Ya lo he dicho. Hoy termina un año, un ciclo, una forma de contar la vida. Esta noche, cuando la Virgen del Amparo cruce de nuevo el dintel de la puerta que sólo Ella franquea y vuelva a su casa, a la Magdalena, completaremos un nuevo anillo en el tronco de nuestra alma de incienso y de cirio. La Virgen del Amparo, la del corazón alado, la del Niño que juega con su rosario, la que desde la reja de su capilla te dice que te vería con buenos ojos en su hermandad, sale hoy a las calles como la Soledad de San Lorenzo lo hace cada Sábado Santo para poner un punto, siempre seguido, a un calendario que encadena emociones y vivencias de un eterno retorno en el que todo cambia, para que todo permanezca.
La Soledad cierra la penitencia, como la Virgen del Amparo echa el pestillo a las glorias. Y sí, es cierto que al tiempo penitencial de la Soledad le sobrevive por unas horas el de la Esperanza Trinitaria, para poner después la guinda los hermanos de Santa Marina; y sí, es cierto que al tiempo glorioso del Amparo le sobrevivirá el de la Virgen del Prado y la guinda rociera, ambas desde el Salvador. Pero Sevilla tiene sus claves, las que sólo entiende ella. Y por eso hoy, mediado noviembre, podemos afirmar que hemos cumplido el rito un año más.
Decía Paco Robles que cuanto mayor se es, menos triste se pone uno cuando ve a la Soledad, porque eso significa que se ha vivido una nueva Semana Santa, lo que siempre es motivo de alegría; y que, nos pongamos como nos pongamos, para que el próximo año llegue un nuevo Domingo de Ramos, es imprescindible contemplar antes a la dolorosa de San Lorenzo. Algo parecido ocurre con la Virgen del Amparo. Si queremos que el ciclo comience de nuevo en mayo por San Isidoro y San Bartolomé, antes habrá que detenerse en esa Virgen que apacigua terremotos, la que nos ve con buenos ojos junto a su reja.
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