Jueves de Corpus en Sevilla. Una mañana siempre preciosa en una ciudad que, con gran acierto, ha mantenido la tradición de celebrar esta fiesta en su día, y que, tras una época de cierta crisis, vive un periodo de renovado esplendor, gracias en gran parte al esfuerzo del Ayuntamiento, que lleva varios años apostando fuertemente por las vísperas y por reforzar los concursos de altares, balcones y escaparates, lo que se ha traducido en un aumento de la participación después de algunas ediciones de auténtica tristeza en este sentido.
Mención aparte merecen las portadas que se instalan en la Plaza de San Francisco, verdadero epicentro de la fiesta, colocadas a ambos lados del altar que preside la Virgen de la Hiniesta Gloriosa. Este año los diseños de una y otra portada han sido diferentes al estar dedicadas a dos hermandades de la ciudad. La situada frente al Banco de España reproducía la fachada de la Capilla de los Ángeles por el 625º aniversario de la Hermandad de los Negritos y la Coronación Canónica de Nuestra Señora de los Ángeles; la que daba a la calle Sierpes se dedicaba a la Hermandad de la Sed por su medio siglo de vida y estaba inspirada en la fachada de la Parroquia de la Concepción.
El Señor de la Cena acababa de llegar al Palacio Arzobispal para situarse como el último altar del recorrido cuando por la Puerta de San Miguel de la Catedral comenzaba a salir la procesión eucarística, iniciada por los Niños Carráncanos y el guión sacramental de la Hermandad del Sagrario. "¿Por qué se llaman Carráncanos?", preguntaba un niño a su padre por la Avenida de la Constitución. "Pues no sé. Será porque son los que arrancan", respondía en broma el padre. Pues justo es así. Son los Niños Carráncanos porque son los que "arrancan" la procesión, los que la encabezan; tanto la del Corpus como la de la Virgen de los Reyes el 15 de agosto.
El primer tramo de la que es la procesión más importante de todas las que salen a las calles en Sevilla cada año (y son unas cuantas), lo conforman las hermandades de gloria, ordenadas desde la más moderna a la más antigua. Entre ellas estaba la Hermandad de Nuestra Señora de la Cabeza, filial de la de Andújar, que estrenó para esta procesión su nuevo guión de Caminos, bordado en el taller de Santa Clara con pintura central de Pedro J. López Marcos y orfebrería de Artesanía Santos.
En el orden por antigüedad de las cofradías letíficas, la última es la de la Virgen de los Reyes Patrona de los Sastres. La salida de su estandarte anunciaba la del primer paso de la procesión, el de Santa Ángela de la Cruz, que se incorporó hace ya diez años al cortejo. Aquel primer año salió otra talla, pero en 2010 se estrenó la actual, obra de José Antonio Navarro Arteaga.
Al tener a la fundadora de las Hermanas de la Cruz como titular, la Hermandad de la Amargura es la que se encarga de portar el paso con sus costaleros guiados por el capataz de la Virgen de la Amargura, Alejandro Ollero. También se encarga del exorno, contando para ello con jarras y candeleros del paso de palio, así como la peana de sus besamanos. Las flores que adornaban este paso eran lisiantum, claveles, lilium, margaritas y astromelias, todo ello de color blanco.
El cielo parecía algo cubierto en los primeros momentos de la procesión, en los que Santa Ángela volvió a ser la primera imagen en cruzar las portadas de la Plaza de San Francisco y en pasar por delante de los doce altares montados este año.
Tras el paso de Santa Ángela de la Cruz comenzaba el largo discurrir de las hermandades de penitencia que no tienen carácter sacramental, ordenadas ahora según su día de salida.
La Hermandad de Pasión y Muerte era la primera y, a partir de ahí, el resto de cofradías hasta el Silencio. Llamó la atención, por cierto, que las cofradías del Martes Santo estaban colocadas según el orden de paso que han tenido este año en la carrera oficial.
El Silencio cerraba el primer tramo de hermandades de penitencia, donde como siempre hubo algunas con un número de hermanos realmente elevado. Hay muchos que se siguen quejando año tras año de tal cantidad de acompañantes. Pero, ¿se quejan también en Semana Santa del número de nazarenos? Si establecemos una comparativa simple, la procesión del Corpus, con nueve pasos que perfectamente se pueden ir buscando por la amplia avenida y una duración total desde los Niños Carráncanos a la Custodia de Arfe de unas dos horas y media, es muchísimo más soportable.
El segundo paso, el de las Santas Justa y Rufina, ha estado este año a cargo de la Hermandad de la Esperanza de Triana, según el turno de cofradías penitenciales trianeras que se ocupan cada año de estas mártires del viejo arrabal.
Cada año se observa lo mismo y no parece que en el Cabildo Catedral estén demasiado preocupados por ello: el estado de conservación de este paso (no sólo de este paso, pero aquí es más evidente) es bastante deficiente. No estaría mal una restauración que, por las dimensiones de las andas, no ha de ser demasiado compleja.
El capataz de la Esperanza, Juan Manuel López, lo fue también en esta ocasión de las alfareras trianeras talladas por Pedro Duque Cornejo en el siglo XVIII. El pequeño paso estaba adornado con claveles y astromelias rosas, y estátice morado.
Tras las Santas Justa y Rufina continuaban las hermandades de penitencia no sacramentales, empezando por el Calvario, y ya comenzaban las sacramentales, ordenadas ahora sí por su antigüedad, hasta llegar a la Estrella.
“El del libro es San Isidoro”, daban ganas de decirle a más de uno que se mostraba convencido de que el santo que ocupa el tercer paso es su hermano San Leandro. El ejemplar de las Etimologías que sostiene en sus manos es la pista clave para distinguir esta talla atribuida a Duque Cornejo con ropajes de plata de la que representa a San Leandro, de igual estilo, autor y materiales.
Pero, si hacía falta alguna pista más, ahí estaban en el paso diferentes enseres pertenecientes a la Hermandad de San Isidoro, que es la que se encarga del exorno de este paso, así como la medalla de la cofradía del Viernes Santo en los capataces que lo comandaban.
En las jarras del paso de palio de la Virgen de Loreto y en el friso de este paso de faldones blancos de damasco veíamos rosas, claveles, lisiantum y espigas de trigo.
El Buen Fin era la hermandad que iba detrás del paso de San Isidoro. Y entre los hermanos que formaban parte del acompañamiento con cirio rojo se encontraba el actor Antonio Garrido, contraguía del paso del crucificado de esta cofradía del Miércoles Santo.
Justo detrás del estandarte de la Hermandad del Santo Entierro venía, esta vez sí, San Leandro, que como el anterior fue arzobispo en la Sevilla visigoda. Dos hermanos, dos arzobispos y dos santos. O cuatro santos más bien, ya que la familia contaba con otros dos hermanos (Fulgencio y Florentina), elevados también a los altares.
La Hermandad de la Macarena es la que tradicionalmente se encarga de este paso, que es prácticamente igual que el anterior. El capataz José María Rojas Marcos iba mandando ante estas andas, adornadas fundamentalmente con margaritas y lisiantum de color blanco.
Como los pasos anteriores y los que restaban, a su llegada a la Plaza de San Francisco su discurrir hacia Sierpes fue acompañado por los cánticos de una coral ubicada a la derecha del altar de la Virgen de la Hiniesta.
Con el quinto paso, el de San Fernando, precedido por las hermandades sacramentales que van, según su antigüedad, de la de San Gil a Pasión, y por la representación de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire con la réplica del pendón de Castilla, se incorporó la música al cortejo de la procesión del Corpus de la Catedral mediante la presencia de la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla, bajo la dirección de Francisco Javier Gutiérrez Juan.
La banda, que la noche antes había ofrecido el tradicional concierto de vísperas en la Plaza de San Francisco antes de la llegada de la Hiniesta, interpretó por la Avenida de la Constitución marchas propias de la festividad como “Corpus Christi” o “Triunfal”, además de otras composiciones que forman parte de su repertorio procesional.
El paso del Rey Santo al que Sevilla le debe 771 años ininterrumpidos de fe cristiana venía adornado con claveles rojos y margaritas del mismo color, todo ello salpicado de espigas de trigo, según el exorno floral colocado por la Hermandad del Beso de Judas, que tiene a San Fernando como titular. Paco Reguera ejerció de capataz del paso presidido por una imagen de talla completa de Pedro Roldán (1671) a la que, sin embargo, se le reviste con un manto de terciopelo rojo para hacer más solemne su salida a las calles.
Hay que subrayar que por primera vez el paso llevó a los pies de la talla una reliquia del propio San Fernando, colocada en un relicario dorado.
A partir de aquí, la distancia entre los pasos se reduce considerablemente, especialmente entre San Fernando y la Inmaculada Concepción, separados únicamente por la Banda Sinfónica, representaciones civiles varias y el Consejo General de Hermandades y Cofradías, encabezado por primera vez en esta procesión por Francisco Vélez como presidente después de ganar las elecciones el pasado mes de noviembre.
La talla de la Inmaculada Concepción que va a en el sexto paso es la que talló en el siglo XVII el imaginero Alonso Martínez. De su ornato se encarga, por la advocación de la imagen, la Hermandad del Silencio, que utilizó para ello diversos enseres de su paso de palio y un exorno floral a base de claveles, astromelias, antirrhinum, espigas de trigo y algún racimo de uvas.
Detrás del paso de la Inmaculada concluye el discurrir de las hermandades de la ciudad con las que tienen como sede templos elevados a basílicas. Son el Cachorro, María Auxiliadora (la Trinidad no va aquí porque el templo de la Ronda está dedicado a la advocación salesiana), el Gran Poder y la Macarena.
Y detrás, van la Asociación de Fieles de Nuestra Señora de los Reyes y San Fernando, y la Hermandad Sacramental del Sagrario justo antes del paso del Niño Jesús de Martínez Montañés (1606) que pertenece a la propia corporación y del que obviamente se ocupa tanto para portarlo como para adornarlo, este año con diversas especies florales de color blanco y verde.
La bellísima imagen del Niño Jesús del Sagrario, inspiración de centenares de tallas que llegaron y siguen llegando tras ella, vestía bajo su templete de plata con campanitas en las esquinas interiores la túnica de terciopelo rojo bordada en oro.
El cortejo continuaba con la delegación diocesana de Laicos, Acción Católica, Cáritas, los seminaristas, las órdenes terceras, los diáconos y las comunidades religiosas presentes en Sevilla, que daban paso a la llamada Custodia Chica, la que alberga una de las espinas de la corona que le impusieron a modo de burla a Jesús.
La Hermandad del Valle, que representa precisamente la escena de la Coronación de Espinas en el primero de sus misterios y que conserva también una reliquia similar, es la encargada de este octavo paso, que estaba adornado con claveles rojos salpicados de romero.
Esta custodia de pequeño tamaño procede del Convento de Santa María del Vado, de Gibraleón. Francisco de Alfaro la realizó en 1590 y la Catedral de Sevilla la adquirió en 1756, añadiéndose poco después la reliquia de la Santa Espina donada por el cardenal Rodrigo de Castro, a quien se la había dado María de Austria, hermana de Felipe II.
Por fin, avanzaba por la Avenida el último de los pasos, el principal, el que da sentido a la procesión: la Custodia con Jesús Sacramentado, una grandísima obra de arte labrada en plata durante siete años, de 1580 a 1587, por Juan de Arfe, quien realizó una custodia de cuatro cuerpos de altura con un peso de 300 kilos.
Venía precedida por el Tribunal Eclesiástico, el clero secular, la curia diocesana, la Universidad de Curas Párrocos, la Coral de la Catedral, los Niños Seises, la Real Maestranza y el Cabildo Catedral. Es el único paso que se desplaza sobre ruedas, gracias a varias personas que van debajo.
Numerosísimas personas llenaban la Avenida y la Plaza al paso de la Custodia. Suele ocurrir que los primeros tramos de la procesión van algo más desangelados de público y conforme avanza el cortejo se van llenando las calles. Con el Santísimo delante, muchos devotos se arrodillaban en señal de respeto. Hay que volver a insistir: es la procesión más importante de todo el año.
En cuanto al exorno floral de la Custodia de Arfe, contaba fundamentalmente con claveles y ramitas de romero, además de espigas de trigo y racimos de uvas colocados en diversos puntos de la monumental obra.
Detrás, no estuvo durante la procesión el arzobispo, Juan José Asenjo, aún afectado por un reciente bache de salud, aunque sí presidió la solemne eucaristía en la Catedral. En el cortejo sí estuvo el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, acompañado del deán de la Catedral, Teodoro León, antes de la Policía Local de gala, la Corporación Municipal presidida por el alcalde, Juan Espadas, la provincial y finalmente la compañía de honores del Ejército con banda de música.
La mañana de Corpus daba paso poco a poco al mediodía cuando, por el Salvador, Francos, Argote de Molina, Alemanes y la rebautizada calle Cardenal Carlos Amigo regresaba a la Catedral por la Puerta de los Palos la procesión. Tras los honores militares en la Plaza de la Virgen de los Reyes, la Custodia entró en la Catedral en torno a las doce y media.
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