Sin embargo, la Cuaresma es también el momento en que se multiplican los agoreros de la meteorología, amparados en ocasiones por algún que otro medio de comunicación que parece disfrutar poniendo mal cuerpo al personal con las catastróficas predicciones de las cabañuelas, que este año apuntan a un panorama sombrío con una Semana Santa llena de lluvias, tormentas y vientos varios. Y, claro, tu ilusión de ir día tras día descontando una cifra más en nuestro calendario cofrade se convierte en temor ante tan fatales previsiones.
Intentas convencerte a ti mismo de que los cabañuelistas no son científicos y que incluso los que lo son se equivocan no ya de un día para otro, sino incluso de unas horas para otras, como pasó el Jueves Santo de 2002 (cuando varias hermandades se quedaron sin salir y después no cayó una gota) o el Martes Santo de 2007 (cuando La Candelaria, La Bofetá y Santa Cruz salieron a las calles confiadas en que no llovería y les cayó la mundial, por no hablar de lo del Cerro a mediodía). Pero lo cierto es que los agoreros cabañuelistas y quienes se hacen eco de sus predicciones ya te han torcido tu feliz camino hacia el Viernes de Dolores.
Señores aficionados a la meteorología y medios de comunicación, hagan el favor de dejarme disfrutar de la Cuaresma como merezco después de un año de espera. El tiempo sólo me interesará cuando llegue el 15 de abril, abra la ventana y mire al cielo. Y lo mismo el 16 y el 17, y así hasta el 24, Domingo de Resurrección, en que, si Dios quiere, el amanecer me pillará en la calle, junto al Señor de Santa Marina y la Virgen de la Aurora. Todo lo demás, sus noticias y sus informaciones sobre posibles lluvias y tormentas me sobran; no las necesito en mi ilusionante travesía, este año más larga que nunca, hacia la gloria, como dijera Carlos Herrera. Si no es mucho pedir, déjenme disfrutarla.
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