Habría sido, por tanto, una extrañísima Semana Santa en la que no habríamos hablado de porcentajes ni probabilidades de lluvia, ni de frentes que vienen de Huelva o de Galicia o de vaya usted a saber dónde. Vamos, una Semana Santa prácticamente desconocida si nos atenemos a los últimos años.
Porque todos sabemos en lo que se ha convertido últimamente la Semana Santa, una fiesta en la que jugamos a ser meteorólogos y aprendemos a manejar conceptos que después no volvemos a utilizar el resto del año en ninguna otra circunstancia. Uno no mantiene conversaciones como éstas una tarde de, pongamos, octubre: "¿Vamos a tomar una cervecita al Salvador? Sí, pero a ver qué me pongo. Voy a consultar los partes de la Aemet. ¿Ves? Dice que viene un frente por Cádiz que, según cómo sople el viento, puede que se vaya desplazando al norte y roce a Sevilla. ¿Pero qué probabilidad de lluvia da? Pues un 55 por ciento. ¿Suspendemos la cervecita? Espera que reúno a los colegas y ya te comunico la decisión". No, obviamente esto no pasa.
¿Cuál es la consecuencia de esa dependencia de partes, porcentajes y consultas a la Aemet o al físico de partículas que vive al otro lado del charco? Que las cofradías viven en un estado de paranoia meteorológica tal en las horas previas a la salida que haría falta un botiquín de tranquilizantes en las salas de cabildos o sacristías de los templos.
¿No da la sensación de que antes era todo mucho más fácil? ¿Acaso las cofradías no han vivido todas en algún momento situaciones de lluvia? Hay que cuidar el patrimonio, sí. Pero quizá estamos llegando a un punto en el que cualquiera diría que los Cristos se hacen de papel cebolla... Por no hablar del patrimonio humano y esos niños, siempre los niños, a los que hay que proteger de esa sustancia maligna y corrosiva que las nubes dejan caer del cielo. Como si los niños no jugasen nunca a chapotear en los charcos que se forman con esa misma sustancia de la que todo hermano mayor quiere proteger ante todo a sus cofrades más pequeños.
Así las cosas, vivimos la Semana Santa con tantos por cientos en la cabeza. "Hasta las siete de la tarde hay un 70 por ciento y luego baja al 40 hasta las diez que sube al 50". ¿Me puede explicar alguien cómo se calcula la probabilidad de lluvia? ¿Por qué se sabe si la nube que está entrando por el Aljarafe puede descargar en un 60 o en un 65 por ciento? ¿Quién decide la cifra? Debe de ser alguien tela de importante porque los cofrades nos agarramos a los porcentajes como dogmas de fe, palabra del cielo.
La ciencia, que avanza que es una barbaridad, ha librado a las cofradías en los últimos años de muchos chaparrones, es cierto. Pero también es verdad que nos está robando parte de la Semana Santa.
Siempre pongo el mismo ejemplo: el Jueves Santo de 2002. Dejó de llover a las dos de la tarde. No llovió más. Ni el jueves, ni el viernes. Y, sin embargo, se quedaron sin salir los Negritos, la Exaltación, las Cigarreras, Monte-Sión, Pasión y hasta el Gran Poder en la Madrugá. Y todo porque venía un frente del norte de África que con total rotundidad iba a descargar en Sevilla no sólo agua, sino polvo del desierto (!!). No cayó nada.
Alguno dirá que hace ya once años de aquello y que los adelantos de hoy en día impiden errores garrafales como aquél. Pero, en ese caso, ¿cómo es que este último Domingo de Ramos la ciencia nos dio las predicciones exactamente al revés? Las primeras cofradías de la jornada salieron con la plena seguridad de que no llovería, y llovió. Las últimas cofradías, a excepción de la Estrella, se quedaron sin salir porque el tiempo no mejoraría lo suficiente, y no llovió más. ¿Es o no cierto que las predicciones meteorológicas nos robaron este año a San Roque, la Amargura y el Amor?
No quiero decir con esto que no haya que hacer caso a los expertos, ni que haya que asomarse a un balcón para, mirando el cielo y la dirección de las nubes, decidir qué se hace. Lo que quiero decir es que en el término medio está la virtud. Y que no podemos permitir que los porcentajes, más o menos precisos o imprecisos, secuestren la Semana Santa. Las juntas de gobierno no deben ser inconscientes (aunque a veces se gana precisamente por serlo), pero tampoco fiar a la ciencia toda una cofradía y todos los sueños y las emociones guardadas y esperadas durante un año entero, como si la ciencia fuera infalible.
Y, por favor, hermanos mayores que subís al atril a anunciar las decisiones: lo que cae del cielo es agua, nada más que eso. Y los niños ni encogen ni se transforman en monstruitos de peluche como los de aquellas películas por mojarse...
El problema no es mojarse, sino que caiga mucha o poca agua, lo segundo no pasa de una mera anécdota, lo primero tiene un coste económico muy curioso.
ResponderEliminarQue se lo digan a la mía, en 1982 la broma costo solo en restaurar el paso de misterio dos millones de pesetas de la época, y que el tisú de la túnica del Señor quedase seriamente tocado, como se pudo comprobar años más tarde.
Me parece indigno que las hdades con lo más mínimo de probabilidad de agua saquen sus pasos a la calle y más hermandades que viene de tan lejos , hay que conservar el patrimonio , que no es sólo los pasos , sino el cortejo en general , y más depende tbn de las hdades .
ResponderEliminarNo es igual que se moje la macarena que las siete palabras , no maneja el mismo dinero una y otra para restaurar o arreglar si se estropea algo tras las lluvias , en fin..... las juntas directivas sabrán lo que hacen.
Un saludo compañero ¡