La Hermandad de Montserrat ofreció ayer lo esperado y cumplió de manera solemne, cuidada y de exquisito gusto con el papel que el Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla le había otorgado 43 años después de la creación del Vía Crucis de las Cofradías. Porque sí, han hecho falta más de cuatro décadas para que fuera designado para presidir este culto conjunto de las hermandades sevillanas uno de los crucificados más imponentes de toda la Semana Santa, obra majestuosa de Juan de Mesa.
Todo se puso de su parte, incluida la meteorología, que regaló a los cofrades una tarde de sol y calor que cualquiera firmaría ya mismo para todos y cada uno de los días de la Semana Santa. Y a todo ello respondieron los cofrades, muchos venidos incluso de fuera de Sevilla, que abarrotaron las calles por las que pasó el Cristo de la Conversión, muchas de ellas inéditas para la hermandad el Viernes Santo.
Aunque en esto, como siempre, hay sus opiniones. Los clásicos contadores de bullas ya han salido a decir que había gente, sí, pero que si el Vía Crucis fuera en fin de semana habría más, o que si el recorrido de vuelta se hiciera más temprano más personas acompañarían hasta el final. Ya se sabe que si contemplando un culto externo de una hermandad te empujan sólo quince veces y te pisan diez, se disfruta mucho menos que si te empujan treinta y te pisan veinticinco. Lo de siempre.
Anécdotas obsesivas aparte, la de ayer fue una tarde-noche diseñada para el disfrute, principalmente en los traslados de ida y vuelta, y para la oración. No olvidemos este punto porque eran muchísimas las personas que deambulaban por la Catedral durante el rezo de las estaciones del vía crucis sin prestar la menor atención a las lecturas, meditaciones y oraciones. Tampoco es que la megafonía ayudara en exceso, dado que, según en qué punto de la Catedral se ubicara uno en cada momento, no se entendía muy bien lo que se decía. Afortunadamente, para eso están los libritos que se reparten para seguir el rezo, muy utilizados ayer por muchas personas.
Pero antes del vía crucis propiamente dicho, tuvimos ocasión de disfrutar con el traslado de ida hacia el primer templo de la Archidiócesis. Pasaban algunos minutos de las cinco y media de la tarde cuando se abrieron las puertas de la Capilla de Montserrat para la salida del cortejo. Delante iba la cruz de guía y, tras ella, varias parejas de hermanos con cirios color tiniebla. Fue un cortejo medido, sin las exageraciones de otros años o las de otros vía crucis anuales de algunas cofradías.
Al margen de la cruz de guía, la única insignia que vimos en el cortejo fue el estandarte corporativo. En cuanto al acompañamiento musical, estaba formado por la Escolanía Salesiana y la Capilla Musical María Auxiliadora. Justo antes de ellas, iban el hermano mayor de Montserrat, Antonio Vera, acompañado del presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías, Francisco Vélez, y el párroco de la Magdalena, Francisco Román Castro. Finalmente, veíamos el cuerpo de acólitos con seis ciriales.
Pronto se produjo la salida de las andas en las que el Cristo de la Conversión iba en posición vertical, al contrario de lo que es habitual en los vía crucis presididos por crucificados. Fue éste sin duda otro de los grandes aciertos estéticos de la hermandad, ya que la posición natural de las imágenes de esta iconografía es precisamente ésa. Y tampoco resultó chirriante la envergadura del Cristo junto a unas andas de tamaño reducido, creadas a partir del moldurón y las cresterías del pequeño paso de la Pura y Limpia del Postigo.
Como ya quedó explicado días atrás (ver), el llamador colocado en las andas era el del paso de palio de Nuestra Madre y Señora de Montserrat, tras el que se situó una gubia cedida por el imaginero Fernando Aguado como detalle que recordaba que se cumplen 400 años de la talla del crucificado por parte de Juan de Mesa.
El Cristo llevaba los elementos de plata y metal plateado con los que se le vio por última vez en las calles el Viernes Santo de 2010: las potencias del siglo XVIII, los casquillos del XIX y el INRI de 1748. En las esquinas iban cuatro faroles del paso del Cachorro con otras tantas medallas de oro de Montserrat y, como exorno floral, se creó un pequeño monte muy conseguido de iris morado, rosas lavanda, calas de color berenjena y cardos.
Fernando Fernández Goncer ejerció de capataz ante el crucificado, que al salir giró a la derecha en la calle Cristo del Calvario para seguir por San Pablo, Plaza de la Magdalena y Rioja, como sucede cada año en su estación de penitencia. La diferencia estaba en el radiante sol que iluminaba al Cristo, principalmente por la espalda; una luz que por la hora a la que sale cada año, jamás le da a la cofradía.
La diferencia con el itinerario de cualquier Viernes Santo llegó en la esquina de Rioja, donde en lugar de seguir por Velázquez hacia la Plaza de la Campana, el Cristo de la Conversión giró a su derecha, para continuar por Tetuán, donde por primera vez desde la salida el sol no le dio directamente a la imagen.
Contemplando al crucificado de Mesa se acumulaba mucha gente, a la que se le puso más complicado seguirlo cuando giró hacia la estrechez de Jovellanos, pasando por delante de la Capilla de San José, antes de cruzar Sierpes para continuar por Sagasta hasta la Plaza del Salvador.
Pasado el Salvador, el Cristo de la Conversión fue acercándose hasta la Catedral por las calles Álvarez Quintero, Chapineros, Francos, Placentines, Argote de Molina, Alemanes y el tramo de Placentines más cercano a la Giralda. A lo largo del recorrido se produjeron diferentes relevos para portar las andas por parte de cofrades de distintas hermandades e incluso de miembros de la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo de las Tres Caídas, que es la que acompaña cada año al misterio de Montserrat.
Uno de esos relevos, ya casi en la Plaza de la Virgen de los Reyes, fue de agentes de la Policía Nacional, a los que siguieron después miembros de la Corporación Municipal encabezados por el alcalde, Juan Espadas, quienes portaron al Cristo de la Conversión durante dos pequeñas 'chicotás' hasta alcanzar los mismos pies de la Giralda.
Seguidamente, se produjo la entrada del crucificado en la Catedral por la Puerta de los Palos, mientras repicaban las campanas del antiguo alminar que fue reconvertido en uno de los más espectaculares campanarios de la cristiandad. Una vez dentro, se leyó la oración inicial del vía crucis.
Después de la oración previa, el Cristo de la Conversión comenzó a recorrer las naves de la Catedral para detenerse ante las cruces de guía que marcaban las catorce estaciones del vía crucis, mientras que otras tantas hermandades se encargaron de la lectura de cada una de ellas.
En concreto, este año las cofradías que marcaban cada estación eran el Divino Perdón, Padre Pío (que llevó una cruz penitencial y no la de guía), la Paz, el Polígono de San Pablo, las Penas de San Vicente, los Javieres, la Bofetá, el Buen Fin, el Baratillo, los Negritos (que tenía la antigua cruz de guía conocida como la de las toallas), la Exaltación, la Macarena, la Trinidad y el Santo Entierro.
Completado el rezo de las estaciones, las andas con el crucificado fueron conducidas hasta la zona del crucero y colocadas mirando hacia el altar mayor, donde el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, se encargó de pronunciar la alocución final en ausencia del arzobispo, Juan José Asenjo, que no acudió al Vía Crucis por estar convaleciente tras una operación.
En su intervención, el obispo auxiliar comenzó dando las gracias a la Hermandad de Montserrat, a las cofradías, al Consejo y a todos los asistentes por la organización y desarrollo de este culto conjunto. Según indicó, el Cristo de la Conversión invita a mirar hacia arriba por la calidad artística de la imagen y la devoción que genera, pero comentó lo necesario que es "unir imagen y palabra". En este sentido, señaló la importancia de la lectura y la meditación de la palabra de Dios "para vivir con hondura la Cuaresma y la Semana Santa".
Asimismo, añadió que hay que unir "calle y templo". "Esta tarde nos ha sacado a la calle este vía crucis, pero junto a la calle, con la belleza y pulcritud con la que Sevilla celebra estas cosas, hay que unir la verdad del templo, donde se celebran los sacramentos", dijo el obispo, que indicó que la Cuaresma y la Semana Santa ofrecen numerosas ocasiones para vivir encuentros con el Señor. Por ello, exhortó a todos los fieles a "unir experiencia personal y de pueblo". Así, dijo que "tenemos la experiencia de pueblo, la bulla, donde sentimos cerca al otro, estamos apretados, pero todo es efímero si no unimos la experiencia personal de la conversión, la confesión y la penitencia para entender el perdón de este Cristo".
Finalmente, concluyó deseando a todos los cofrades de Sevilla que Dios les conceda "vivir una Semana Santa llena de verdad de Dios y con fuerza en la expresión pública de nuestra fe".
A continuación, la Hermandad de Montserrat procedió a emprender el camino de regreso a su capilla, pero antes, tras un momento de cierta falta de entendimiento entre el capataz y los hermanos que en ese momento portaban las andas, el Cristo se dirigió a la parte trasera del altar mayor para detenerse frente a la Capilla Real y quedar ante la Virgen de los Reyes, a la que la corporación realizó una ofrenda floral. Antes de marcharse, los presentes cantaron la Salve Regina.
La vuelta a casa del Cristo de la Conversión, que comenzó de nuevo con un repique de las campanas de la Giralda, le llevó a girar a la derecha desde la Plaza de la Virgen de los Reyes, en lugar de a la izquierda, como cada Viernes Santo. Así, se encaminó hacia la Plaza del Triunfo y por Fray Ceferino González cruzó la Avenida de la Constitución hacia Almirantazgo, buscando la Capilla de la Pura y Limpia, ante la que se paró durante algunos minutos.
El recorrido de regreso siguió siendo diferente al del Viernes Santo por Arfe hasta la Puerta del Arenal, desde la que ya conectó con el que realiza cada año por la calle Castelar y la Plaza de Molviedro, donde el Cristo de la Conversión fue recibido como es costumbre por la Hermandad de Jesús Despojado en su Capilla del Mayor Dolor. A continuación, siguió por Doña Guiomar y Zaragoza.
Por Zaragoza, el Cristo de la Conversión salió a la Puerta de Triana, con un absoluto aroma a noche de Viernes Santo, en la que faltaban los sones de la Banda de las Tres Caídas y la contemplación a lo lejos, por Reyes Católicos, de la espalda de la Virgen de la O camino del puente.
Tras pasar bajo las palmeras que recuerdan la posición de la puerta de la antigua muralla (a ver si el Ayuntamiento se decide a reponer la que falta), el Cristo tomó la calle San Pablo para girar después en Cristo del Calvario. Sin recrearse en absoluto, las andas entraron en la capilla después de una breve parada delante de la puerta.
Eran las doce y cuarto de la noche cuando los últimos cánticos de la Escolanía Salesiana rubricaban una jornada histórica para la Hermandad de Montserrat, que vio saldada una deuda. El Cristo de la Conversión era el último Cristo de Juan de Mesa designado para presidir, 43 años después de su creación, el Vía Crucis de las Cofradías de Sevilla. Una misión que, como se esperaba, fue superada con nota por la corporación que ciudadanos catalanes fundaron en la capital hispalense.
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