El mágico sueño estaba a punto de culminarse felizmente. Pero, al tercer día, en el día de la Resurrección, también resucitaron los fantasmas de las semanas santas pasadas en forma de malas previsiones meteorológicas. En el lado positivo podemos destacar que en 2014 ninguna hermandad se ha quedado sin salir. Lo que se dice salir, han salido todas. Incluso la Resurrección.
Y eso pese a que las previsiones eran muy claras. Iba a llover. Y así fue. La clave era a qué hora. El mismo Domingo de Resurrección leíamos en la prensa escrita que desde las seis de la mañana había un cien por cien de probabilidades de lluvia en Sevilla. Ya sabemos que los periódicos se llevan a imprenta la noche antes, por lo que quizá la predicción publicada no era la más actualizada. Pero lo cierto es que fue precisamente alrededor de esa hora cuando comenzó a llover, dando al traste con la estación de penitencia de la Resurrección, que había salido a la calle a su hora, la que no quieren cambiar, las cinco menos cuarto de la madrugada, con la idea de recortar en su regreso para estar de vuelta en Santa Marina a eso de las once y media de la mañana.
Pero no pudo ser. Con el palio situado por la Capilla del Rosario de Monte-Sión, en el estrenado itinerario de ida, la lluvia rubricó una Semana Santa que hasta ese momento había salido redonda. La cofradía regresó a toda prisa y, por segundo año consecutivo, los cofrades de Santa Marina no pudieron realizar su estación de penitencia a la Catedral. Habría sido la hermandad número 60 en recorrer la carrera oficial, lo que habría supuesto el número más alto de la historia de la Semana Santa. Pero, con la ausencia de la Resurrección, la cosa se quedó en 59, el mismo número que en 2009, cuando la Hermandad del Sol aún no se había incorporado a la nómina.
Tras la vuelta precipitada cuando aún no había amanecido, las puertas de Santa Marina se cerraron. No se volvieron a abrir hasta las once, una vez dispuesto todo para recibir a las numeras personas que quisieron contemplar al Señor Resucitado y a la Virgen de la Aurora en su templo.
Era quizá la última bulla de la Semana Santa de 2014. En un momento dado se reunió tanta gente en el templo que parece que un joven padre se puso nervioso y comenzó a utilizar a su pequeña hija, a la que llevaba en brazos, como una suerte de escudo antidisturbios para irse abriendo hueco y acercarse a los pasos con muy malas formas. Lástima de niña...
Volviendo a la cofradía, no se pudieron ver en la calle los diversos estrenos que presentaba, fundamentalmente el paso del Señor, que lucía nuevos candelabros de guardabrisas, aún sin dorar, obra de Francisco Verdugo, con coronillas de Hijos de Juan Fernández. También era novedad el dorado y estofado, a cargo de Antonio Urbano, de las nuevas esquinas talladas también por Verdugo en 2013.
Destacaba la limpieza de la imagen del Resucitado, labor realizada por el hermano mayor, Miguel Ángel Pérez, así como la de la Virgen de la Aurora, a cargo de su autor, Antonio Dubé de Luque.
La imagen de Pedro Roldán se encontraba en el presbiterio del templo, con su túnica burdeos y sobre una peana de plata. Le rodeaban cuatro pequeñas columnas salomónicas doradas con claveles rojos y lirios morados, además de los cuatro faroles de su paso.
La Virgen tiene de nuevo a Jesús en sus brazos, pero vuelve a estar vivo y vuelve a ser un Niño. Es el Niño que no le quita ojos de admiración y de verdadero amor a su Madre. Quizá porque ese Niño sabe que ella nunca se apartará de él, pese al dolor y al sufrimiento, hasta que en el Baratillo, en los Servitas o en la Mortaja no le dé el último abrazo en este mundo.
El sueño de la Semana Santa se alejaba. Pero se nos estaba acercando otro, uno que ya ha empezado. Aquel día, cuando Cristo ha resucitado, la Virgen de la Alegría, que saldrá en los próximos días a las calles, nos brindaba su mano.
Por delante queda un año, o toda una vida, para rememorar lo vivido. Cuando durante los próximos meses pases por según qué calle, qué esquina, qué rincón... te acordarás de que por aquí viste tal cofradía, la revirá maravillosa que dio tal paso en este punto, la preciosa marcha que sonó en este lugar, la dedicatoria emocionante de aquella levantá... Y observarás el pequeño bordillo aquél donde aún no te explicas cómo pudiste caber junto a otras cuatro personas mientras pasaba un paso de palio. Y te fijarás en cómo los días y las semanas acabarán por borrar esas gotas de cera que viste caer del cirio de aquel nazareno que estuvo parado delante de ti durante varios minutos. Y te detendrás junto a aquella papelera que te sirvió de respaldo mientras, mirando hacia un lado, tratarás de imaginar lo que sentiste cuando entre los capirotes vislumbraste los ciriales y las nubes de incienso elevarse hasta el cielo.
La Semana Santa es bonita cuando se va acercando, cuando llega y, también, cuando se va. Porque en realidad nunca se aleja, deja algo de ella en ti. Porque la llevas dentro. Porque para ti es algo único, casi mágico. Porque tienes fe, y eso es lo más valioso que se puede tener. Y porque la Semana Santa es la máxima expresión de esa fe.
La Semana Santa es bonita porque te recuerda a los tuyos. Es bonita porque tu padre era el que te llevaba de la mano a verla. Y tu padre ya no está. Pero queda la Semana Santa. Que nunca se va, que siempre te acompaña. Es bonita porque es lo que él te enseñó a amar. Y él ya no está. O sí...
El sueño no ha terminado. No terminará jamás.
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