martes, 26 de agosto de 2014

LA GLORIOSA MAÑANA DE LA VIRGEN POR QUIEN REINAN LOS REYES


Es difícil no emocionarse cuando la Virgen de los Reyes sale por la Puerta de los Palos con el estruendoso acompañamiento de las campanas de la Giralda y las del Convento de la Encarnación, contribuyendo éstas también a la gloria del momento. Es difícil no sentir algo grande ante la Patrona por quien reinan los reyes, la de la historia enigmática vinculada con el Rey Santo. La historia y el origen de lo que hoy entendemos por mariana ciudad de Sevilla están ahí, en ese momento y en ese lugar. En esa Madre sedente que muestra a Su Hijo, el Rey de Reyes, sonriente en su regazo. Ahí está el significado de todo lo que hace de Sevilla la tierra de María Santísima, como tantas veces hemos escuchado. Ahí está el origen de lo que somos los cofrades, los devotos y los amantes de una Madre, de un Hijo y de una ciudad que lleva siglos presentándose como sucursal de un reino que no es de este mundo.
Pasaban algunos minutos de las siete y media de la mañana, una fresca mañana de agosto, cuando los niños carráncanos pisaban la Plaza de la Virgen de los Reyes, abriendo el cortejo de la procesión de la Patrona. En Alemanes sería la Banda Sinfónica Municipal la que se situaría delante para interpretar marchas como la estrenada la noche antes, "Regina Regum", junto a otras como "Virgen de los Reyes", "Glorias de Sevilla", "Esperanza Macarena", "Hiniesta Coronada" o "Coronación de la Macarena". Marchas que no se interrumpen en ningún momento. Se toca la partitura completa, como desgraciadamente no es habitual prácticamente en ninguna cofradía de gloria o penitencia cuando los pasos se detienen. La música es para los titulares, no para los costaleros y capataces.
Tras los niños carráncanos, que recuerdan a mañana de Corpus, van los miembros de la Asociación de Fieles de la Virgen de los Reyes y San Fernando con cirios blancos, seguidos de los cirios rojos de los hermanos de la Sacramental del Sagrario con su estandarte. Los integrantes del Consejo General de Hermandades y Cofradías, la Coral, el clero secular y el Cabildo Catedral se sitúan también ante el paso.




A las ocho en punto, el paso de palio de tumbilla de la Virgen de los Reyes abandonaba la Catedral por apenas hora y media. Salía la Patrona a su plaza entre la expectación y las lágrimas de emoción de muchos de los presentes, algunos llegados en peregrinación durante la noche desde los municipios que rodean a la capital hispalense, como lo demostraban los chalecos reflectantes que llevaban consigo.
Lucía este año la Virgen el manto verde que le regaló Isabel II en 1853, bordado en hilo de oro por las hermanas Margarita y Rosa Gilart, bordadoras de cámara de dicha reina. Es uno de los mantos más antiguos de los cinco con los que cuenta la Virgen, junto al blanco, también regalado por la monarca, hermana de quien obsequió a la ciudad lo que hoy, desde hace precisamente cien años, es el Parque de María Luisa.
En cuanto a las flores, los inmutables nardos y claveles blancos en las enormes esquinas de este palio de sólo cuatro varales al que nada falta ni sobra. Y detrás, el arzobispo, Juan José Asenjo, el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, el alcalde, Juan Ignacio Zoido, la Corporación Municipal, la Policía Local de gala, maceros y la Compañía de Honores del Ejército poniendo también música al final del cortejo.
Poco a poco, el paso fue avanzando hacia la calle Placentines, en cuya esquina con el Palacio Arzobispal se detuvo, como después haría en la esquina con Alemanes tras realizar uno de sus característicos giros completos o 'posas', con las que la Virgen, en una esquina, siempre se vuelve para mirar nuevamente a los fieles que va dejando atrás.






























Por la amplísima Avenida de la Constitución era prácticamente imposible moverse. Tal es la devoción que arrastra la Virgen de los Reyes pese a ser 15 de agosto y tan temprano. En esta importante vía de la ciudad tienen lugar las otras dos 'posas' del paso de palio; una en la esquina con Alemanes y la otra en Almirantazgo. Después, por Fray Ceferino González, el sol iluminaba con toda su fuerza al cortejo, a las insignias y al propio paso de la Virgen de los Reyes.
Las campanas de la Giralda seguían sonando de tanto en tanto, mientras la Patrona continuaba con el particular rodeo que cada año le da a su propia casa, pasando ahora ante el admirado hermano gemelo del Giraldillo, con el auténtico asomándose curioso desde lo alto de la Turris Fortissima.




















De nuevo llegó la Virgen de los Reyes a su plaza. Muchos de los que la han visto salir siguen ahí a su regreso para verla entrar de nuevo en la Catedral por la misma Puerta de los Palos por la que salió. Comandado por Eduardo Bejarano, el paso se situó con la Virgen mirando a la plaza para que ante Ella pasasen las autoridades religiosa y civil, además de la Compañía de Honores del Ejército, que, como ocurre el día del Corpus en ese mismo lugar, es despedida con aplausos por los asistentes.
Por fin, noventa minutos después de la salida, la Virgen de los Reyes desaparecía lentamente hacia la oscuridad de las naves catedralicias, de nuevo con el campanario más hermoso repicando a gloria.




















Esas mismas campanas son las que rubrican una emocionante procesión, pese a su brevedad, que recuerda que aquélla por quien reinan los reyes es también aquélla por la que, desde hace más de siete siglos y medio, Sevilla late con un corazón de auténtica fe y devoción mariana.

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