Mientras que en Sevilla está prohibido hasta nueva orden todo culto externo, por pequeño que éste sea (incluso las siempre discretísimas, pero muy necesarias procesiones de impedidos), en Jerez sí que disfrutan de procesiones, traslados, rosarios... Este fin de semana, de hecho, se juntaron los traslados de regreso de la Virgen de la O desde el Colegio de la Compañía de María hasta el Convento de Capuchinos (el traslado de ida había sido el miércoles), el rosario vespertino que sustituyó a la salida procesional habitual de María Auxiliadora de Montealto y la procesión eucarística de la Hermandad Sacramental de Santiago, una cita tradicional de cada Domingo de la Trinidad, el domingo previo al Corpus.
Una procesión eucarística no es cualquier cosa; es la salida a las calles del Cuerpo de Cristo, de Jesús Sacramentado, de Dios mismo. No es cualquier cosa. Es cierto que la procesión no se desarrolló como es habitual, dado que el itinerario se redujo a lo mínimo indispensable y no se utilizaron los pasos, sino unas andas. Pero lo importante se llevó a cabo, demostrando la Sacramental de Santiago que si se quiere, se puede (y si se puede, se debe) recuperar el culto público, el culto externo, que es el origen y el sentido mismo de la existencia de las cofradías.
Así las cosas, tras el triduo al Santísimo Sacramento celebrado en la Parroquia de Santiago los pasados 25, 26 y 27 de mayo, el domingo se desarrolló la Solemne Función Eucarística a las diez de la mañana. Posteriormente, a eso de las once y veinte, se abrió la puerta que da al Angostillo, la puerta principal del templo jerezano, para la salida de un cortejo breve encabezado por la cruz parroquial entre ciriales, a la que seguían las representaciones de las hermandades de Madre de Dios del Rosario, el Transporte, el Amor, la Buena Muerte y la Piedad.
Los acólitos con cuatro ciriales antecedían a las andas sobre las que fue llevada la imagen de Nuestra Señora de la Paz, titular de la hermandad y talla anónima al parecer fechada en el siglo XVII. Dos faroles las iluminaban, mientras que diversas flores blancas y algunas espigas de trigo las adornaban. Diez hermanos portaban las andas, al frente de las cuales se encontraba Martín Gómez Garrido, hijo de Martín Gómez Moreno, capataz general de la cofradía.
Sin acompañamiento musical alguno, la Virgen de la Paz salió al Angostillo para girar posteriormente a su derecha buscando el Angostillo del Santísimo Cristo de la Buena Muerte en su camino hacia la Plaza de Santiago.
Detrás, el estandarte corporativo (en Jerez se habla más bien de guión) de la Sacramental de Santiago abría la segunda parte del cortejo, donde iban varias parejas de hermanos con hachetas. Después, la bandera de España y más hachetas.
Cuatro ciriales, además de un niño carráncano, iban delante de las andas con la Custodia de plata, obra según estudios recientes de Juan Bautista Costella en 1791-93, aunque siempre se había atribuido a Juan Díaz de Mendoza en 1619. Cuatro candeleros con cirios rojos y cuatro faroles iluminaban las andas, que contaban con varias flores rojas y moradas, así como racimos de uvas.
Martín Gómez Moreno iba al frente de estas andas llevadas por ocho cofrades, y tras las que iban el clero parroquial y el acompañamiento musical a cargo del quinteto de metales Passion Jerez.
Una discreta cantidad de público perfectamente asumible acompañó a la Sacramental de Santiago en esta procesión eucarística, lo que refuerza la idea de lo absurdo que es mantener prohibido, como en Sevilla, todo culto externo sin distinción. Sería oportuno recordar aquí aquella frase tan repetida de "nos ven porque salimos, pero no salimos para que nos vean". Estaban lo que quisieron estar, entre los que muchos contemplaron el discurrir de Jesús Sacramentado con las rodillas clavadas en el suelo.
El cortejo rodeó la monumental Parroquia de Santiago por la plaza que lleva su nombre, sonando a lo largo del recorrido composiciones musicales como "Santa María de la Esperanza", "Procesión de Semana Santa en Sevilla", "Cristo de la Defensión" o "Perdona a tu pueblo", junto a otras más específicas vinculadas a la solemnidad del Corpus Christi.
Desde la Plaza de Santiago, la procesión tomó enseguida el inicio de la calle Merced para regresar de nuevo al Angostillo. La Virgen de la Paz entró en el templo y fue conducida hasta la nave del Evangelio, cerca de Madre de Dios del Rosario y de una talla del apóstol Santiago.
Por su parte, la Custodia discurrió con tranquilidad en el último tramo de esta breve procesión, deteniéndose en varias ocasiones hasta que accedió al interior de la parroquia, salvando los cargadores los escalones de la puerta.
Con el Himno de España y el repicar de las campanas, el Santísimo entró y recorrió la nave del Evangelio entre los estandartes de las hermandades asistentes hasta llegar al lado derecho del presbiterio.
Finalmente, el Santísimo fue retirado de la Custodia y conducido hasta el altar mayor, donde finalizó la procesión sacramental con las oraciones y la bendición final, siempre con el Santísimo escoltado por las hermandades participantes, cuyos estandartes habían subido también al presbiterio alto.
Fue una procesión breve, pero importantísima; un pasito más hacia la normalidad real, la de siempre, y no esa extraña cosa que llaman nueva normalidad y que no significa nada. Pero sobre todo fue, como queda dicho, la prueba palpable de que si se quiere, se puede, y si se puede, se debe.
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