Lo que más ha llamado la atención es que todas estas decisiones se hayan tomado de forma callada, sin hacer ruido, sin un intenso debate previo en el que se convirtieran en noticia las posibles posturas contrarias de unos y de otros, los desencuentros y los golpes en la mesa. Aquí no ha habido nada de eso. Sólo una serie de hermandades que, teniendo como único interés el bien común, se ponen de acuerdo para llevar a cabo lo mejor para todos. Y todo ello en una jornada de la Semana Santa de cuyos problemas horarios y de orden de paso apenas se hablaba.
Sí se habla, y mucho, del Miércoles Santo (no hace falta recordar los vaivenes que durante años sufrió la jornada hasta llegar a la estable inestabilidad actual); se habla del Martes Santo (donde los amantes del inmovilismo han encontrado la excusa perfecta para no hacer nada en la irregular situación interna de San Esteban y el Dulce Nombre); se habla del Lunes Santo (El Museo lleva años gritando en el desierto); se habla de la Madrugá (siempre hay conversaciones pendientes que no llegan a materializarse)...
Las cofradías de todas estas jornadas, donde los cambios son más que imprescindibles, bien podrían aprender de la discreción, voluntad de acuerdo y capacidad de sacrificio mostrado por las hermandades del Jueves Santo, que, calladamente, sin bombo ni platillo, han hablado y han acordado que el beneficio de unas pocas es también el beneficio de todas.
Ojala todo fuese asi en nuestras hermandades y cofradias
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