La Santa Misión de la Hermandad del Gran Poder tuvo su cierre el sábado con la celebración eucarística de acción de gracias presidida por el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses, y que contó con la presencia del cardenal y arzobispo emérito, Carlos Amigo Vallejo. Para esta función, el Señor del Gran Poder presentó una estampa muy distinta a la mostrada estas últimas semanas en Los Pajaritos, la Candelaria y Amate, dado que estaba sobre su paso, con la túnica llamada de los devotos, realizada en 2019 por el Taller de Santa Bárbara reproduciendo la de Francisca de Paula Zuloaga de 1817, y con las potencias de filigrana de plata dorada y amatistas de 1860.
Así salió por la tarde, ya de noche, de vuelta a su Basílica. La hermandad podría habernos regalado la contemplación del Señor sobre su paso a plena luz del día, como ocurrió en 2016 (ver), aunque entonces fue la lluvia la que permitió verlo de día. Sin embargo, en esta ocasión la salida se produjo a las siete de la tarde, lo que en noviembre y tras el cambio de hora, significó que al Gran Poder no le iba a dar ni siquiera un último resquicio de claridad.
El cortejo fue tremendamente extenso, ya que estaba formado por diez tramos encabezados, por este orden, por la cruz de guía, la reliquia de Fray Diego José de Cádiz, la bandera negra, la reliquia del Cardenal Spínola, la bandera pontificia, el guión de la Epifanía, el tintinábulo y el conopeo, el guión de la caridad, el libro de reglas y el estandarte corporativo.
Desde mucho antes de la salida ya estaban llenas de gente la avenida de la Constitución, la plaza Nueva o la plaza de la Campana. Auténticas bullas, esperables, pero que, también esperable, hicieron muy difícil disfrutar de la presencia del Señor en las calles para cualquier cofrade de a pie, que es lo que este Periodista Cofrade es, dado que no abusa de acreditaciones de prensa (hay que redefinir qué es prensa) más o menos justificadas.
La "cultura de la bulla" es un concepto que Sevilla se inventó hace años para hacer ver que al sevillano que se precia de serlo no le molestan las grandes concentraciones de gente viendo cofradías. Lo cierto es que le molestan igual que a cualquier hijo de vecino, sea de donde sea o de donde quiera ser. Pero ahí ha quedado ese concepto que, en bullas inmensas como las del sábado, se pone permanentemente a prueba.
Menos romanticismos. Si para ver en primera, segunda o tercera fila al Gran Poder el sábado había que estar desde dos horas antes (o más) a pie quieto debido a la famosa bulla y para después moverte tenías que armarte de paciencia... ni "cultura de la bulla" ni gaitas. Si encima añadimos a todo eso la nueva moda de Protección Civil de pasar en moto ante la cruz de guía para echar a la gente a los lados (o te quitas o te atropellan) y la de aforar determinadas calles como la absurda medida policial de impedir el acceso a la plaza de San Lorenzo desde la calle Cardenal Spínola para ver la entrada... pues el famoso concepto que encierra el increíble razonamiento de "la bulla no molesta porque el sevillano se sabe mover en ella muy bien" no cuela se mire por donde se mire. Se mueve, si le dejan moverse; y no le dejan porque hay bulla, lo que nos lleva al argumento inicial: la bulla no le gusta a nadie y es un impedimento para el disfrute viendo cofradías.
Al margen de todo lo anterior, para el recuerdo quedará está salida extraordinaria del Gran Poder; la primera vez que lo vimos en la calle con la túnica de los devotos, las interpretaciones (excesivamente reiterativas) de la Banda Municipal en la plaza Nueva, las marchas de la Centuria Macarena (muy desconocidas, pero elegidas para mayor honra y gloria de su director) y el discurrir del Señor por la Iglesia de San Antonio de Padua, donde la Hermandad del Buen Fin tuvo el acierto de colocar a su crucificado en el atrio para que ambas imágenes estuvieran frente a frente. El Gran Poder devolvió así las visitas que el Buen Fin hace a la Basílica cada Miércoles Santo.
La Santa Misión ha terminado, el Señor está de vuelta a su Basílica y ahora los hermanos, los cofrades y los vecinos de los barrios visitados tendrán que madurar lo vivido y, lo más importante, ver si realmente ha servido para evangelizar, para cambiar algo. Eso en lo que se refiere a la Santa Misión. La otra, la misión con minúsculas, la diaria, la que no sale en los medios ni va a acompañada de traslados ni salidas extraordinarias, sigue y seguirá. Que sea para bien.
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