En cualquier caso, la obra huye de interpretaciones partidistas de los hechos y se limita a narrar cronológicamente cómo sucedieron los acontecimientos (las Semanas Santas entre el 32 y el 37, las ocultaciones de imágenes, los incendios y asaltos a los templos, y la reconstrucción de todo lo perdido tras la guerra, con procesiones extraordinarias incluidas).
Sin duda, la parte más emotiva y llamativa de toda esta historia es la que narra cómo y dónde fueron trasladadas las imágenes de diversas cofradías para ocultarlas en previsión de posibles ataques y destrozos que algunas como La Hiniesta (en dos ocasiones), La O, San Bernardo, San Roque o Los Gitanos sufrieron.
Destaco especialmente una de esas historias: la de la familia García Mellado, que se hizo cargo de proteger bajo su techo a la Virgen del Subterráneo, contribuyendo así a salvarla del fuego que en el 36 destruiría la parroquia de Omnium Sanctorum, donde tenía entonces su sede canónica la Hermandad de la Cena. Fue toda una heroicidad la de esta familia, que vivía en la calle Duque Cornejo, en pleno "Moscú sevillano", como se conocía al sector formado por los templos de San Julián, Santa Marina o San Marcos, todos ellos pasto de las llamas durante la República.
El propio traslado, realizado durante la madrugada, dio lugar a momentos de tensión, cuando una patrulla de guardias de asalto sorprendió a Eduardo García Mellado, mayordomo a cuyo domicilio se dirigían, Francisco Plaza Rodríguez, sacristán, y a Manuel Muñoz Ubago colocando a la Virgen en un coche. Francisco Plaza improvisó que se trataba de su madre, gravemente enferma, y que la conducían al hospital. La excusa sirvió y la misión pudo continuar hasta el domicilio de García Mellado.
En un primer momento, la Virgen del Subterráneo ocupó un sencillo altar dentro de una habitación que siempre se cerraba con llave. Cuando la tensión social fue en aumento, la familia tomó la providencial decisión de separar el busto y las manos de la Virgen de su candelero; éste fue ocultado junto a un montón de leña, mientras que el busto y las manos, envueltos en sábanas, fueron introducidos en un armario.
En los inicios de la guerra civil, la casa fue registrada por un grupo de milicianos, entre las protestas de Isabel Ramos Ruiz, esposa del mayordomo, que temía lo peor en caso de que la dolorosa fuera encontrada. Cuando los milicianos iban a abrir el armario en busca de quién sabe qué, la hija pequeña de la familia, con un nombre muy de la calle Feria, Rosario, empezó a llorar, lo que distrajo a los asaltantes, que dieron por concluido el registro.
Ésta es sólo una de las muchas historias que Juan Pedro Recio recoge en su libro. Historias que hablan de personas humildes y valientes que llegaron a poner en riesgo sus propias vidas para proteger no obras de arte ni imágenes; sino para proteger al mismo Jesucristo y a la misma Virgen María del odio de quienes, infelices ellos, pensaban que podían destruir a Dios. Ese mismo Dios que hizo que ni una sola de las muchas personas que ocultaron en sus casas o lugares de trabajo a las imágenes titulares de las cofradías fueran descubiertas y castigadas por los radicales.
Me has convencido, pinta muy bien el libro, me has dejado con la intriga de más... Enhorabuena por tu blog.
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