Pasaban algunos minutos de las siete y media de la mañana, una fresca mañana de agosto, cuando los niños carráncanos pisaban la Plaza de la Virgen de los Reyes, abriendo el cortejo de la procesión de la Patrona. En Alemanes sería la Banda Sinfónica Municipal la que se situaría delante para interpretar marchas como la estrenada la noche antes, "Regina Regum", junto a otras como "Virgen de los Reyes", "Glorias de Sevilla", "Esperanza Macarena", "Hiniesta Coronada" o "Coronación de la Macarena". Marchas que no se interrumpen en ningún momento. Se toca la partitura completa, como desgraciadamente no es habitual prácticamente en ninguna cofradía de gloria o penitencia cuando los pasos se detienen. La música es para los titulares, no para los costaleros y capataces.
Tras los niños carráncanos, que recuerdan a mañana de Corpus, van los miembros de la Asociación de Fieles de la Virgen de los Reyes y San Fernando con cirios blancos, seguidos de los cirios rojos de los hermanos de la Sacramental del Sagrario con su estandarte. Los integrantes del Consejo General de Hermandades y Cofradías, la Coral, el clero secular y el Cabildo Catedral se sitúan también ante el paso.
Lucía este año la Virgen el manto verde que le regaló Isabel II en 1853, bordado en hilo de oro por las hermanas Margarita y Rosa Gilart, bordadoras de cámara de dicha reina. Es uno de los mantos más antiguos de los cinco con los que cuenta la Virgen, junto al blanco, también regalado por la monarca, hermana de quien obsequió a la ciudad lo que hoy, desde hace precisamente cien años, es el Parque de María Luisa.
En cuanto a las flores, los inmutables nardos y claveles blancos en las enormes esquinas de este palio de sólo cuatro varales al que nada falta ni sobra. Y detrás, el arzobispo, Juan José Asenjo, el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra, el alcalde, Juan Ignacio Zoido, la Corporación Municipal, la Policía Local de gala, maceros y la Compañía de Honores del Ejército poniendo también música al final del cortejo.
Poco a poco, el paso fue avanzando hacia la calle Placentines, en cuya esquina con el Palacio Arzobispal se detuvo, como después haría en la esquina con Alemanes tras realizar uno de sus característicos giros completos o 'posas', con las que la Virgen, en una esquina, siempre se vuelve para mirar nuevamente a los fieles que va dejando atrás.
Las campanas de la Giralda seguían sonando de tanto en tanto, mientras la Patrona continuaba con el particular rodeo que cada año le da a su propia casa, pasando ahora ante el admirado hermano gemelo del Giraldillo, con el auténtico asomándose curioso desde lo alto de la Turris Fortissima.
Por fin, noventa minutos después de la salida, la Virgen de los Reyes desaparecía lentamente hacia la oscuridad de las naves catedralicias, de nuevo con el campanario más hermoso repicando a gloria.
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