martes, 20 de febrero de 2018
Y TORREBLANCA HIZO SUYA LA CATEDRAL
Es un auténtico lugar común decir, a raíz de la celebración de cualquier edición del Vía Crucis, que Sevilla ha "descubierto" al Cristo de... el que toque ese año. Siempre hay alguien que lo afirma en alguna crónica, como si en Semana Santa hubiera algunas imágenes que salieran escondidas y fueran imperceptibles para los cofrades menos entendidos o el público en general.
Seguramente ayer muchos sevillanos vieran por primera vez en su vida en las calles al Cautivo de Torreblanca, una barriada que parece estar muy lejos, pero que en absoluto lo está tanto. Dijo Carlos Herrera en su pregón: "El que no haya llorado viendo el Cerro, que lo haga", hablando de una de las hermandades que ayer llevó su cruz de guía a la Catedral. Yo diría que el que no haya ido un Sábado de Pasión a Torreblanca para ver, vivir y emocionarse con su hermandad, no sabe lo que se está perdiendo. Y los prejuicios, mejor si los apartamos un poco.
Ayer Torreblanca conquistó Sevilla, esa Sevilla eterna de las poesías, la que se llevan los turistas en sus cámaras, la que, en kilómetros cuadrados, menos Sevilla real ocupa. Hizo suyos el centro y la Catedral. Emocionaba ver a sus cofrades, a muchos vecinos de Torreblanca, con lágrimas en los ojos. Algunos de ellos nada más pisar la calle San Luis, que se ha convertido en la sucursal que Torreblanca, esa Sevilla que está al final de la línea 29, tiene en el casco histórico gracias a la generosidad de la Hermandad de la Resurrección. Si las Hermanas de la Cruz tienen su casa principal en pleno centro y otra casa que hace maravillas con el barrio en su casa de la lejana calle Abedul, también la hermandad tiene un segundo hogar, éste en Santa Marina.
Y ayer, Torreblanca entera salió de sus vetustos muros para disiparle las dudas a quienes de Semana Santa sólo saben lo que han leído en los libros de Peyré o Bermejo, pero poco, muy poco, de la que se escribe cada año o cada día en la Sevilla de eso que llamamos extrarradio.
Era su momento. Tenía que llegar algún día. Y llegó ayer, 19 de febrero de 2018, cuando las puertas de Santa Marina se abrieron a eso de las cinco menos cuarto de la tarde, mientras el sol iba dejando poco a poco de iluminar con fuerza la fachada de este templo mudéjar al perderse por el Aljarafe.
La cruz de guía de la cofradía se abrió paso con el estandarte corporativo de la Resurrección junto a la puerta ojival para mostrar sus respetos a los hermanos de Torreblanca, que ya son de la casa. Mucha gente llenaba la placita que hay delante del templo y la propia calle San Luis, con verdadera expectación. Tras todo el cortejo y el acompañamiento musical a cargo de la Escolanía del Rosario de Santiago y el coro y trío de capilla del Dulce Nombre de Alcalá de Guadaíra, salió el pequeño pasito en el que iba el Cautivo, que era el de San Antonio de Padua de su misma hermandad, aunque adaptado para ser portado a hombros. Para ello, se le habían retirado los respiraderos y se estrenaba el revestido en plata de unos hachones que ya poseía la hermandad, labor llevada a cabo por Orfebrería Andaluza.
El Señor iba vestido con una túnica lisa de color morado y lucía las nuevas potencias de plata de ley con chapado en oro y pedrería fina, del mismo taller que el revestimiento de los hachones. En cuanto al exorno floral, estaba compuesto de rosas rojas colocadas con mucho gusto. No faltaba en el frontal de las andas un relicario con un fragmento del hábito de Santa Ángela de la Cruz.
Por el itinerario que desde hace unos años sigue la Hermandad de la Resurrección, el Cautivo tomó San Luis, Inocentes, San Blas, Infantes, Almirante Espinosa y Plaza de Monte-Sión, donde fue algo más sencillo contemplar el cortejo que tenía la cofradía, con la cruz de guía, el guión de la juventud, el estandarte de San Antonio, el guión sacramental y el estandarte corporativo.
Las hermandades del Viernes de Dolores y Sábado de Pasión acompañaron a la de Torreblanca en el cortejo, haciendo de esta forma partícipes a todas ellas de la primera ocasión en que una imagen de vísperas preside el Vía Crucis de las Cofradías. También iba una representación de la Cofradía de los Misterios de Trapani (Italia), con unos llamativos medallones de orfebrería.
Una vez en la antigua Plaza de los Carros, y con el cortejo girando a su izquierda de camino a la parte más estrecha de la calle Feria, el Cautivo se desvió ligeramente para llegar hasta la Capilla de Monte-Sión. Precisamente, el año pasado la imagen encargada de presidir el Vía Crucis fue la del Señor de la Oración en el Huerto (ver), por lo que se podría decir que los cofrades del Jueves Santo dieron en ese momento el relevo a los de Torreblanca, cuando el Cautivo se asomó a la pequeña capilla de Feria antes de seguir su camino.
Después, se pararía ante la puerta ojival de San Juan de la Palma y visitaría el Convento del Espíritu Santo antes de internarse por una abarrotada calle Santa Ángela para visitar el Convento de las Hermanas de la Cruz, parada obligada para la Hermandad de Torreblanca, por la estrecha vinculación de las religiosas con la cofradía y el barrio. Las hermanas incluso le cantaron al Cautivo, que posteriormente se marchó buscando la Plaza de la Encarnación.
Por la calle Alcázares, el Cautivo de Torreblanca salió a la Plaza de la Encarnación, donde lo esperaba una gran cantidad de gente, mayor si cabe que la que venía acompañándolo desde la salida. La Hermandad del Valle salió a las puertas de la Iglesia de la Anunciación para verlo pasar y las andas se volvieron en señal de cercanía entre ambas hermandades.
Después, desde Laraña y hasta el inicio de la calle Cuna, hermanos de las cofradías de vísperas fueron los encargados de llevar sobre sus hombros al Señor, sobre el que poco a poco caía la noche. De hecho, el alumbrado público estaba ya encendido cuando alcanzó la Plaza del Salvador, bajando después por Entrecárceles a la Plaza de San Francisco y discurriendo por la calzada situada junto al edificio de la antigua Audiencia, en lugar de por el centro de la plaza, como hizo el año pasado Monte-Sión. Dos señoras de habla francesa no parecían comprender demasiado qué estaban viendo, pero no paraban de hacer fotos con sus móviles. Ayer el Cautivo de Torreblanca viajó de alguna manera por todo el mundo.
El traslado de ida estaba llegando a su fin, pasando el Cautivo por Hernando Colón y Alemanes, para alcanzar Placentines, donde una representación municipal encabezada por el alcalde, Juan Espadas, y los líderes de los grupos de PP y Ciudadanos se ocupó de llevar las andas por la Plaza de la Virgen de los Reyes.
Las campanas de la Giralda repicaron cuando por fin, cinco años después de aquel Vía Crucis de la Fe suspendido por la lluvia, Torreblanca y su Cautivo se adentraban en la Catedral de Sevilla.
Y más lágrimas se derramaron en el interior de la Catedral, cuando los cofrades de Torreblanca vieron a su Cautivo discurrir por las naves de piedra del templo que es también su casa. La oración inicial del vía crucis, leída por una hermana, dio paso al rezo de cada una de las catorce estaciones, marcadas por otras tantas cruces de guía distribuidas a lo largo de la Catedral.
Este año, la cruz de guía que marcaba el lugar para el rezo de la primera estación era la del Silencio, que en su condición de hermandad primitiva encabezaría la retahíla de cruces que se iba a formar, estación tras estación, delante del Cautivo. A partir de ahí, se fueron sumando las de la Corona, Bellavista, la Cena, la Amargura, Santa Marta, el Cerro, los Estudiantes, San Bernardo, Monte-Sión, la Soledad de San Buenaventura, el Cachorro, los Servitas y la Soledad de San Lorenzo.
Por su parte, las hermandades encargadas de la lectura de cada estación fueron Pino Montano, San José Obrero, Jesús Despojado, San Pablo, los Javieres, la Bofetá, la Sed, el Buen Fin, los Negritos, las Cigarreras, la Esperanza de Triana, la O, la Resurrección y la propia Hermandad de Torreblanca.
Concluido el rezo de las catorce estaciones, todas las cruces de guía fueron colocadas ante el retablo mayor de la Catedral, donde el arzobispo, Juan José Asenjo, que había acompañado durante todo el vía crucis al Cautivo desde detrás de sus andas, iba a pronunciar la alocución final.
Comenzó el arzobispo refiriéndose a los padecimientos sufridos por Jesús, iniciados todos a raíz de un juicio injusto donde Pilatos, que cada año va junto al Cautivo de Torreblanca en su paso, dio muestras de un gran cinismo. Pero Jesús, dijo Asenjo, "muere rezando". Según explicó, "debemos buscar las razones últimas de lo que acontece en el Calvario, que no son otras que nuestros pecados, los de todas las generaciones que nos han precedido, los nuestros y los de las generaciones futuras". "Nuestro castigo vino sobre Él y sus cicatrices nos curaron", afirmó el arzobispo, quien añadió que con su muerte en la cruz, Jesús "nos regaló el don de la vida, la Eucaristía, la Iglesia a la que pertenecemos y a su Madre".
Para Asenjo, sin embargo, a todos esos dones solemos responder "con tibieza, mediocridad y pecado". "Es el pecado de nuestras injusticias, nuestro orgullo, nuestras blasfemias, nuestra indiferencia con los que sufren, nuestras infidelidades y nuestras mentiras".
Tras agradecer al Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla la organización del vía crucis, y a la Hermandad de Torreblanca que llevara a su Cautivo hasta la Catedral, el arzobispo Asenjo invitó a todos los cristianos en este tiempo de Cuaresma a la conversión. "Os invito a rasgar los corazones y no las vestiduras. Ésa ha de ser la tarea principal de la Cuaresma porque, sin conversión, todo lo demás es agitación estéril. Hace falta una conversión sincera, no un vulgar aderezo y un cambio cosmético; debemos volver a Dios".
Finalmente, Asenjo pidió a la Virgen, en cualquiera de las numerosas advocaciones con que la nombran las hermandades sevillanas, "que nos acompañe y ayude en esta tarea ineludible".
Tras la bendición final, el Cautivo giró a su derecha para rodear la zona del altar mayor y pasar por delante de la Capilla Real antes de abandonar la Catedral por la Puerta de los Palos. El Cautivo se vio cara a cara con la Virgen de los Reyes, con la Patrona de la Archidiócesis, en un instante que quedará para siempre en la memoria de los cofrades de Torreblanca, que cantaron la Salve y realizaron una ofrenda floral antes de emprender el regreso a Santa Marina.
Pasaban algunos minutos de las diez de la noche cuando el Cautivo de Torreblanca salía por la Puerta de los Palos a una Plaza de la Virgen de los Reyes que aún a esa hora, y pese a ser un día laborable, reunía a un considerable número de personas. De nuevo repicaron las campanas de la Giralda, ahora para despedir a un Señor maniatado que quién sabe cuándo volverá a pisar las naves de la Catedral.
Desde Virgen de los Reyes, y ahora sólo con el acompañamiento del trío de capilla, la cofradía tomó Placentines y Alemanes para después subir la Cuesta del Bacalao hacia el último tramo de Placentines y la calle Francos.
A un ritmo bastante más acelerado que en el camino de ida, el Señor Cautivo salió a la Cuesta del Rosario, donde los cofrades de Trapani pudieron portarlo sobre sus hombros hasta que fueron relevados antes de girar a Jesús de las Tres Caídas. Con un "grazie" y un abrazo todos ellos agradecieron a la hermandad el haberles permitido participar de esta manera en este vía crucis.
Posteriormente, el Cautivo pasó por la Alfalfa, y por Sales y Ferré salió a la Plaza del Cristo de Burgos y a Doña María Coronel, calle que prácticamente recorrió completa en un par de chicotás. Tras girar a Bustos Tavera, sólo le quedaba una línea recta hacia San Luis, pasando por la Plaza de San Marcos.
Finalmente, el Cautivo llegó a la que es su casa en el centro, la Iglesia de Santa Marina, rodeado por bastantes personas que asistieron a la entrada que puso fin a este día tan especial para la Hermandad de Torreblanca.
Antes de entrar, los hermanos que lo portaban en ese momento lo giraron para que atravesara la puerta ojival mirando hacia la calle, la que lo había estado arropando durante algo más de siete horas por las calles de Sevilla.
A las 0,18 de la noche, Torreblanca cerraba las puertas de Santa Marina y, con ellas, un capítulo que se recordará por siempre en los anales de la que es una cofradía joven en años, pero de sobra sabia y experimentada.
Puede que ayer Sevilla no "descubriera" al Cautivo, porque quien lo quiere conocer, a Él y a su Madre, la Virgen de los Dolores, ya los conoce perfectamente desde hace mucho tiempo. Quizá lo que Sevilla descubrió, si acaso no lo sabía, es que Torreblanca sabe hacer las cosas tan bien como la que más, con un cuerpo de hermanos que dio ejemplo de saber estar y de acompañar con auténtica fe y devoción al que recoge los anhelos y los sufrimientos de todo un barrio. Y eso gracias a las manos de un hombre, Jesús Méndez Lastrucci, al que se le pudo ver realmente emocionado en distintos puntos del recorrido.
El que soportó el castigo que debía ser para nosotros, el que con sus cicatrices nos cura cada día, como dijo el arzobispo en la Catedral, también vive en Torreblanca. Y ayer, después de unas jornadas residiendo en la casa mudéjar que tiene en la calle San Luis, recorrió el centro, lo hizo suyo y permitió que su hermandad viera saldada una deuda pendiente.
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