Detrás, a los pies del dosel de cultos de la cofradía del Sábado Santo, estaba la Virgen de Villaviciosa con su saya, manto y diadema de salida, entre doce candeleros con cera blanca y jarras con claveles también blancos.
Como suele ser habitual, la oscuridad de la estancia, con las paredes completamente cubiertas por cortinajes negros y con la luz de las velas como única iluminación, fue la nota dominante de este culto de la cofradía del Santo Entierro, planteado como un auténtico velatorio de Nuestro Señor Jesucristo.
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