No sé si alguna vez he tenido ocasión de contar en este blog una anécdota que viví una noche de Martes Santo, ya por la hora Miércoles, viendo el paso de misterio de la Bofetá por la Plaza del Duque de vuelta a San Lorenzo. Una mujer explicaba a su hijo con todo detalle quién era cada personaje del paso, lo que sucedía en él, lo que dijo Jesús, lo que motivó la bofetada del sayón, la respuesta del Señor...
El niño atendía con verdadero interés lo que su madre le narraba. Ese niño, gracias a su madre y por mediación de la cofradía, se estaba evangelizando. Sí. La evangelización es uno de los fines primordiales de cualquier cofradía; la formación a través del culto público. Ese niño podría haber sido yo. Lo fui de hecho cuando, por las calles de Jerez, atendía también las explicaciones sobre lo que ocurría en cada paso, en cada escena de la Pasión que sale a evangelizar.
Porque fue viendo cofradías el modo en que yo aprendí todo sobre la historia más grande jamás contada. Viendo cofradías supe quiénes eran Anás, Herodes, Caifás, Dimas y Gestas, Pilatos, la Verónica... Supe lo que había hecho Judas, supe cómo Pedro negó al Señor, supe cuáles son las siete palabras de Jesús en la cruz... Evangelización se llama. Quizá todo eso se aprenda también en la iglesia, asistiendo a los Oficios. Evidentemente que sí. Y por supuesto leyendo los textos sagrados. También.
Yo lo aprendí en la calle, viendo cofradías, leyendo libros de cofradías, viendo vídeos de cofradías, recortando las fotos de los pasos en el periódico, confeccionando mis propios pasitos con una caja de pañuelos, retales de tela y un crucifijo, montando pequeños palios de papel coloreado con pajitas envueltas en papel de aluminio a modo de varales y muñecos de Playmobil asomando sus pies por debajo como costaleros, golpeando con los dedos bajo la mesa de la cocina para imitar el redoble de los tambores de una banda mientras mi madre me preparaba el desayuno, diseñando infantiles itinerarios por las habitaciones de mi casa, donde cada hermandad tenía su templo, que es lo que yo veía donde, sin imaginación, los demás veían una cama, una mesa o un armario ropero...
Ése fue mi proceso de evangelización, siempre, todo el año, con la mente puesta en esta semana grande que a los cofrades nos da la vida, la ilusión y, sí, la fe, la formación, el conocimiento. Como oí decir una vez, los cofrades contamos los años por Semanas Santas. ¿Obsesión? no. Devoción.
Así que no, amigos. Hoy no es Domingo de Ramos y la Semana Santa sin cofradías no es Semana Santa. Como el cumpleaños de un niño no es cumpleaños si no va acompañado de la fiesta infantil con sus hermanos, primos y amigos que todo niño merece. Y vuelvo aquí a los niños. ¿Por qué no? Si hay una celebración que, pasen los años que pasen, con más rotundidad nos devuelve a la infancia, ésa es la Semana Santa.
Todos volvemos a ser los niños que fuimos cuando nos reencontramos con nuestras cofradías en los lugares donde las disfrutamos entonces de la mano de nuestros padres, escuchando sus explicaciones, aprendiendo, evangelizándonos con ellos. En esta esquina veíamos todos los años esta cofradía... Aquélla era la casa de mi abuela y nos juntábamos toda la familia con ella el día de la salida de nuestra hermandad... Allí mi padre me contó el miedo que sentía al ver a "Padre Dios" muerto en la urna... Mi tío siempre nos daba en este punto una estampita... Mi madre tiene una foto de niña en esta misma calle, a esta altura, llevando un cáliz... Aquí me vestí por primera vez de nazareno... Ahí desayunábamos todos juntos el Viernes después de haber estado acompañando a Jesús... ¿Ves este puesto bajo el paso? Era el de mi padre...
No. Lo siento. No puedo ni quiero callarlo. La Semana Santa sin cofradías no es Semana Santa y hoy no es Domingo de Ramos. Excomúlgueme quien quiera si procede, o acúsenme de falta de eclesialidad. Hagan lo que quieran. Digan lo que les parezca. El niño que fui está loco por comerse las calles buscando cofradías, de llenarse los cinco sentidos y el alma de Semana Santa, de volver a escuchar las explicaciones de mis padres para transmitírselas a mi hijo. Para evangelizarlo como hicieron conmigo, como a mí me enseñaron. Lo dijo el poeta Joaquín Caro Romero: "La vida es una semana". Y toda la vida cabe en esa semana.
Totalmente de acuerdo con usted. ¡Bravo!
ResponderEliminar