sábado, 17 de junio de 2017

CORPUS 2017: MÁS CALOR, MENOS ROMERO Y EL MISMO CORTEJO "DESMESURADO"


Si fuéramos a la raíz etimológica de la palabra "desmesurado", como algo que no tiene medida, habría que decir que la procesión del Corpus Christi no es desmesurada, sino que tiene medida. En concreto, la medida de la procesión fue de dos horas y cuarenta y cinco minutos, aproximadamente. Es el tiempo transcurrido desde que pasaron los Niños Carráncanos que iniciaban el cortejo y los últimos soldados de la Compañía de Honores del Ejército que lo cerraron.
Así que vamos a la definición actual, no del castellano en desuso, de la palabra que el propio arzobispo, Juan José Asenjo, utilizó para hablar del cortejo de la procesión eucarística de la Catedral: "desmesurado" es algo excesivo, mayor de lo común. Aunque si pensamos que la procesión tiene un total de nueve pasos y que en Semana Santa, en la carrera oficial, no llegan a pasar nueve pasos en cerca de tres horas, la palabra de Asenjo quizá sea algo relativa.
Por tanto, más que hablar de desmesura, que por supuesto la hubo en muchas representaciones de hermandades de penitencia (basten como ejemplos los de una hermandad de muchos nazarenos, como es la Estrella, y otra de bastantes menos, como es Jesús Despojado), habría que hablar de falta de compensación entre los diferentes tramos de la procesión. Los primeros cinco pasos, los que precisamente están separados por las representaciones de las hermandades, discurren con muchísima distancia entre ellos, llegándose a dar la circunstancia de coincidir en un extremo y otro de Alemanes el paso de Santa Ángela de la Cruz, que ya regresaba a la Catedral, y el de San Leandro, que acababa de salir y caminaba por la Avenida. El primero y el cuarto paso muy cerca el uno del otro; uno ya de regreso y el otro comenzando el itinerario.
Pero después, los cuatro últimos pasos van muy pegados y a una velocidad mucho mayor que los anteriores. ¿Desmesurado el cortejo? Puede. ¿Descompensado? Totalmente.
Otro tema a debatir es si todas las personas que participan en la procesión lo hacen sabiendo realmente para qué salen y si no hay mucho de "postureo" en tan masiva participación con cirios y medalla al cuello. Recordaba ayer el pintor Ricardo Suárez a los cofrades que salen en la procesión del Corpus que la Capilla de San Onofre permanece abierta las veinticuatro horas del día, todos los días del año, para la adoración eucarística. Si todos los cofrades que llenaron el largo cortejo de la procesión se apuntaran a los turnos de adoración en esta capillita de la Plaza Nueva, habría para llenar varias agendas anuales...
Por otra parte, lo que sí que faltó en la procesión de ayer fue romero. La cantidad esparcida a lo largo del recorrido fue mucho menor que la de años anteriores, hasta el punto de que el aroma característico de esta hermosa mañana de Corpus fue en la mayoría de las zonas prácticamente imperceptible. Faltó romero y sobraron grados de temperatura. Y eso pese a que la procesión se puso en camino antes de las ocho y media de la mañana. Si saliera por la tarde, como piden algunos para, ¿cómo no?, que haya mucha más gente y ver la procesión del Corpus suponga el mismo incordio de empujones, pisotones y masa que hay en Semana Santa, el enorme calor que padecemos habría sido sencillamente insoportable.
La campana que lleva uno de los Niños Carráncanos anunciaba desde la distancia que la procesión había comenzado a salir. Ellos y el característico guión de la Hermandad Sacramental de la Parroquia del Sagrario iniciaban el kilométrico cortejo, formado en su primer tramo por las hermandades de gloria, desde la Pastora de Capuchinos hasta la de los Sastres.




El paso de Santa Ángela de la Cruz salía por la Puerta de San Miguel a la Avenida y Sevilla volvía a admirarse de haber contado entre sus paisanos a esta mujer, ejemplo de tanto, que dejó plantada en la ciudad una semilla de amor, caridad y entrega que hoy sigue brotando, tanto aquí como en diversos lugares de España y de fuera.
José Antonio Navarro Arteaga fue el autor de la imagen de la santa, cuyo paso es engalanado y portado por los cofrades de la Amargura, que la tienen como titular. Como es costumbre, cuatro candeleros y varias jarras del paso de palio de la Virgen de la Amargura formaron parte del exorno de este paso, además de lisiantum, margaritas y astromelias blancas. Y como capataz, el mismo que tiene la dolorosa de San Juan de la Palma, Alejandro Ollero.
Santa Ángela fue la primera en pasar por delante del altar montado por la Hermandad de San Gonzalo en la Avenida, cofradía protagonista también de las portadas de la Plaza de San Francisco, dedicadas al 75 aniversario de la Parroquia de San Gonzalo y a la Coronación Canónica de Nuestra Señora de la Salud, que tendrá lugar el próximo 14 de octubre; y la primera también en pasar por delante de la Virgen de la Hiniesta, que llevaba desde las doce de la noche presidiendo desde su altar la plaza.



























Tras Santa Ángela, comenzó el discurrir de las hermandades de penitencia sin carácter sacramental, desde Pasión y Muerte hasta el Silencio. Y detrás, el paso de las Santas Justa y Rufina, del que este año se ha encargado precisamente la Hermandad de San Gonzalo, siguiendo el orden de salida de las cofradías trianeras, que son las que se ocupan del paso de las que fueron vecinas del antiguo arrabal.
El capataz del Soberano Poder ante Caifás, Manuel Garduño, era el encargado de guiar a los costaleros que portaban sobre sus hombros a las Santas Patronas. Para el exorno floral, muy parecido al del paso anterior, añadieron en las esquinas unas jarras de cerámica con el escudo de la Hermandad de San Gonzalo pintado, portando gladiolos y nardos. Además, llevaba también cuatro candeleros con cera blanca en las esquinas.
Este paso tiene una particularidad muy curiosa; y es que el llamador está oculto en su interior y es un costalero el que lo hace sonar cuando el capataz da la orden de detenerse.
































La representación de la Hermandad del Calvario abre el tercer tramo de la procesión, que incluye también la participación del Apostolado de la Oración, Luz y Vela, y la Adoración Nocturna, así como las primeras hermandades sacramentales, ordenadas según su antigüedad, siendo la última antes del paso de San Isidoro la de la Estrella. En este tramo va también la Hermandad de la Milagrosa, que se estrenó el año pasado en la procesión del Corpus.
Como queda dicho, San Isidoro preside el tercer paso, una talla, como las de las santas trianeras y como la de San Leandro, que vendrá detrás, obra de Duque Cornejo. Conviene insistir una vez más, ya que vuelven a escucharse los comentarios habituales sobre la dificultad de distinguir quién es quién entre los dos hermanos, arzobispos que fueron ambos de Sevilla, y hermanos además de San Fulgencio y de Santa Florentina, en una familia de lo más santa.
Pues bien: San Isidoro es la talla que porta un libro, como representación de las “Etimologías”, obra de recopilación llevada a cabo por este santo de todo el saber de su tiempo; algo así como lo que hoy llamaríamos una enciclopedia, pero que en las primeras etapas de la Edad Media era verdaderamente insólito.
De este paso se ocupa cada año la Hermandad de San Isidoro, que suele emplear dos de las jarras doradas del paso de palio de Nuestra Señora de Loreto como exorno floral, compuesto en este caso por claveles blancos, tanto en las jarras como en el friso, así como cuatro candeleros.

























Más hermandades sacramentales, desde el Buen Fin hasta el Santo Entierro, antecedían al paso de San Leandro, adornado y llevado cada año por la Hermandad de la Macarena, con Antonio Santiago y su hijo como capataces. Por cierto, del calor reinante da idea el esfuerzo de ambos capataces por mover los faldones del paso en las paradas para que entrase algo de aire bajo las trabajaderas.
Cuarto paso ya con la misma tonalidad de flores, así como con la presencia de cuatro candeleros en las esquinas, además de dos jarras flanqueando a la imagen, como en los pasos anteriores, a excepción del de las Santas Justa y Rufina. 



























Y llegamos al quinto paso, el primero con acompañamiento musical, el de San Fernando, Patrón de Sevilla y rey santo de origen castellano que vino a devolver a la ciudad su fe cristiana, regalándole además la devoción a la Virgen de los Reyes. Los sevillanos conocen a su Patrón y saben agradecerle tantas cosas que puede parecerles incluso demasiado poco homenaje para él su salida como un paso más del Corpus. Hay que recordar el interés del cardenal Fray Carlos Amigo por darle un mayor esplendor a su festividad, iniciativa que no tuvo mayor recorrido y que hace justo diez años hizo que San Fernando saliera en su día, el 30 de mayo, acompañado de una imagen fernandina, como la Virgen de las Aguas del Salvador.
La Hermandad del Beso de Judas tiene como uno de sus titulares a San Fernando, y por eso es ella la que se ocupa de su paso en la procesión del Corpus, que viene precedido por las últimas hermandades sacramentales, así como por las comisiones de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, y el comandante militar de Sevilla y Huelva portando el Pendón de San Fernando.
Con este paso, comandado por Carlos Yruela, llegó un cambio de color en el exorno floral, pasando del blanco al rojo de las rosas y claveles, salpicados por espigas de trigo. Y detrás, la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla, interpretando composiciones que, a ver si aprenden todas, no eran interrumpidas en ningún momento aunque el paso se detuviera.
La talla de Pedro Roldán, espada y bola del mundo en alto, caminó de forma regia por una avenida en la que se pudo escuchar a un hombre comentar con acierto: "Éste es el primo de San Luis". Efectivamente, dos reyes y dos santos. Y, según cuenta la tradición, fue precisamente por mediación del rey santo francés por la que Sevilla rinde culto hoy a la Virgen por la que reinan los reyes.






























El paso de la Inmaculada Concepción se atisbaba ya por la Avenida, a menor distancia de separación que la que llevaban los pasos anteriores. Pero antes, tras la Sinfónica Municipal que dirige Francisco Javier Gutiérrez Juan, venían las representaciones de tipo civil, como las de la Jefatura de Policía, los colegios oficiales, el Ateneo, la Universidad, el cuerpo consular, la Audiencia Provincial y Territorial, diversas órdenes o el Consejo General de Hermandades y Cofradías, entre otras.
Y por fin, el paso de la Inmaculada de Alonso Martínez, a cargo de la Hermandad del Silencio, histórica defensora en la ciudad del dogma de la Inmaculada Concepción. Precisamente, tanto las jarras, como los candeleros y hasta el llamador de este paso pertenecían a la cofradía que abre la Madrugá.
Como no podía ser de otra forma, el color del exorno floral, compuesto de una variedad bastante profusa de especies, era el blanco, que contrastaba con el celeste de los faldones. Blanco y celeste, los colores que habitualmente identificamos como propios de la advocación inmaculista. No faltaban en las esquinas y en el frontal los racimos de uvas y las espigas de trigo.
En la Plaza de San Francisco, la Inmaculada de Alonso Martínez se encontró con la Hiniesta, que viste con los colores azul y rojo, los que antiguamente se destinaban a las representaciones de la Concepción virginal de María.
























Más cerca venía el séptimo paso, el del Niño Jesús del Sagrario, precedido por las representaciones de las cuatro basílicas de la ciudad con sus respectivas hermandades: Macarena, Gran Poder, María Auxiliadora y Cachorro. Y tras ellas, la Asociación de Fieles de Nuestra Señora de los Reyes y San Fernando, y la propia Archicofradía Sacramental de la Parroquia del Sagrario, encargada de llevar y engalanar el paso de su imagen del Niño Jesús, obra de Juan Martínez Montañés que supuso el inicio de una forma muy reproducida después, e incluso en la actualidad, de representar esta iconografía.
Vestía este año el Niño la túnica de terciopelo rojo confeccionada en 2007 por Francisco Carrera Iglesias a partir de unos bordados antiguos. Cuatro candeleros de plata con cera roja marcaban las esquinas del paso y del templete que cobija a la pequeña talla, mientras que el exorno floral se componía fundamentalmente de lisiantum blanco, paniculata y pequeñas flores de tonalidad amarilla. Y como complemento "musical", el sonido de las cuatro campanitas ubicadas en el interior del templete.






















En esta recta final de la procesión sigue al Niño Jesús la llamada Custodia Chica, que lleva delante las representaciones de las diversas comunidades religiosas con presencia en Sevilla, órdenes, diáconos y seminaristas.
La pequeña custodia alberga en su interior una de las espinas de la corona que se le impuso a Jesús durante su pasión. Es la que podemos ver en el primer cuerpo de esta obra en plata del siglo XVIII de Francisco de Alfaro. En el siguiente cuerpo se sitúa una rosa de plata, mientras que en el tercero y último, de tamaño mucho menor, hay una campana. Una pequeña figura de la Fe remata todo el conjunto, de cuyo paso se encarga la Hermandad del Valle, al poseer ésta otra de las espinas de la corona del Señor.
Claveles rojos salpicados de romero adornaban el que es el paso más pequeño de los nueve que integran la procesión eucarística, además, claro está, de los racimos de uvas y las espigas de trigo, y cuatro candeleros con cera blanca en las esquinas, con el escudo de la cofradía del Valle pintado. Juan León era el capataz encargado de comandar el paso de la Santa Espina.


















Y por fin, el paso de la Custodia, la gran obra en plata de Juan de Arfe, labrada entre 1580 y 1587, y que sólo en el primero de sus cuatro cuerpos tiene hasta treinta y seis escenas bíblicas.
El Tribunal Eclesiástico, el Clero Secular, la Curia Diocesana, la Universidad de Curas Párrocos, la Coral de la Catedral y el Cabildo Catedral preceden al paso que alberga el sentido de la procesión y de toda nuestra Fe: Jesús Sacramentado, Jesús hecho pan vivo para la salvación de los hombres. Es el Cuerpo de Cristo, que viene rodeado de claveles blancos, trigo, uvas, romero, cera blanca y mucha plata, y que es recibido en señal de respeto por muchas personas arrodillándose en el suelo, costumbre no tan en desuso como cabría pensar. Y es que, como escuchamos en cada Eucaristía, "éste es el Sacramento de nuestra Fe", y esas palabras las escuchamos arrodillados.
El arzobispo Asenjo, el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, y el deán del Cabildo de la Catedral, Teodoro León, iban inmediatamente detrás de la Custodia, seguidos de las autoridades civiles y la Compañía de Honores del Ejército, que cierra, normalmente entre aplausos, la procesión.





































Avenida de la Constitución, Plaza de San Francisco, Sierpes, Cerrajería, Cuna, Plaza del Salvador, Villegas, Francos, Placentines, Argote de Molina, Conteros, Alemanes, Placentines y Plaza de la Virgen de los Reyes. Un itinerario en realidad corto para una larguísima procesión de la que siglos atrás era considerada la principal fiesta de la ciudad.
Son otros tiempos, pero la esencia permanece. Y aunque gastemos energías en sacarle punta a cuestiones secundarias, como la extensión del cortejo y las representaciones o la forma en que la ciudad se engalana (y este blog lo hace como el que más), lo cierto es que el Corpus Christi y las procesiones eucarísticas, entre las que ésta de la Catedral es la más importante, es la fiesta del misterio de nuestra Fe. Es, por tanto, día grande para los cristianos. Y así tenemos que vivirlo, pasen los siglos que pasen. Las anécdotas, normalmente de usar y tirar, son sólo eso; pero lo esencial siempre permanece.

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