Cuando era un niño y se acercaba la Semana Santa, jugaba con
mis primos de Jerez a crear nuestra propia cofradía, algo que muchos niños
hacen y que una consejera andaluza calificó en cierta ocasión como “maltrato
infantil”. Sí, bueno… Corramos un tupido velo sobre esto último.
El caso es que mis primos y yo nos lo currábamos bastante.
Cogíamos una mesa o incluso un futbolín; colocábamos una sábana, alguna pequeña
imagen, varias velas y unas cuantas flores sacadas de un jarrón.
Algunos se
metían debajo a modo de costaleros, otro hacía de capataz y detrás, como
acompañamiento musical, había dos opciones: que alguien tocase un tambor de
juguete o bien poníamos una cinta de marchas procesionales.
Nuestra estación de penitencia era breve. Lo que tardábamos
en recorrer el patio de mi abuela o la azotea de mis primos, donde Turco, el
perro, nos olisqueaba tratando quizá de entender qué estábamos haciendo.
Finalizado el momento del juego, recogíamos los diversos chismes utilizados y a
otra cosa. Vamos, lo que de toda la vida se ha llamado “jugar a los pasitos”.
Como digo, el escenario era un patio o una azotea. No
salíamos de casa, y eso que la calle Larga, inicio entonces de la Carrera
Oficial jerezana, nos pillaba muy cerquita. Ni mucho menos se nos pasaba por la
cabeza llegar hasta la Catedral ni recorrer zonas especialmente bellas en el
marco de la Semana Santa de Jerez como la Carpintería Baja, la calle Tornería o
la Cuesta de la Encarnación, que por aquellos años era bajada por varias hermandades
antes de que se modificara el acceso de las cofradías a la Catedral.
Pero hay formas y formas de jugar a los pasitos. Si en vez
de niños, los que juegan son adultos y en vez de ser tres o cuatro primos son
unos veinte o treinta amiguetes aficionados a la Semana Santa, entonces se crea
una asociación, se compra o se confecciona un paso, se adquiere alguna imagen (o
incluso el maniquí de alguna tienda para dar ‘vida’ a un soldado romano;
palabrita que esto ha pasado) y se llama a una banda que haga mucho ‘chimpún’
detrás.
Y claro, con semejante esfuerzo, el patio de una casa o una
azotea son espacios que se quedan demasiado pequeños. No luce igual el trabajo.
Así que los miembros de esta asociación, que comparten su afición por el ‘capiroterismo’
como bien podrían compartir el gusto por la tauromaquia o por el lanzamiento de
huesos de aceituna, deciden salir a la calle con su pasito, su imagen y su
‘chimpún’. Y piden para eso permiso. ¿Al Consejo de Hermandades? No, porque no
lo son. ¿Al Arzobispado? No, porque no le consta la existencia de estos
colectivos, y tampoco es que a éstos les importe demasiado. A fin de cuentas,
mis primos y yo no pedimos nunca permiso al Obispado de Asidonia-Jerez para
disfrazar un futbolín de parihuela. Los miembros de estos colectivos se dirigen
al Ayuntamiento para que les deje cortar las calles y pasear su pasito, su
imagen y su ‘chimpún’ por las calles de una ciudad ya saturada de procesiones
gracias a sus, en números redondos, 70 cofradías de penitencia (algunas de
ellas también con carácter letífico), 40 cofradías de gloria, seis hermandades
sacramentales puras y cinco rocieras.
Pero tantas hermandades son pocas para estos aficionados al ‘capiroterismo’.
A ellos se les antoja, por ejemplo, coger su pasito, su imagen y su ‘chimpún’,
salir del barrio de San Bernardo, donde tiene su sede una señera hermandad
sevillana además de existir otras muchas cofradías cerca, cortar el tráfico en
la ronda histórica, llegar al centro, plantarse en la misma Catedral, subir la
Cuesta del Bacalao, luego la del Rosario, pasar por la Alfalfa (¡mira que no
poner cámaras Giralda TV en estas zonas un sábado de octubre…!) y regresar a
casa (y por casa entendemos una carpa montada en plena calle o incluso un
garaje) con la satisfacción del deber cumplido y el orgullo por haber mostrado
su particular devoción a un montón de sorprendidos vecinos y turistas
encandilados con el pasito, la imagen y el ‘chimpún’.
Y como este ejemplo del pasado fin de semana encontramos
más de veinte repartidos por toda la ciudad, hasta el punto de haberse
inventado un ‘Consejo’ paralelo para no sabemos bien qué. Así, por Triana, que
no anda escasa de hermandades tanto de penitencia como de gloria, hace pocas
semanas salió un Cristo con un olivo detrás (los olivos, como las plumas de los
romanos, sean maniquíes o no, son tela de efectistas) y una Estrella gloriosa
(porque con una dolorosa de dicha advocación en el mismo barrio no es
suficiente), por poner sólo un par de ejemplos.
Pero el colmo del surrealismo lo encontramos en la barriada
de San Carlos, con una asociación llamada ‘Gracia y Esperanza’, que cuenta con
una dolorosa hecha a imagen y semejanza de la titular de la Hermandad de San
Roque, y que saca a las calles un paso de palio a imagen y semejanza del de la
Hermandad de San Roque. ¡Chiquillo, hazte hermano de San Roque y sal
acompañando a la Virgen de Gracia y Esperanza el Domingo de Ramos! Vamos, que
digo yo…
Y el Ayuntamiento, venga a dar permisos para que estos
amiguetes ocupen la vía pública cuando les venga en gana. Y los sevillanos que
no comulgan con el mundo cofradiero, venga a despotricar contra todos, y digo
todos, los cofrades y todas las cofradías porque ellos no saben distinguir
entre hermandades como Dios manda y asociaciones de capiroteros.
Es, pues, el Ayuntamiento el único que tiene la obligación
de poner coto a lo que a todas luces es, cuanto menos, una falta de respeto de
tanto capirotero a la propia ciudad, a sus tradiciones y a sus cofradías, cuya
imagen resulta seriamente dañada por culpa de quienes, sin luces, han decidido
llevar al extremo los juegos en los que todos hemos participado de niños. La
diferencia es que algunos crecen conforme cumplen años y otros se quedan
estancados para siempre en los patios de sus abuelas.
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