En la puerta de San Miguel de la Catedral, con la Hermandad de la Resurrección entrando para realizar su estación de penitencia, llega la hermana mayor de los Javieres, Maruja Vilches, y se encuentra con el delegado diocesano de Hermandades y Cofradías, Marcelino Manzano, quien le dice "Feliz Pascua", a lo que ella responde: "Aleluya. ¡Cristo vive!
Es el día más feliz para el cristiano. Sí, ya sé que para el cofrade es el día del adiós a la Semana Santa, de la nostalgia por lo vivido y del inicio de una cuenta atrás que este año será más larga por la prontitud de la de este año y la fecha algo avanzada de la del próximo. Pero si en Navidad nos alegramos por la venida al mundo del Hijo de Dios, el Domingo de Resurrección debemos alegrarnos porque, pese a los martirios que hemos recordado durante la semana, Cristo vive, ha resucitado y, por ello, somos cristianos.
Y a anunciar tan gozosa noticia salió a las calles desde Santa Marina la Hermandad de la Resurrección. Para cerrar una Semana Santa que, le pese a quien le pese, antes de la existencia de esta cofradía quedaba algo coja, incompleta. No hay final si éste no es feliz. Y con Cristo no puede ser de otra forma. Lo dijo hace ocho años Antonio Burgos en su pregón: "el Hijo de la Guapa", al final, resucita. Y por eso hay que estar alegres, como lo estaban Marcelino Manzano y Maruja Vilches en la radiante mañana de Pascua.
Y como lo estaban también los hermanos de la Resurrección, que con valor se echaron a las calles pese a la alta probabilidad de lluvia. Aguantaron tres cuartos de hora, pero acertadamente salieron. Y con valor, soportaron dos lloviznas por el camino, pero continuaron, sabedores de que detrás de las nubes venía el sol, como detrás de la tormenta desatada tras la expiración del Señor, como cuenta cada año el Cerro, venía la gloria de la Resurrección.
Pasado el riesgo meteorológico (por última vez lo digo este año: meteorológico, no climatológico), la mañana más feliz para el cristiano se llenó de luz con el Resucitado, que pasó por una Carrera Oficial a medio desmontar, seguida por los cofrades incondicionales que lo acompañan cada año, sea a la hora que sea.
"Salud y Refugio" tocaba por la Avenida de la Constitución la Agrupación Musical Virgen de los Reyes, despertando a la ciudad con sus acertados sones. El paso, con los nuevos candelabros laterales ya dorados, completando así una muy conseguida reforma y enriquecimiento del mismo, alcanzó la Catedral y recorrió sus naves a buen ritmo.
Es un ambiente indescriptible el que se vive con esta hermandad por la Catedral, sabiendo que es la última que va a pasar por ella. Y tiene un gran significado la parada que ambos pasos realizan ante la Capilla Real, ante la Patrona, la Virgen de los Reyes, antes de salir a la luz de una mañana celeste en la plaza que lleva precisamente su nombre.
Detrás, por la Avenida, se acercaba hasta la Catedral el paso de palio de Nuestra Señora de la Aurora, tras la que, antes de entrar, la Banda de Música María Santísima de la Victoria, de las Cigarreras, tocó "Procesión de Semana Santa en Sevilla".
Poco a poco, el paso de palio, perfectamente adornado con rosas blancas, fue acercándose a la Puerta de San Miguel y en ese momento Jesús Heredia, desde el mismo dintel, le cantó a la Virgen de la Aurora una saeta que, curiosamente, era una adaptación de aquella del "divino broche de oro" que se le canta a la Soledad de San Lorenzo.
La Virgen de la Aurora, con saya blanca combinada con el manto azul, recorrió el interior de la Catedral y se paró, como el Señor, ante la Virgen de los Reyes. Precisamente, el capataz, Antonio Santiago, tocó el martillo y dijo: "Estamos delante de la Patrona. Esta levantá va por la Virgen". Después, ya con el palio a punto de salir por la Puerta de los Palos, insistió: "Esta levantá también va por la Virgen, que le está dando el sol en la cara".
A continuación, la Aurora salió y fue recibida por la banda, tras el Himno Nacional, con la marcha "La Estrella Sublime". Con ella, el palio giró en dirección a Placentines, donde, con la Giralda de fondo despidiéndose del último paso, Antonio Santiago pidió a sus costaleros dedicar la levantá "a una mujer que ayer se fue con la Virgen; por María".
Y con esta levantá, el paso de palio de la Virgen de la Aurora realizó una enorme chicotá que desde la esquina de Placentines llegó hasta lo más alto de la Cuesta del Bacalao, con la banda encadenando las marchas "Virgen de los Reyes" y "Macarena", de Abel Moreno.
Quienes año tras año caminamos junto a la Aurora por esta zona de su recorrido, echamos en falta un balcón abierto en la esquina de Placentines y Argote de Molina, donde en los últimos Domingos de Resurrección estaba siempre una señora mayor contemplando desde la cama la cofradía. El balcón estaba cerrado este año.
El palio continuó hacia Francos con la marcha "Hiniesta Coronada", ya emprendido el camino de vuelta a Santa Marina.
Tras la subida de la Cuesta de Bacalao por parte de la Virgen de la Aurora, era ahora el Señor Resucitado el que emprendía la subida de otra cuesta, en este caso la del Rosario. La Agrupación Virgen de los Reyes suele dar un verdadero recital por esta zona, y este año interpretó "Gitano de Sevilla", seguida de "Consuelo gitano" y "Alma de Dios".
El paso, exornado íntegramente con rosas de color rojo, se detuvo en la Plaza de la Pescadería, por donde veía a la cofradía el pregonero de la Semana Santa de este año, Rafael González-Serna.
Varios hermanos comentaban con los capataces que la cofradía iba con un adelanto de nueve minutos, lo que se vio positivo para poder discurrir con calma, principalmente al paso de la hermandad por el Convento de las Hermanas de la Cruz, como luego veremos.
A continuación, el Señor Resucitado continuó hacia la Plaza de la Alfalfa con una sucesión de marchas: "Serva la Bari", "Caridad del Guadalquivir", "Caminando va por tientos" y "Reina de Reyes". Con esta bella composición estrenada este mismo año, el paso se fue por la calle San Juan en dirección a la zona de San Pedro.
Por su parte, la Virgen de la Aurora subió la Cuesta del Rosario con la marcha "Virgen de Regla Coronada", que sonó de manera encadenada en dos ocasiones hasta pararse antes de alcanzar la Alfalfa.
La Aurora, que sujetaba un rosario de cuentas azules y una rosa de pasión en la mano derecha, entró en la Plaza de la Alfalfa con la marcha "Virgen de los Estudiantes". A continuación, Antonio Santiago dedicó la levantá al pregonero de la Semana Santa y el paso de palio continuó hacia la calle San Juan con "Pasan los campanilleros".
Ya en la calle Santa Ángela de la Cruz, el paso del Señor Resucitado fue acercándose al convento a los sones de "Gustad y ved" y "Azucena de Sevilla". Había tiempo de sobra, gracias a ese adelanto que ya se comentaba por la Alfalfa. Así, las Hermanas de la Cruz cantaron dos canciones ante el Resucitado, vuelto frente a ellas: "¡Qué mañana de luz!" y "Resucitó".
Con esta última, el paso se levantó a pulso sin que sonase el llamador y la Agrupación Virgen de los Reyes comenzó a tocar la marcha "A la gloria". Fue la primera de una larga sucesión de partituras que se fueron enlazando a lo largo de la calle. Así, después de "A la gloria" sonaron "Resucitó", "Abrid las puertas a Cristo", "Cerca de Ti" y "Perdona a tu pueblo". Todo un recital que continuó después, cuando el Señor se marchaba del Convento del Espíritu Santo, con "Eres de todos" y "Pescador de hombres".
El paso del Resucitado estaba ante el Espíritu Santo cuando el palio de la Virgen de la Aurora salía de la parte más estrecha de la calle Santa Ángela de la Cruz. Con la marcha "Salve, Madre de la Salud", la Virgen llegó al convento de las Hermanas de la Cruz, se volvió y las religiosas le cantaron.
Antonio Santiago mandó la levantá a pulso y la Banda de las Cigarreras empezó a tocar "Santísimo Cristo del Desamparo y Abandono", seguida después por "Virgen de las Aguas". El paso, sin embargo, no avanzaba, volviendo a pararse, ya vuelto para seguir su camino, ante el convento. Las Hermanas de la Cruz aprovecharon la ocasión y volvieron a cantarle a la Virgen de la Aurora, que se marchó posteriormente con la marcha "La Macarena", de Paco Lola.
La entrada de la Hermandad de la Resurrección siempre atrae a un gran número de personas que se van sumando conforme avanza la mañana. Así, ante la Iglesia de Santa Marina se agolpa cada año mucha gente para exprimir al máximo los últimos instantes de la Semana Santa.
La Agrupación Musical Nuestra Señora del Juncal, que abría el cortejo, se echó a un lado al llegar a Santa Marina para dejar paso a la cruz de guía y, cuando ésta entró en el templo, tocó el Himno Nacional, dado que la Santa Cruz es titular de la hermandad.
Después se retiró por el pasillo creado entre las vallas para despejar la zona por el lado derecho del templo. Hay que destacar que la entrada de esta cofradía es una de las mejor organizadas de la Semana Santa, desde antes incluso de esta obsesión por la seguridad que ha adquirido tanto protagonismo este año.
Seguidamente, tras visitar el colegio La Salle-La Purísima, donde están los orígenes de la hermandad, el Señor Resucitado siguió avanzando hacia Santa Marina a los sones de "Alma de Dios". Con el paso girando poco a poco para entrar mirando a los cofrades, la Agrupación Musical Virgen de los Reyes volvió a tocar "Reina de Reyes", seguida después por "Resucitó", con la que el paso comenzó a atravesar el dintel del templo, y el Himno Nacional.
Una vez dentro, la agrupación musical interpretó una marcha más, "Junto a la Aurora", mientras el Señor Resucitado se perdía por la nave central de Santa Marina hasta alcanzar el lado izquierdo del presbiterio.
Poco más tarde, tras visitar también el colegio, la Virgen de la Aurora siguió los pasos de su Hijo Resucitado y llegó a Santa Marina a los sones de "Como tú ninguna", después de recibir una petalada desde el edificio de la calle San Luis que da a la placita del templo.
A continuación, con el palio dando un giro de doscientos setenta grados ante el templo, la Banda de las Cigarreras tocó "Aurora de Santa Marina", seguida de "Coronación de la Macarena" y, finalmente, cerrando el círculo que se abrió dos semanas antes en el Pregón de la Semana Santa, la marcha "Amarguras". Con ella, el paso de palio avanzó muy poco a poco por el interior de Santa Marina y hasta que la partitura no concluyó y la Virgen de la Aurora se reunió con el Resucitado en el presbiterio no se interpretó un Himno Nacional que, en esta ocasión, sonó verdaderamente a despedida.
Todo estaba consumado. La Virgen de la Aurora estaba ya dentro de Santa Marina, la hermandad había vencido a los pronósticos y la Semana Santa de 2016 pasaba al cajón de la memoria con un único enemigo que hubiera podido dañarla. Un enemigo ya de sobra conocido: la lluvia, que trastocó algunas jornadas.
Eso en cuanto al aspecto cofradiero. Pero lo más importante de todo era la constatación de que, como dijo bien temprano Maruja Vilches a las puertas de la Catedral, Cristo vive. El final feliz había llegado porque no hay otro final posible.
Cristo vive en cada cofrade que de verdad siente la Semana Santa, en cada nazareno que se viste la túnica para acompañar desde el anonimato del antifaz a sus imágenes titulares, en los acólitos que perfuman de incienso y alumbran con ciriales el camino de los pasos, en los costaleros que humildemente ofrecen su fortaleza física para esta demostración de fe.
Cristo vive también en quienes recorren las calles buscando cofradías, en los niños que aprenden a amar la Semana Santa de la mano de sus padres con una bola de cera; vive en los mayores que reviven su infancia viendo a las mismas imágenes que entonces pasando por las mismas calles, ya muy cambiadas; en los que vienen de fuera recorriendo centenares e incluso miles de kilómetros atraídos por la fiesta mayor de la ciudad o para reencontrarse con sus devociones más íntimas; en los que, ya con algunos años, la miran con ojos de niño asombrado cuando, por primera vez en su vida, son espectadores directos de lo que son las cofradías en la calle, después de haberlas visto el año pasado a través de una pantalla de ordenador.
Pero Cristo vive también en quienes, por enfermedad, edad o trabajo, no tienen más remedio que ver precisamente a través de una pantalla su Semana Santa; y en quienes vencen las dificultades y logran estar junto a los pasos. Cristo vive en la señora que, ayudada por otra, intentaba abrirse paso en su silla de ruedas para mirar a la Virgen de los Dolores del Cerro a la cara y se agarraba a los respiraderos de su palio; en aquella otra que lograba levantarse de otra de esas sillas ante la Soledad de San Lorenzo; en los ojos ilusionados de aquel chaval al que la noticia de la salida de Santa Genoveva le iluminó la mirada en el Tiro de Línea; en el joven que se lamentaba cuando sus padres decidieron, ante el misterio de Monte-Sión, que era hora de marcharse a descansar; en los enfermos que un año están en un balcón contemplando como pueden el discurrir de las cofradías, y otro año ya no están; en tantas personas que, como Antonio López 'El López' o María, a la que Antonio Santiago dedicó una levantá de la Virgen de la Aurora, han marchado para encontrarse con Él...
Cristo vive, cerca y lejos de aquí, en tanta gente que lo pasa mal, como los perseguidos que, en pleno siglo XXI, lo son sólo por ser discípulos suyos, como hace dos mil años; en los que cruzan el mar dando todo lo que tienen para escapar de su propia realidad; en los niños que juegan en un parque celebrando la Pascua y encuentran la muerte; o en los que mientras en Sevilla nos preocupábamos por si la lluvia nos estropearía el Martes Santo eran víctimas del radicalismo más ciego y más cruel en un aeropuerto o en una estación de metro.
Cristo vive porque el final ha de ser ése. Un final feliz. Como lo será para todos, una vez superada la pasión de cada cual. Por muy negra que ésta sea. Ésa es la enseñanza que nos deja el Señor Resucitado y la Virgen de la Aurora por las calles de una radiante mañana de domingo. Una mañana que venció a las nubes, que ganó a la oscuridad y que nos trajo toda la luz del mundo encerrada en unos ojos de Cristo y unas manos de Madre que habitan todo el año entre los muros de ladrillo desnudo y humilde de Santa Marina.
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