De manera extraordinaria, este año la Hermandad de la Cena trasladó el paso de misterio al completo al Palacio Arzobispal para quedar instalado allí, en la puerta de la calle Cardenal Carlos Amigo, como último altar en el recorrido de la procesión eucarística de la Catedral.
Así, dos meses después del Domingo de Ramos (ver), tuvimos ocasión de volver a contemplar al Señor de la Cena de Sebastián Santos Rojas acompañado en la calle por el apostolado de Luis Ortega Bru. Y para esta ocasión, el Señor presentaba el estreno de una túnica blanca realizada por Antonio Jesús del Castillo Fernández, así como un mantolín de terciopelo rojo bordado en oro por Mariano Martín Santonja.
Y en el cortejo, formado por cruz alzada entre ciriales, guión sacramental, estandarte corporativo, el quinteto de metales Air Brass y la Escolanía Salesiana María Auxiliadora, era novedad el remate del estandarte, labrado en plata de ley por los Hermanos Delgado López.
El traslado comenzó a las seis y veinte minutos de la mañana, cuando aún era de noche. A las órdenes de Rafael Díaz Palacios y su hijo, el paso de misterio, que repitió la nueva colocación de los apóstoles estrenada el Domingo de Ramos (ver), salió a la calle Sol con la interpretación de "Cantemos al amor de los amores". Con celeridad, se dirigió a la plaza de los Terceros y pasó por Capataz Manuel Santiago hacia la Iglesia de Santa Catalina.
El misterio, arropado por bastante más gente de la que suele asistir a los traslados del Señor en solitario sobre el paso del Cristo de la Humildad y Paciencia, siguió por Alhóndiga y alcanzó la plaza de San Leandro, desde la que tomó Zamudio hasta la plaza de San Ildefonso y luego siguió por la calle Boteros.
Como ha sido habitual en las participaciones del paso de misterio de la Sagrada Cena en el Corpus, el exorno floral era por completo de color blanco y se componía de rosas en las jarras de las esquinas y una combinación de rosas, calas y margaritas en el friso y en las pequeñas jarras de los costeros, además de algunos racimos de uvas y espigas de trigo salpicados.
Desde Boteros, el paso tomó Odreros hacia la plaza de la Alfalfa y subió la calle Jesús de las Tres Caídas para a continuación bajar la Cuesta del Rosario y meterse por la calle Francos. A partir de este punto discurrió por el tramo final del recorrido de la procesión eucarística. Por ello, el suelo estaba ya alfombrado de romero, que constantemente iban arrastrando los costaleros con sus pies, y en los laterales estaban ya colocadas las sillas, algunas de las cuales tuvieron que cerrarse en las partes más estrechas de la calle, principalmente en la zona inmediatamente anterior a la confluencia con Chapineros.
El paso continuó por uno de los tramos de Placentines y después bajó la Cuesta del Bacalao hasta salir a Alemanes. Antes de la última levantá en la calle de este traslado, casi en la esquina con Cardenal Carlos Amigo, uno de los miembros de la hermandad apuntaba a que a las ocho y cinco minutos de la mañana el misterio tenía que estar ya en su lugar.
Dicho y hecho, el paso giró mirando a la Giralda y después se metió por la puerta lateral del Palacio Arzobispal, quedando la trasera dentro y la delantera sobre la acera. El capataz consultó a los hermanos si había que moverlo para corregir la ubicación, pero los cofrades, entre ellos el propio hermano mayor, Álvaro Enríquez, dieron su aprobación a cómo había quedado colocado el paso a la primera.
Así, en una hora y tres cuartos se completó el traslado del misterio de la Sagrada Cena desde la Iglesia de los Terceros y quedó dispuesto el último altar, el número doce de este año, de los instalados al paso de la procesión eucarística que en unos minutos iba a comenzar a salir desde la Catedral.
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