Aún faltan más de cuatro meses, según las previsiones anunciadas por el consejero de Cultura, Luciano Alonso, para que el maravilloso crucificado regrese restaurado a casa, con sus hermanos y devotos, y con la dolorosa que durante todo este tiempo está centrando las miradas y las oraciones de cuantos visitan el pequeño templo de la cofradía decana del Lunes Santo.
La espera se hace larga, larguísima. Afortunadamente, los grandes ojos de la Virgen más humana de Sevilla bastan para llenarlo todo; esos ojos que miran hacia arriba, hacia las mismas alturas que los del Cristo de la Expiración, cuyo lugar lo ocupa ahora una cruz vacía. No hay mejor metáfora de su ausencia.
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