La Hermandad del Museo pertenece al club, afortunadamente ya residual, de hermandades que aún no han recuperado sus besamanos y besapiés con total normalidad, sin que exista ninguna razón para ello. Es más, la sensación que estas corporaciones transmiten con su decisión es que si ellas también exponían a sus imágenes para el beso de los devotos es sencillamente porque las demás lo hacían, pero no por una sincera voluntad de acercar sus titulares a los devotos.
Y hay que volver a insistir en que se trata de una decisión inexplicable, sí, pero cada hermandad es soberana con sus imágenes, aunque lo verdaderamente coherente sería hacer una modificación de las reglas y eliminar de ellas cultos ya suprimidos del calendario.
En cualquier caso, el pasado fin de semana el Cristo de la Expiración y María Santísima de las Aguas bajaron de sus altares para ser veneradas; aunque eso, una veneración, es lo que se puede hacer con ambos titulares cualquier día del año.
Así pues, para este culto sin nombre vimos delante a la Virgen con un manto de camarín azul bordado en oro y una nueva saya blanca de tisú bordada por Mariano Martín Santonja y diseñada por José María Carrasco Salas. No faltaban su habitual tocado blanco por encima del manto y la diadema de salida, labrada en oro, plata sobredorada y brillantes por Emilio García Armenta en 1943. Y en el pecherín tenía una cruz pectoral y un broche con su nombre. Por otra parte, en la mano derecha llevaba un pañuelo blanco de encaje, y en la izquierda dos rosarios.
Flanqueando a la Virgen de las Aguas veíamos dos jarras de su paso de palio con rosas blancas y algunos lisiantus, y los candelabros de los costeros del paso del Cristo de la Expiración. Y al fondo, el crucificado se encontraba ante un cortinaje que combinaba el terciopelo y el damasco rojo. Y en los laterales se dispusieron dos columnas doradas con diversas flores, principales lirios morados, flores que también estaban en una especie de monte que cubría la base de la cruz. Finalmente, más hacia los extremos había dos de los candelabros de las esquinas de su paso.
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