La Sevilla cofradiera vivió ayer una de esas grandes citas que quedan para la historia devocional de la ciudad, en este caso con el Cautivo de San Ildefonso, una de las imágenes que concita mayor devoción, pese a no ser titular de ninguna hermandad ni salir procesionalmente en Semana Santa.
Pero ayer quedó claro una vez más que no le hace falta para arrastrar tras de sí a sus fieles, a los que acuden a verle en San Ildefonso, especialmente cada viernes. Y todo ello, con el Cautivo sobre un paso, en lugar de sobre las andas en las que sale los años en que celebra su vía crucis por las calles.
En concreto, para este vía crucis, de carácter extraordinario por el CLXXV aniversario de la bendición de la Iglesia de San Ildefonso, el Cautivo recorrió las calles de la feligresía sobre el paso de San Juan Bosco de la Archicofradía de María Auxiliadora, cedido gentilmente para la ocasión.
A las seis y media de la tarde comenzó el vía crucis, rezándose la primera de las estaciones en el interior del templo, con el paso ante el presbiterio.
A continuación, el cortejo se puso en camino, encabezado por cruz alzada entre ciriales y con la participación de los estandartes corporativos del Beso de Judas, la Hermandad de los Sastres y la Sacramental de San Ildefonso. Detrás iba la Escolanía de María Auxiliadora y después los acólitos con cuatro ciriales antes del paso.
El Cautivo vestía su túnica de terciopelo burdeos con bordados en oro, el escapulario con la cruz trinitaria y potencias doradas. El exorno floral, muy conseguido, se componía de flores de diferentes especies y tonalidades, principalmente claveles, rosas, lirios y estátice.
En el momento de la salida, llamó la atención que un grupo de personas a un lado del templo se empeñaran en aplaudir tanto durante la bajada de la rampa hasta la calle, como incluso cuando el paso se detuvo y se volvió a levantar, siempre a pulso. La mayoría de los presentes hicieron notar su contrariedad y lo cierto es que después no se volvieron a escuchar palmas, ni mucho menos piropos como el "¡guapo!" que le dirigió una señora al Cautivo.
Nada más salir, el Señor se acercó hasta la puerta del Convento de San Leandro que hay frente a San Ildefonso, donde las hermanas agustinas le dedicaron unos cánticos. Después se leyó la segunda estación del vía crucis e incluso se escuchó una saeta. A continuación, el Cautivo emprendió su recorrido en dirección a la calle Boteros, entre una gran cantidad de personas.
“Parece que el paso esté hecho para el Cautivo”, comentaba
una mujer viéndolo pasar. Ha sido un acierto la elección del paso
de San Juan Bosco, sobre el que el Cautivo destacaba y a más de uno hizo pensar
en lo bonito que sería verle salir en Semana Santa haciendo estación de
penitencia en la Catedral, seguido de la Virgen de la Soledad en Su Esperanza,
de Juan de Astorga, que recibe culto igualmente en San Ildefonso.
Los sueños, sueños son. Esto era un vía crucis, y la tercera
estación se rezó en la calle Boteros, por la que avanzó el Cautivo hasta salir
a Sales y Ferré, donde los ancianos de la residencia cercana salieron a la
calle para encontrarse con el Señor. Fue junto a ellos donde se rezó la cuarta
estación. Además, antes de seguir hacia la Plaza del Cristo de Burgos, el paso se volvió un poco más adelante para que todos los ancianos allí situados pudieran tener oportunidad de contemplar con detenimiento al Señor.
Antes de alcanzar la Plaza del Cristo de Burgos hubo un relevo de costaleros y después el Cautivo siguió adelante hasta detenerse poco antes de alcanzar la calle Dormitorio para el rezo de la quinta estación.
Por Dormitorio, donde desde una casa se ofrendó al Cautivo
un ramo de flores, como pasó también en otros puntos del itinerario, el Cautivo
de San Ildefonso buscó Alhóndiga y la Plaza de San Leandro, en la que se rezó la
sexta estación.
En este punto, un sacerdote le dijo al joven que ejercía de
diputado del paso que no se debía permitir que fuera la gente andando entre la
escolanía y los acólitos porque no llegaban los cánticos y la música de capilla
hasta el paso. Algo se consiguió corregir por esta zona, más amplia que otras calles del
recorrido.
El Cautivo siguió después rodeando la plaza y se detuvo en
la esquina con la calle Imperial para el rezo de la séptima estación del vía
crucis. Acto seguido, siguió por Cardenal Cervantes, donde se rezó la octava, y
salió a la calle Santiago, en la que una madre junto a su hija ofreció un ramo
de claveles rojos que se colocó sobre el paso.
En la misma calle, un poco más adelante un hombre cantó una
saeta al Cautivo cuya letra hablaba de una madre muy devota del Señor que se
encontraba enferma. Después, junto a la Iglesia de Santiago se leyó la novena
estación.
El itinerario continuó hasta el final de la calle Santiago,
donde tuvo lugar el rezo de la décima estación del vía crucis, y siguió por
Juan de la Encina. Un coche aparcado frente a la casa hermandad de San Esteban
obligó a poner especial cuidado para que el paso pudiera sortearlo.
Tras la undécima estación, el Cautivo continuó por Calería e
Imperial, saliendo a Medinaceli, donde el paso se volvió ante la puerta de la
Iglesia de San Esteban, rezándose aquí la siguiente estación.
Por Medinaceli y San Esteban, el Cautivo llegó a la Plaza de
Pilatos para el rezo de la décimo tercera estación del vía crucis,
y después se internó en la calle Caballerizas. El paso se detuvo en la parte
más ancha de la calle, delante del azulejo de la Virgen de Gracia y Esperanza
de San Roque. Allí se rezó la décimo cuarta estación.
A continuación, en la recta final del vía crucis, el Cautivo
se enfrentó al tramo estrechísimo de la calle, donde avanzó con cierta
dificultad por la gran cantidad de gente que acompañaba al paso. Salvada esta
parte más complicada, el paso continuó hacia San Ildefonso, parándose ante la
puerta antes de comenzar la subida de la rampa, lo que hizo lentamente.
Finalmente, con el Cautivo de vuelta a San Ildefonso en torno a las nueve y media de la noche, el
paso se encaminó hasta el presbiterio y se dio la vuelta para quedar mirando
hacia la puerta. La última estación, la décimo quinta,
la que cuenta la Resurrección del Señor, fue leída desde el altar.
La meditación final cerró este vía crucis tan especial
que nos mostró al Cautivo de San Ildefonso sobre un paso recorriendo las mismas
calles por las que acuden a su encuentro durante todo el año los muchos
devotos que encuentran en el Señor maniatado el consuelo y la esperanza de los
que el mundo anda tan necesitado.
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