domingo, 24 de noviembre de 2013
CULTO A LA SUCIEDAD
Hablemos claro. La fotografía de la izquierda muestra una escultura sucia; la de la derecha, la misma escultura, pero limpia. No hay más. La vuelta de la Virgen de la Concepción a la capilla que la Hermandad de la Trinidad tiene en la Basílica de María Auxiliadora ha levantado una cierta polémica porque hay quien ve a la imagen muy distinta tras su restauración en el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico (IAPH).
Esto ha vuelto a avivar la vieja polémica entre lo que debe ser una restauración y lo que no. En el caso de la limpieza de las imágenes, los hay, por extraño que parezca, que son partidarios de limpiarlas, sí, pero hasta un cierto punto para evitar contrastes tan evidentes como el que vemos en estas fotografías de la dolorosa que acompaña en su paso de misterio al Cristo de las Cinco Llagas. Dicho de otro modo, los hay partidarios de dejar un poco de suciedad en las tallas, aunque en un alarde de eufemismo absurdo no lo llamen suciedad, sino "pátina del tiempo", "desgaste devocional" y otra serie de tonterías para no llamar suciedad a la suciedad.
Se llega así a algo tan ridículo como rendir culto a la suciedad. Se afirma que el imaginero talla y policroma, pero es el tiempo el encargado de "completar" la realización de una imagen. Todo, como digo, con tal de no reconocer que lo que está sucio, está sucio, y lo que hay que hacer es limpiarlo.
¿Que se producen grandes contrastes entre el antes y el después? Pues claro. Si no le quitamos el polvo a un mueble de nuestras casas durante 50 años, el día que lo limpiemos parecerá otro, uno nuevo, siendo en realidad el mismo que siempre ha estado ahí. No es que esté comparando una imagen devocional con un mueble. O sí, pero con respeto y, sobre todo, hablando claro. Una imagen es la representación de Dios, la Virgen o un santo; les rezamos, les tenemos devoción, les rendimos culto y los subimos a un paso. Sí. Pero no deja de ser una escultura de madera que, como cualquier objeto, se ensucia si no se cuida como se merece.
Y aquí es donde quería llegar. Son las hermandades las responsables del aspecto que llegan a tener sus imágenes. Si la Virgen de la Concepción no se hubiera restaurado o limpiado en 2013, sino diez, quince o veinte años antes, probablemente la suciedad acumulada no habría sido tanta como la que vemos en la foto de la izquierda, tomada en el besamanos del 8 de diciembre de 2012, y en consecuencia el contraste entre el antes y el después de la intervención no habría sido tan extremo.
El IAPH ha demostrado ya sobradamente su gran profesionalidad en la restauración de muchas imágenes titulares de nuestras hermandades. El Señor de Pasión, la Virgen de la Estrella, el Señor de la Salud y Buen Viaje, el Cristo de la Providencia, el Cristo de la Expiración del Museo o la propia Virgen de la Esperanza de la Trinidad son unos pocos ejemplos. En algunos de estos casos, por cierto, también hubo críticas a la "excesiva blancura" con la que regresaron a sus templos. Excesiva limpieza, habría que decir. Pero la limpieza no es algo malo. Sólo si nos gusta rendir culto a lo sucio podremos hablar de exceso.
El diccionario de la RAE define "restaurar" con tres acepciones: "recuperar o recobrar; reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que antes tenía; y reparar una pintura, escultura, edificio, etc., del deterioro que ha sufrido".
Si le quitamos a una imagen la suciedad que ha acumulado, la estaremos recuperando, renovando, volviéndola a poner en el estado o estimación que antes tenía y reparándola del deterioro que ha sufrido. Ahora bien, si sólo le quitamos un poco de esa suciedad, en un porcentaje más o menos elevado, no podremos hablar de restauración, sino de un pasito atrás en un deterioro que seguirá presente, aunque en menor medida.
Desde luego, como depositarias de un legado que les viene del pasado y hay que dejárselo a los que vengan en el futuro, convendría que las hermandades no se dejaran nunca llevar por los que rinden culto a la suciedad, y apuesten siempre por restauraciones reales que no contradigan las definiciones del diccionario.
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