La Hermandad de las Aguas, como San Esteban o los Panaderos, parece vivir anclada en unos años atrás, cuando razones médicas (por cierto, hoy bastante cuestionadas) aconsejaban evitar los besamanos y besapiés, y se inventó aquello de las veneraciones. Es eso o es que la hermandad prefiere que los devotos se acerquen, sí, pero no demasiado.
El caso es que la corporación del Lunes Santo celebró este fin de semana, tras el vía crucis del viernes (ver), un acto impreciso que consistió en colocar al Cristo de las Aguas y a la Virgen del Mayor Dolor en posición de besapié y besamanos respectivamente, pero sin permitir ni besar el pie ni besar la mano. Y a eso lo volvieron a llamar veneración, como si las imágenes el resto del año estuvieran metidas en un armario empotrado cerrado con diez candados y no se les pudiera venerar en el día a día de su capilla. ¿Hasta cuándo durará este absurdo?
Por todo ello, comentamos que para este culto sin nombre el Cristo de las Aguas fue ubicado detrás, ante el cortinaje de damasco rojo que cubría el retablo mayor, entre blandones de plata con cera morada y jarras del paso de palio de la Virgen de Guadalupe con diversas especies florales del mismo color. La cruz, como en el vía crucis, no llevaba los casquetes de orfebrería en sus extremos.
Por su parte, la Virgen del Mayor Dolor se situó delante, sobre una fina peana con una media luna y entre candelabros, pequeños faroles y centros florales con las mismas especies mencionadas. La dolorosa vestía saya morada y su habitual manto de salida de terciopelo negro, piezas ambas bordadas en oro.
En la cabeza tenía la corona de plata y en el pecherín un puñal de gran tamaño. Y para dejar claro que las manos se miraban pero no se tocaban, tenía un rosario en cada una y además con la derecha sujetaba un pañuelo blanco de encaje. Por último, hay que indicar que bajo los pies de la Virgen había una alfombra y que el estandarte corporativo se ubicó en el lado izquierdo del montaje.
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