miércoles, 7 de noviembre de 2018
LA SALIDA DOBLEMENTE EXTRAORDINARIA DE LA JOYA JEREZANA DE LA PIEDAD
Hay salidas extraordinarias que lo son en una doble acepción: fuera del tiempo habitual y, también, procesiones que alcanzan o al menos rozan la perfección. Jerez, que tiene cofradías que son oro puro por su patrimonio y su idiosincrasia, vivió este domingo una de esas salidas doblemente extraordinarias, con el regreso de Nuestra Señora de la Piedad a la Real Capilla del Calvario desde la Basílica de la Merced, a la que se había trasladado el jueves (ver) para celebrar con un triduo los tres siglos transcurridos desde que Ignacio López tallara a la dolorosa que echa el cerrojo cada año a la Semana Santa jerezana.
Hasta el gris del cielo y un cierto frío, en contraste con la luminosa mañana del traslado, contribuyeron a recrear esa sensación de melancolía que invade al cofrade jerezano cuando ve ya en la madrugada del Sábado Santo cómo el decimonónico palio de la Piedad sube la antigua calle de la Sangre camino de su casa.
Fue una salida extraordinaria de una duración asumible, medida, con sus poco más de cuatro horas. No hacía falta más para reenamorar (si hacía falta) a los jerezanos y atraer a los foráneos. Muchos sevillanos se vieron por las calles durante el itinerario, quizá movidos por la curiosidad de contemplar una joya, otra más, que Sevilla dejó escapar. Fue en 1930 cuando la Hermandad de la O vendió el conjunto de palio y manto de las Hermanas Antúnez. Ahí estuvo la Hermandad del Santo Entierro para llevarse a Jerez una impagable obra, como también hicieron más o menos por los mismos años el Desconsuelo o el Mayor Dolor.
Como en el traslado de ida, la Piedad fue sola en su palio, sin el conjunto escultórico que la acompaña en Semana Santa desde 2003, cuando la hermandad decidió recuperar una estampa que hace único a este paso de palio. Eso ha dado lugar al debate que estos días se viene produciendo acerca de si el paso queda mejor con la Virgen sola o con San Juan y las tres Marías, tallas igualmente obra de Ignacio López. Opiniones hay a favor de una y de otra opción. Lo cierto es que la Piedad llena por sí sola su magnífico palio, que además gana en iluminación sin el resto de las imágenes.
Antes de las cinco y media de la tarde, hora prevista para la salida, se iban acercando hasta la Merced las distintas representaciones de hermandades que iban a acompañar a la del Santo Entierro en esta salida extraordinaria. Finalmente, con puntualidad se abrieron las puertas del templo mercedario y la cruz de guía lo abandonó y empezó a avanzar por la calle Merced.
Detrás iban varias parejas de hermanos con cirios blancos que daban paso a esas representaciones de otras corporaciones. En concreto, iban las cofradías de Madre de Dios del Rosario, el Desconsuelo, la Vera-Cruz, la Redención, el Cristo, la Salvación, el Transporte, el Amor, el Prendimiento, la Buena Muerte, la Soledad, el Mayor Dolor (recientemente hermanada), el Nazareno y la Viga. A continuación, tras otro tramo de hermanos con cirios, se situaron el estandarte corporativo de la propia cofradía de la Piedad y la presidencia.
Pronto, tras el cuerpo de acólitos, asomó a la calle el paso de palio de la Virgen de la Piedad, comandado por su capataz, Juan Antonio García Gallego. La dolorosa traspasó el dintel y abandonó el templo donde están los orígenes de su cofradía.
El traslado del jueves había sido en silencio, pero para el regreso la hermandad contó con la Unión Musical Astigitana, que recibió a la Piedad en la calle con el Himno de España. A partir de ahí, y durante toda la calle Merced, sonarían diferentes marchas compuestas por el jerezano Germán Álvarez Beigbeder, empezando por “Cristo de la Expiración”, con la que el palio giró a su izquierda y comenzó a avanzar caminando muy despacio, gustándose en la belleza y solemnidad del momento.
Así fue ganando lentamente metros hasta que se completó el homenaje junto a la casa del propio Álvarez Beigbeder, momento en que sonó la marcha “Desamparo”, que acompañó al palio en su discurrir por la Iglesia de Santiago, donde habita la dolorosa de la Hermandad del Prendimiento a la que el músico dedicó esta composición.
“Vamos a despedirnos del Señor Santiago”, dijo el capataz al hacer sonar el llamador junto al retablo cerámico de Nuestro Padre Jesús del Prendimiento. Desde ahí, el paso de palio continuó hacia la calle Ancha con la marcha “Virgen de la Piedad”, a la que después siguió una composición que no suena el Viernes Santo tras la dolorosa, como fue “La Estrella Sublime”.
Aún hubo tiempo en la amplitud de esta calle de escuchar una marcha más, “Corpus Christi”, antes de que el palio alcanzara el cruce con Porvera, donde se despidió el acompañamiento de hermandades, que colocaron sus estandartes en dos filas a ambos lados de la calle. Sólo continuaron hasta el final el Mayor Dolor, la Salvación y la Redención.
En la Iglesia de la Victoria se iba a producir un encuentro imposible el Viernes Santo. La Piedad iba a estar frente a frente con la Soledad y con el Señor del Descendimiento, que habían sido colocados en la puerta para recibirla. Hasta ahí llegó el palio con la marcha “Amarguras”, para detenerse ante el templo del que también el Viernes Santo salen cada año el impresionante misterio de Ortega Bru y la dolorosa de las manos unidas.
Los cofrades de la Soledad entregaron a la Piedad un ramo de flores y cantaron la Salve, antes de que el paso de palio se levantara a pulso y comenzara a alejarse de la Iglesia de la Victoria, engalanada para la ocasión, a los sones de “Soledad de Madre”, marcha interpretada en dos ocasiones.
El itinerario de la procesión extraordinaria continuó por la calle Lealas, a la que la Piedad se adentró con “Nuestro Padre Jesús”. Poco tiempo estuvo el palio en la calle dedicada a las hijas “de un tal Leal”, como decía un antiguo vídeo de la Semana Santa jerezana, ya que enseguida buscó la estrechez de Juan de Torres, calle a la que giró a los sones de otra marcha difícil de oír tras la Piedad en Semana Santa, “Rocío”.
Avanzar junto al paso por esta calle fue una difícil misión para los cofrades que estaban acompañando a la Virgen de la Piedad en su tercer centenario. Pero la mayor dificultad para el palio fue sortear un cable del tendido eléctrico, que obligó a los costaleros a echar el cuerpo a tierra para continuar su camino.
Más adelante, se vivió una chicotá realmente emocionante con el palio avanzando muy despacio mientras la Unión Musical Astigitana interpretaba “La Madrugá”; una larga composición durante la que el paso se mantuvo caminando, pese a la gran cantidad de gente que llenaba la calle. A continuación, fue el turno de “Hosanna in excelsis”, con la que el palio alcanzó el final de Juan de Torres, calle que bien podría incluirse en el itinerario de cada Viernes Santo, mientras desde una azotea varios miembros de la Agrupación de la Pastora de San Dionisio arrojaban una petalada sobre el palio de las Antúnez.
Después de salir fugazmente de nuevo a la Plaza de Santiago, la Virgen de la Piedad tomó por fin su calle Taxdirt y se dispuso a subirla cuando eran alrededor de las ocho y cuarto de la tarde, ya noche cerrada. “Soleá dame la mano” fue la composición escogida para iniciar esta calle, donde seguía habiendo muchísimas personas alrededor del palio.
Más adelante fue el turno de la marcha “Madre de la Piedad” antes de que el paso se detuviera junto a uno de los tradicionales tabancos que llenan de personalidad el centro de Jerez. Un hombre aprovechó la parada para cantarle una emocionada saeta a la Piedad, que después continuó hacia la Capilla del Calvario con composiciones como “Macarena”, de Emilio Cebrián, “Esperanza de la Yedra”, “Alma de la Trinidad” (marcha interrumpida cuando el paso se detuvo para un relevo de costaleros) y “Nuestra Señora del Patrocinio”.
Finalmente, la Virgen de la Piedad procedió a adentrarse en el recinto que comparten la Capilla del Calvario y el Seminario Diocesano mientras la banda tocaba “Reina de San Román”. Parecía imposible que pudieran caber en ese espacio todos los que pretendían acceder pero, desafiando las leyes de la física, el espacio se llenó hasta el límite y mucha otra gente tuvo que asistir a la recogida desde la calle.
“Virgen de la Piedad” fue la última marcha que sonó para la dolorosa del Santo Entierro en esta salida extraordinaria. Fue interpretada en dos ocasiones mientras el paso giraba para entrar por la puerta que está pegada al Seminario. Cuando se detuvo, desde la multitud salió una voz cantando otra saeta para la Virgen. Y después, la última levantá, que tuvo su propia dedicatoria: “Por los que nos miran desde el Cielo”, dijo el capataz antes de tocar el llamador y de que el palio se adentrara con el Himno de España en la capilla “hasta el Viernes Santo”, como expresó un hermano en la misma puerta.
Con el paso ya en el interior del templo y con las puertas a medio cerrar, se oyó desde fuera el rezo del Ave María cuando el reloj marcaba las diez menos diez de la noche. La Piedad completaba con solemnidad la celebración de su tercer centenario y Jerez se reenamoraba de una dolorosa y de un palio capaces de atraer, sin aspavientos ni teatralidad, a cofrades foráneos de un gusto exquisito.
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