su carrera también ha remodelado imágenes como la Virgen de los Ángeles de Los Negritos, la Virgen de la Candelaria o la Virgen de la Soledad de su Hermandad de los Servitas, que tienen un innegable toque Dubé de Luque. ¿Cuál es su postura en el eterno debate entre remodelar y restaurar?
—Una cosa es la restauración y otra cosa es la remodelación. Yo he hecho restauraciones en Sevilla a las que no se les ha dado publicidad, las imágenes pasan en Semana Santa por las calles y la gente ni se ha dado cuenta de que se han restaurado porque he sido tremendamente respetuoso con la obra porque la hermandad me lo ha pedido así. Pero hay hermandades que no, que me han pedido la remodelación. En cuanto a la Soledad de Los Servitas, fue una total transformación; es decir, aprovechar la madera que había y hacer una Virgen nueva. Y después ya le hice las manos, le hice el cuerpo, le hice los brazos, le hice el candelero... Ya no queda nada de la imagen aquella; nada más que la madera interior de la cabeza.
—Eso es lo que pide la hermandad en cada caso. Hay veces que me he negado a remodelar porque se trataba de una imagen o una talla magnífica, pero a lo mejor al vestidor de turno no le gustaba que la Virgen tuviera una expresión o tuviera determinado tipo de nariz y estaba dando la lata en la hermandad. Al final me han echado cuenta y he dicho que no, que lo que hay que hacer es restaurar y no remodelar porque es una imagen de factura magnífica y no voy a tocarla. Ante eso, prefiero no coger el trabajo siquiera.
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