La Madrugá de 2015 será recordada por diversas cuestiones, aunque aquí únicamente nos interesan las que tienen que ver con las seis cofradías que conforman la nómina de esta jornada, que finalmente mantuvo, sobre el papel, horarios e itinerarios de años anteriores. Lo dicho: sobre el papel. Porque retrasos hubo, pero también un cambio de itinerario imprevisto. Las circunstancias a veces obligan, por encima de meses de discusiones absurdas sin salida.
Por lo demás, vivimos una Madrugá con varias ausencias destacadas y alguna novedad bastante interesante. Pero lo más importante: fue una nueva Madrugá de Esperanza, del Gran Poder de Dios, de emociones a flor de piel, de oraciones, de devoción y de recordar a quienes estuvieron y ya no están, y a quienes querían estar y no pudieron. También por ellos salieron las imágenes a las calles en esta noche, siempre mágica, pese a todo.
Comenzamos por la Hermandad del Silencio, que es la que más temprano regresa a su templo, cuando el amanecer aún queda lejos. El cruce con la Macarena en Trajano, del que tanto se habló en los días previos a la Semana Santa y que fue determinante para dar al traste con la reestructuración de la Madrugá, se produjo en torno a las cuatro y media de la noche, permitiendo a la cruz de guía del Silencio dejar atrás Javier Lasso de la Vega camino de Aponte.
Nuestro Padre Jesús Nazareno, el Nazareno de Francisco de Ocampo, venía, como siempre, imponente con su túnica morada de profusos bordados y pisando un monte de lirios morados. Las saetillas del Silencio invitaban a contemplar y rezar a esta imagen que abraza con fuerza y seguridad la cruz de los pecados del mundo.
El paso siempre llama la atención por su atrevido diseño. Y es que, pese a los 112 años que ya tiene, no es difícil imaginar la "polémica" que hoy en día se montaría si este paso no existiera y a alguien se le ocurriera diseñar uno con las esquinas lisas sin tallar. En esto, como en otras cosas, se ve que hace décadas quizá los cofrades eran más 'modernos' que ahora.
Se echó en falta delante de este paso a Antonio de León, capataz fallecido repentinamente el pasado mes de diciembre, en otra madrugada de viernes. Ausencia destacada e irreparable ante el sonoro martillo del Nazareno de San Antonio Abad, que llamó, entonces fue Él quien llamó, a su capataz para que fuera, siempre de frente, camino del cielo.
Detrás, bajo su catedralicio palio de aires venecianos venía la Virgen de la Concepción, en el año en que la hermandad está celebrando el cuarto centenario del voto de sangre en defensa de la Inmaculada, en aquel cabildo promovido por el hermano mayor, Tomás Pérez, con el que el Silencio se adelantó en más de dos siglos a la proclamación del dogma inmaculista. A finales de septiembre, la dolorosa de Sebastián Santos será expuesta en besamanos extraordinario, con el que culminarán los diversos actos conmemorativos previstos con motivo de esta efeméride.
San Juan Evangelista indicaba a la Virgen de la Concepción el camino de Jesús hacia el Calvario, entre un intensísimo aroma a azahar que era el que dejaba tras de sí un cortejo siempre ejemplar, y este año más que nunca. Las grandes hermandades no lo son porque sí.
En la calle Cardenal Cisneros, ante la puerta abierta de la Parroquia de San Vicente, el delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, y párroco del templo, Marcelino Manzano, espera junto a la representación de las hermandades de las Penas y las Siete Palabras.
Esta Cuaresma el propio Manzano describía en un artículo de la revista Saeta, de Cadena COPE, sus sentimientos a esas horas del Viernes Santo, cuando el Gran Poder aparece desde la calle San Vicente, gira y acaba parado en el misma puerta de la parroquia. Un momento que se habría perdido si hubiera salido adelante la traída y llevada reestructuración de la jornada.
Un año más, ahí estaban el párroco y sus hermandades, asistiendo al discurrir de los nazarenos de ruán negro y altos capirotes, que suben o bajan sus cirios color tiniebla con leves golpes de los diputados de tramo sobre la base de sus canastitas.
Por fin, el Señor de Sevilla llega a la zona, tras mostrar en primer lugar su sombra proyectada en la fachada de la calle San Vicente que hace esquina con Alfaqueque. El paso de Francisco Antonio Gijón, exornado con claveles rojos, gira con rapidez y el Nazareno que consagró a su autor, Juan de Mesa, pese a que su existencia se conoció casi tres siglos después de su muerte, se detiene en la parroquia que alberga en su interior cinco pasos que ya a esas alturas de la Semana Santa han completado felizmente en días atrás sus estaciones de penitencia.
La parada se aprovecha para dirigir unos rezos al Señor del Gran Poder, que no tarda en volver a retomar su camino en dirección a Virgen de los Buenos Libros, antes de la recta que desde San Juan de Ávila le devolverá a la Plaza de San Lorenzo entre los primeros trinos de los vencejos y la curiosidad de las palomas.
En la Plaza del Museo, el paso de palio de María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso sufrió un percance cuando, en una levantá, se rompió uno de los varales maestros; en concreto, el primero del costero derecho, lo que obligó a reducir la velocidad hasta la entrada y a no hacer ninguna levantá más al cielo.
A San Vicente llegó, por tanto, después del incidente, por lo que ya extremaba las precauciones en cada chicotá. En cualquier caso, al igual que hiciera el Señor antes, la Virgen y San Juan Evangelista, restaurado de manera formidable el año pasado por Pedro Manzano, también se pararon ante el párroco de San Vicente y las cofradías que residen en dicho templo, que realizaron una ofrenda floral que se unió a los claveles blancos que ya adornaban el paso de palio.
Siguiendo, a distancia, los pasos del Gran Poder, por Molviedro volvía a casa la Hermandad del Calvario. El cielo empezaba a tomar ese azul que anuncia el amanecer cuando el crucificado de Ocampo se detenía ante la Capilla del Mayor Dolor, donde la Hermandad de Jesús Despojado recibía a los negros nazarenos de la Magdalena.
A partir de ahí, quedaban por delante Doña Guiomar, Zaragoza, la Puerta de Triana y San Pablo, un itinerario de regreso que, sin duda, es la mejor opción para disfrutar tranquilamente de esta hermandad, sin agobios ni bullas infranqueables. Si a eso se le añade que es una cofradía con un número asequible de nazarenos y que las luces del día, que definitivamente llegaron por Zaragoza, son la mejor forma de apreciar cada detalle de la impresionante imagen del crucificado, no es una exageración considerar esta hermandad y este momento como uno de los mejores para reencontrarse con una Semana Santa que la masificación, en sus diferentes aspectos, hace cada vez más ilocalizable. Ahora que lo pienso, quizá no debería vender tan bien este momento…
El Cristo del Calvario, entre dos jarras con claveles rojos y clavado en un monte de piedra simulada con friso de lirios morados, entraba en el templo sin concesiones y con la cruz algo más baja para sortear el dintel.
Detrás, con sus clásicos claveles blancos en las jarras delanteras y laterales, y a lo largo de todo el friso, la sencillez de la Virgen de la Presentación, genial obra de Astorga entre bordados de Rodríguez Ojeda.
Es un conjunto muy conseguido, principalmente el manto azul, que cobija a una dolorosa vestida con un enorme gusto, no reñido con la sencillez de un tocado liso sin más joyas que el puñal.
El retraso de la jornada, dejado en carrera oficial principalmente por las dos Esperanzas (la Macarena por su alto número de nazarenos y la de Triana por la fijación con la calle O’Donnell, inservible para comprimir a la cofradía entre la Campana y la Puerta de Triana), hizo que la Virgen de la Presentación entrase unos cuarenta minutos más tarde de lo previsto en su templo, al que accedió, como siempre, sin girarse para mirar a sus devotos.
Desde aquí siempre defendemos la variedad en la forma en que las cofradías se presentan en la calle y que no salgan año tras año exactamentel igual. En este sentido, hay que alegrarse por el hecho de que por una vez, el paso de misterio del Señor de la Sentencia de la Macarena haya cambiado de exorno floral, sustituyendo los eternos claveles rojos por otros de tonos malvas salpicados con el morado de las siemprevivas.
El motivo ha sido la combinación de esta tonalidad de clavel con la de la nueva túnica estrenada este año, según diseño de José Manuel Martínez Hurtado. El taller de Santa Clara ha sido el encargado de confeccionar esta pieza bordada en plata sobre terciopelo malva, inspirada en sus dibujos en la orfebrería del camarín de la Virgen de la Esperanza. Ha sido un estreno recibido con críticas bastante positivas en general, a pesar del acartonamiento que presentaba la pieza, algo normal en una prenda nueva bordada, y que esperemos que se vaya corrigiendo con el paso del tiempo.
Pero las novedades que ha presentado este año el misterio de la Sentencia se completan, además, con la recuperación de las antiguas vestimentas de las figuras secundarias, entre las que ha llamado especialmente la atención el gorro judío o frigio que lucía el sanedrita situado detrás del Señor y que escucha atentamente la lectura de la sentencia.
No es quizá éste el foro más adecuado para hablar de cuestiones que deberían abochornar a cualquier macareno, como el hacinamiento de nazarenos en la calle Cuna, empujados de manera inmisericorde por el palio, que no se paraba aunque no hubiera espacio físico para avanzar, esas fotos de nazarenos tumbados en la Encarnación o bebiendo botellines de cerveza con el antifaz sobre el hombro, o las cuatro inexplicables horas que pasaron desde la entrada de la cruz de guía en la Basílica hasta que entró el paso de palio.
Pero sí hay que señalar el imprevisto cambio de itinerario a que obligó un escape de gas detectado en la calle Feria, cerca de la Capilla del Rosario, que hirió a un trabajador y que aconsejó que la hermandad no pasara por la zona más estrecha de esta calle, lo que obligó a renunciar a Laraña, la Anunciación, el Mercado de la Encarnación, Santa Ángela, San Juan de la Palma y Monte-Sión, tomando en su lugar por Orfila (lo que agravó la espera a que pasara Los Gitanos), Javier Lasso de la Vega, Amor de Dios, Alameda de Hércules, Correduría y la parte ancha de Feria.
Tanto tiempo hablando de cómo reordenar la Madrugá, tanta resistencia de algunos a cambiar itinerarios, tantos dimes y diretes, y al final un escape de gas reorganizó el itinerario de la Macarena sin que por ello el mundo dejase de girar. La Madrugá no es intocable, se puede reordenar, se puede reorganizar por el bien general. Lo único que se necesita es tener altura de miras, responsabilidad y voluntad. Lo único.
En cualquier caso, volviendo a lo estrictamente cofradiero, por Amor de Dios regresaba este año el misterio de la Sentencia, con la Centuria sonando fuerte detrás, y con todas esas novedades antes aludidas, incluyendo un itinerario que no recuperó la normalidad hasta la esquina de Correduría con Feria.
Se hizo esperar, y mucho, la Esperanza Macarena. Por Amor de Dios incluso hubo algunos cortes en el cortejo, como si el palio hubiera quedado descolgado. Pero cuando llegó, nada importó más que Ella. Todo se olvida a su lado, fundamentalmente lo superfluo, como itinerarios, horarios y demás.
“María Santísima del Subterráneo” sonaba para la Esperanza por esta calle que, de repente, se encontró con la Macarena de regreso a plena luz del día. La Banda del Carmen de Salteras enlazaba composiciones tras la que es Reina de la ciudad. Parecía que no hubiera pasado el tiempo desde aquel 31 de mayo en que se culminó en las calles la conmemoración de los 50 años de su Coronación Canónica.
Y parecía también como si quienes quisieron acudir a ver a la Esperanza y no pudieron estuvieran allí, de la mano de quienes sí tuvieron la fortuna de estar junto a Ella, siguiéndola y viéndola pasar.
La emoción fue mayor incluso cuando la banda empezó a tocar el “Himno a la Esperanza Macarena”, cantado por una amplísima mayoría de los presentes. “Gracias por bajar del Cielo”, le decíamos a la Esperanza Macarena, que alcanzó la Alameda con “Coronación de la Macarena” y se marchó de nuevo por Correduría con la marcha “Como tú ninguna”, dejándonos la contemplación del manto de la coronación y de los claveles blancos de sus jarras.
Y de Esperanza a Esperanza. En la calle Pagés del Corro, al sol, un grupo de turistas valencianos esperan al Cristo de las Tres Caídas. Están nerviosos porque en sólo una hora tienen que estar en la Torre del Oro para coger un autobús. Uno de ellos apremia al grupo, mientras que una mujer insiste en que le gustaría ver a la Esperanza. Pero lo va a tener difícil porque la cofradía está parada. De fondo se oyen las marchas que ponen la banda sonora a la presentación del Cristo caído ante la Capilla de la Estrella.
La espera y el intenso calor que ya se nota a esa hora de la mañana se cobran una ‘víctima’ en forma de lipotimia. Una mujer cae a plomo junto a la Parroquia de San Jacinto, aunque pronto se recupera y se levanta con una sonrisa.
Entretanto, el misterio de las Tres Caídas alcanza ya la esquina de San Jacinto con Pagés del Corro. Viene con un exorno floral compuesto, según informaba la propia hermandad, de rosas rojas, crisantemos, ageratum y limonium.
Los valencianos disfrutan de la contemplación del misterio y comentan cada detalle. Les sorprende el tamaño del paso, el centurión a caballo, la mujer que sostiene a su niño y la belleza del Cristo moreno de la calle Pureza, que viene este año con túnica morada lisa.
La Banda de Cornetas y Tambores de las Tres Caídas, con su traje blanco de gala, se emplea a fondo tras su Cristo en esta vuelta por Triana recuperada el año pasado, después de tres años en que la lluvia obligó a renunciar a este recorrido por el barrio.
Tras las largas hileras de nazarenos verdes, llegaba la Virgen de la Esperanza, cuyo paso de palio se recortaba en el cielo sobre el Puente de Isabel II. Antes de alcanzar el Altozano, el correspondiente giro ante la Capilla del Carmen, faro y frontera imaginaria del antiguo arrabal.
El palio mira a la capilla y ante él se comprime el último tramo de nazarenos, precedido por el estandarte corporativo, recientemente restaurado por el taller de Herederos de Caro. Cumplimentado el saludo, la Virgen de la Esperanza continúa su camino hacia San Jacinto a los sones de “Aires de Triana”, los aires que ya acarician las amplias bambalinas del palio y las flores, siempre voluminosas, que ocultan gran parte de la orfebrería y que, siguiendo la información de la hermandad, son delphinium, cymbidium, matthiola, eustoma, gypsophila y jazmín. Exotismo floral que parece de diseño.
Y completamos la Madrugá con la Hermandad de los Gitanos, que recorría las últimas calles de su itinerario, donde se produjo un momento muy emotivo. El Señor de la Salud, con la túnica morada de terciopelo estrenada el año pasado y una tupida alfombra de rosas rojas a sus pies, dejaba atrás la calle Escuelas Pías y buscaba Gallos, en cuya esquina esperaban los componentes de la Agrupación María Santísima de las Angustias Coronada, la sección musical infantil y juvenil, que tras la llegada de la cruz de guía al Santuario de los Gitanos esperaron en esa esquina al paso para unirse a la agrupación de los mayores y acompañar desde ahí hasta su casa al Señor.
Los chavales no podían reprimir sus lágrimas viendo acercarse a su Cristo. Aquello era un auténtico recital de sollozos y abrazos entre ellos. La Semana Santa nunca podrá reducirse a una manifestación cultural. Es mucho más. Es fe, devoción y sentimiento, como bien saben estos jóvenes músicos que no hacían nada por disimular el llanto esperando al Señor de la Salud.
Cuando llegó a su altura y les adelantó, fueron invitados por los miembros de la Agrupación Musical de los Gitanos a ocupar los puestos que les corresponden en función del instrumento que cada uno toca. Y así, todos juntos, mayores y pequeños, acompañaron hasta el final al Cristo que no necesita de costeros ni izquierdazos para hacer brotar la más sincera emoción de quienes ven en el Nazareno de Fernández Andes la cara del mismo Dios, el Dios de bronce.
Por último, junto a la que fue su casa durante varios años en el pasado, Santa Catalina, desembocaba en Ponce de León la Virgen de las Angustias, con la cera de su palio ya bastante consumida tras toda una noche encendida.
La Hermandad de los Gitanos ha vivido su primera Madrugá sin la Duquesa de Alba, hermana y benefactora de la corporación. Otra ausencia destacada. No por ello, sino porque le tocaba, ya que los dos mantos de salida se van alternando cada año, llevaba la Virgen el de la Casa de Alba, el que bordara el taller de Fernández y Enríquez sobre terciopelo burdeos. Verdaderamente, cambia mucho en la calle este palio según lleve un manto u otro, debido fundamentalmente a la diferencia cromática entre ambos.
La Virgen de las Angustias recorrió la Plaza Ponce de León con la marcha “Macarena”, de Abel Moreno, tras la que se paró en la confluencia con Fray Jerónimo de Córdoba. En ese punto, un grupo de personas con discapacidad aguardaban pacientemente a la Virgen de las Angustias, que se detuvo junto a ellos. A continuación, el capataz les dedicó la levantá, que fue rubricada con sus aplausos, y siguió hacia Escuelas Pías con la marcha “La Estrella Sublime”.
La luz venció a las tinieblas de la noche. La Madrugá dio paso a la mañana del Viernes Santo, que a esa hora empezaba a ser tarde. De forma imparable, la Semana Santa de 2015 seguía su curso y hacía aflorar esa inevitable sensación de que el final estaba cerca.
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