Detalles, todo detalles de relativa importancia. Sevilla el pasado jueves volvió a vivir un ambiente distinto, de fiesta grande en pleno centro y con temperaturas muy agradables gracias, por un lado, a que la procesión sale muy temprano, y por otro, al aire que corría de vez en cuando haciendo de la mañana de Corpus un momento para disfrutar con la que se considera la procesión más importante de la ciudad. Jesús Sacramentado salía a las calles. Eso era lo más importante.
Miles de personas integraron un cortejo compuesto nada menos que por nueve pasos. Los cinco primeros, los que están separados por las representaciones de todas y cada una de las hermandades de la ciudad, tienen una distancia entre sí de unos veinte minutos o media hora. Los cuatro últimos, sin embargo, van más seguidos y salen cuando ya todo el cortejo está en la calle, con lo que la velocidad se acelera.
La clave de la extensión del cortejo está en las excesivamente numerosas representaciones de muchas hermandades. Unas representaciones que en algunas ocasiones no guardan el debido respeto que sería de esperar. Por la Avenida, unos jóvenes cofrades de una de las hermandades rocieras de la ciudad hablaban a voces sobre unos exámenes y sobre una profesora que algunos de ellos compartían. Es sólo un ejemplo, pero se podrían poner más.
Entre las hermandades con mayor número de hermanos en la procesión podríamos citar los Gitanos, San Benito, la Esperanza de Triana, el Beso de Judas... A lo que hay que añadir que algunas cofradías no llevaban únicamente sus estandartes corporativos, sino también alguna insignia sacramental.
Los niños carráncanos abrían, con la esquila y hachetas de cera roja, el amplísimo cortejo de la procesión del Corpus, seguidos por las hermandades de gloria de la ciudad colocadas por orden de antigüedad. Se trata de las cofradías letíficas que no tienen también carácter penitencial ni sacramental. Por primera vez vimos en la procesión a la Hermandad de San Hermenegildo.
Claveles rosas conformaban el exorno floral de este paso, que fue el primero en atravesar las portadas instaladas este año, que reproducían el Arco de la Macarena y la fachada de la Parroquia de San Sebastián, por el 50 aniversario de la coronación canónica de la Esperanza y el 75 aniversario de la Hermandad de la Paz, respectivamente. También fue el primer paso en parar ante el altar de la Virgen de la Hiniesta Gloriosa en el Ayuntamiento.
El estandarte del Silencio era, por tanto, el que antecedía al paso de las santas Justa y Rufina, las hermanas alfareras trianeras que fueron encarceladas, torturadas y martirizadas en la Híspalis romana. Precisamente, el hecho de proceder de Triana hace que sea una hermandad de este antiguo arrabal la encargada cada año de exornar y llevar el paso. En esta ocasión le ha correspondido a la Hermandad de la O, que ha utilizado cuatro candeleros y cuatro jarras de su paso de palio. Los Ariza fueron los responsables de comandar el paso, que estaba adornado con claveles rosas con espigas de trigo salpicados en las jarras. El año que viene será Pasión y Muerte la hermandad que lleve a las santas patronas.
La representación de la Hermandad de la Estrella iba delante del tercer paso, el de San Isidoro, del que se encarga cada año la Hermandad de las Tres Caídas, de la Parroquia de San Isidoro. Por ello, utilizaron candeleros y jarras del paso de palio de la Virgen de Loreto, siendo el capataz precisamente el que cada Viernes Santo comanda el paso de esta dolorosa, Manuel López. Claveles blancos adornaban el paso del que fuera arzobispo de Sevilla y autor de las Etimologías, obra en la que reunió todo el saber de su tiempo.
La Hermandad de la Macarena se encargó de este cuarto paso, adornado con rosas blancas y azucenas, entre otras especies. Antonio Santiago comandó el paso de San Leandro, que suscitaba a su paso comentarios muy curiosos de la gente que no sabía muy bien qué santo era el que estaban viendo. Un hombre decía que éste era San Isidoro, de lo que estaba segurísimo; otro lo identificaba como San Fernando; aunque la opinión más llamativa fue la de un hombre que, convencido, le dijo a su hijo: "Éste es San Isidro Labrador". Pues eso, San Leandro, como siempre, iba en el cuarto paso de la procesión del Corpus.
El siguiente era, ahora sí, el de San Fernando, que venía precedido por el resto de hermandades sacramentales, representaciones de los ejércitos y comandante militar con el pendón de San Fernando.
La Hermandad del Beso de Judas, que tiene al Rey Santo como titular, se encargó de este paso, exornado con variadas flores de color rojo, a juego con su manto. Carlos Yruela mandaba delante del paso, el primero que venía acompañado musicalmente, y nada menos que por la Banda Sinfónica Municipal de Sevilla bajo la batuta de Francisco Javier Gutiérrez Juan. La marcha "El Corpus" fue la primera que sonó en la Avenida de la Constitución. Después, al llegar a la Plaza de San Francisco, la banda tuvo el detalle de interpretar "Madre Hiniesta" mientras San Fernando pasaba delante de la Patrona del Ayuntamiento. Encuentro de patrones ante el Consistorio.
Y tras los trajes y chaqués, el paso de la Inmaculada Concepción de Alonso Martínez, que por aquello de la advocación está a cargo de la Hermandad del Silencio, siendo Antonio de León y Fernando Fernández Goncer los capataces. Claveles blancos en el friso y en las jarras (pertenecientes al palio de la Concepción) adornaban el sexto paso del Corpus.
José Manuel Díaz fue el capataz de este paso del que llamaba la atención el sonido de las cuatro campanitas situadas en el interior, en las esquinas de su templete. Siempre sorprende el extraordinario colorido de este paso, iluminado con candeleros de cera roja y con una gran cantidad de flores de variadas especies y colores.
La Hermandad del Valle, que da culto a otra reliquia de la Santa Espina y que tiene al Cristo de la Coronación de Espinas entre sus titulares, llevaba este paso. Claveles rojos salpicados de romero, además de varios racimos de uvas y espigas de trigo decoraban este sencillo paso que comandó Juan León, que es precisamente el capataz del paso de la Coronación.
La enorme Custodia de plata de Juan de Arfe, que se desplaza sobre ruedas, venía adornada con claveles blancos, espigas de trigo y racimos de uvas atados con lazos blancos en diversas partes de la gran obra de arte que cobija a Jesús Sacramentado, ante cuyo paso muchas personas se arrodillaban como muestra de respeto y devoción ante el Cuerpo de Cristo.
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