Cualquier pequeño recoveco de las calles por las que han de pasar, rincones invisibles el resto del año, se convierten en cotizados lugares donde situarse. Así ocurría con la Hermandad del Gran Poder en la calle que lleva el nombre del Señor de Sevilla. Con bastante antelación incluso a la de la hora de salida de la cofradía eran muchas las personas que la llenaban. No tarda demasiado en pasar para los 2.400 nazarenos que componen el cortejo, de los que la mayoría van delante del Gran Poder.
Los capirotes negros de los nazarenos compiten en altura con la de los cirios de color tiniebla que poco a poco irán menguando mientras riegan de cera los adoquines. En una hermandad con tantos nazarenos, hay que desarrollar la imaginación para idear insignias que separen cada tramo. Contemplarlas una tras otra es una buena manera de entretenerse durante la media hora que aproximadamente separa la llegada de la cruz de guía de la del paso del Señor. Se hace el silencio y hasta se aprecia a cierta distancia el racheo de los costaleros.
Claveles rojos en el monte del paso más antiguo de la Semana Santa, restaurado hace un par de años, y sobre él, el Dios de la ciudad, con su túnica lisa, sus potencias y esa sierpes de tonalidad verde que se enrolla en su cabeza clavándole sus espinas. Es el Dios de los mayores y los niños, el de las colas de los viernes en San Lorenzo, el Dios que Juan de Mesa talla eternamente en la plaza, el Dios del que Martínez Montañés se adueñó durante siglos, el que le cambió el nombre popular a la Hermandad del Traspaso, el de la zancada valiente y el talón gastado. Es, sin más, el Gran Poder.
La perfecta candelería, completamente encendida, ilumina la conversación que mantienen ambas imágenes en un paso adornado invariablemente con claveles blancos y que avanza sin música, aunque en el cruce con la calle San Miguel se cuelan los sones de la Banda Juvenil de la Centuria, que por la calle Trajano viene abriendo paso a la cruz de guía de la Macarena.
Pocas sorpresas, por no decir ninguna, se encuentra uno cuando sale al encuentro de esta cofradía, cuya presencia impone desde la misma cruz de guía. Lirios morados adornan como siempre el paso del Nazareno que abraza la enorme cruz de carey y plata, mostrándola a los fieles. Un gran número de ángeles revolotean por el canasto tan personal que conjuga la profusa decoración barroca con otras partes completamente lisas.
El azahar es la flor que siempre adorna y perfuma este paso de palio, que avanza con pequeños pasos, como si se deslizara por las calles de la ciudad. Así bajó Villegas, dejando la visión del inconfundible manto del taller de Olmo.
El paso del crucificado del genial Francisco de Ocampo se inspira claramente en el del Gran Poder, pero en una versión diferente por su color en madera y por sus hachones, en lugar de faroles, lo que dio pie a que la guasa se refiriera a él como la mesa de billar al revés. Afortunadamente, la hermandad no hizo caso a esas críticas de principios del siglo XX y hoy disfrutamos de un paso de gran belleza que fue, además, fuente de inspiración para tantos otros repartidos por toda la geografía andaluza y española. Lirios morados y claveles rojos en las dos jarras de los costeros conformaron una vez más el exorno floral.
En el momento de la entrada, a eso de las ocho de la mañana, Jesús Heredia interpretó una saeta en la misma puerta del templo.
Pero eso sería más tarde. Ahora tocaba contemplar al Señor caído bajo el peso de la cruz al que un soldado romano a caballo le indica de malas formas que debe continuar hasta su inevitable destino. Detrás, el Cirineo trata de ayudar al Cristo de las Tres Caídas mientras una mujer llora ante la escena que contempla junto a sus dos hijos.
El Señor llevaba túnica burdeos bordada en oro por el taller de Santa Bárbara con diseño de Francisco Javier Sánchez de los Reyes y bordados procedentes de una antigua túnica de Rodríguez Ojeda.
La Banda de las Tres Caídas es una de las más seguidas, si no la que más. Cada marcha que apuntan o que empieza a sonar genera comentarios de aprobación, así como los generan los movimientos de los costaleros que no por mil veces repetidos dejan de causar sensación. Tras dejar atrás al Baratillo y la calle Adriano, el paso siguió por Pastor y Landero buscando el puente y su barrio, Triana, que por fin iba a poder recorrer como está mandado, pasando por Santa Ana, lo que no ocurría desde 2010.
El paso de palio, con su exuberante exorno floral habitual, dejaba atrás el Arco del Postigo a los sones de la marcha "Rocío", a cargo de la Banda de Música Santa Ana de Dos Hermanas. Después, por la calle Arfe y en su llegada a Adriano, sonarían "La Esperanza de Triana", de Farfán, y "Candelaria", de Marvizón.
Por la calle Feria ganaba metros el paso de Nuestro Padre Jesús de la Sentencia, que vestía la túnica de los cardos, diseñada por Juan Manuel Rodríguez Ojeda y bordada por su hermana Josefa en 1889. El paso, con sus habituales claveles rojos, se acercaba a la Parroquia de Omnium Sanctorum, donde esperaba una representación de la Hermandad de los Javieres.
El Señor que tallara Felipe Morales a mediados del siglo XVII escucha la sentencia que le condena a morir en la cruz, mientras detrás Pilatos hace que un esclavo le acerque una palangana para lavarse las manos. No lo ha decidido él, sino el pueblo. Ésa era su excusa. De nada sirven los ruegos de su esposa, Claudia Prócula.
Con el clásico acompañamiento musical de la Centuria Macarena y el mar de plumas blancas de los Armaos, el paso de misterio camina combinando el costero a costero, el sobre los pies y el pasito atrás tan macareno que, pese a que ha sido suavizado desde que Antonio Santiago le tomara el relevo a Miguel Loreto al martillo, sigue siendo esperado y aplaudido. Con uno de esos pasitos atrás se despedía de la calle Feria para adentrarse en Relator.
A las diez de la mañana, tras visitar los conventos de las Hermanas de la Cruz y el Espíritu Santo, la Esperanza Macarena recorría la plaza de San Juan de la Palma mientras la Banda del Carmen de Salteras tocaba "Al cielo con Ella". Venía la Esperanza con la saya de volantes recientemente restaurada por Charo Bernardino. Además, como en 2008, combinó el manto camaronero con la toca de Francisco Carrera.
Caminando con la elegancia acostumbrada tras numerosos capirotes verdes, la Macarena era aclamada, aplaudida y contemplada con emoción por todos los presentes. Ella, con su enigmático rostro de Gioconda divinizada, como diría Antonio Burgos, es la Esperanza de tantos vecinos, tantos sevillanos, tantos devotos y hermanos repartidos por todo el mundo.
"Como tú, ninguna", le dijo Rodríguez Buzón ocho años antes de su coronación canónica, de la que ahora celebramos el 50 aniversario. Se le adelantó otra dolorosa: la Amargura, a la que ahora visitaba en el inicio de la calle Feria y a los sones, como no podía ser de otra manera, de "Amarguras". La Esperanza y la Amargura, frente a frente. Porque siempre debe haber sitio para la esperanza, pese a los momentos de amargura.
El paso, adornado con claveles blancos y con la candelería ya muy baja después de toda la noche encendida, se volvió ante la puerta ojival de San Juan de la Palma. Acto seguido, continuó por Feria con "Pasa la Virgen Macarena". Y pasó, nos llenó de Esperanza y, de alguna manera, nos atrapó de nuevo en las pescadoras redes de su manto centenario.
Pero eso sería unas horas más tarde. La Madrugá, como decimos, no había terminado. La cofradía de los Gitanos caminaba con mucha lentitud. Había momentos en que los nazarenos de capirote morado y túnica y capa blancas no se movían. Afortunadamente, la Plaza del Cristo de Burgos está llena de bancos, barandillas y escalones para esperar sentado... al menos hasta que se cumpla la amenaza y tan bello rincón de la ciudad se convierta en una horrorosa estación de metro.
Al fin, desde la estrechez de Sales y Ferré, asomaba el paso de Nuestro Padre Jesús de la Salud, a los sones de su propia y asentada Agrupación Musical. Presentaba este año el estreno de una túnica de terciopelo morado confeccionada por Paloma Cerezal y donada por un grupo de hermanos, aunque a penas se notara, dado que es prácticamente igual a la que el Señor de los Gitanos ha llevado en los últimos años.
Adornado con un monte de claveles rojos, el paso caminaba por la plaza lentamente, pero siempre de frente, a los sones de marchas como "Salud de San Bernardo", "Virgen de la Hiniesta", "Himno a San José Obrero" o "La Salve", con la que, frente a la Parroquia de San Pedro, comenzó a girar en dirección a Almirante Apodaca.
Esperaban todos juntos a la Virgen de las Angustias, que tardaba en llegar a la plaza. Cuando al fin apareció, entre rosas, aunque le faltaba una jarra, y velas gastadas, pudimos admirar de nuevo a la dolorosa de Fernández Andes con el manto azul pavo, el que muchos consideran el mejor de los dos que tiene en su ajuar y que va alternando cada Madrugá.
Volvía la Virgen de las Angustias a salir con él después de la procesión extraordinaria del pasado mes de octubre por el 25 aniversario de su coronación canónica, pero esta vez haciendo juego con una saya blanca.
El último regusto de Madrugá 2014 fue este fantástico palio de la Madre de las Angustias moviéndose lentamente a los sones de "Coronación" y "La Estrella Sublime", gracias a la Banda de las Nieves de Olivares, que la tarde anterior había acompañado a la Virgen de los Negritos. El legendario Alberto Gallardo mandaba a "los que huelen a canela y clavo", demostrando una vez más que su retirada de hace unos años era sólo a medias.
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