“Todo el año sin llover y ahora llega la Semana Santa y llueve. ¡San Pedro, hijo! Nosotros no llevamos a San Pedro en el paso, ¿no? Menos mal”. Quien así hablaba era una hermana de Pino Montano ante la estrenada puerta de la Parroquia de San Isidro Labrador. Tan pronto pasaba de la alegría a las lágrimas del mismo modo que los paraguas de los que esperaban la salida de la cofradía, la primera que se iba a poner en la calle, se abrían o se cerraban en función de los caprichos del cielo. Yo no sé si es o no San Pedro quien controla el grifo celestial, la llave de paso de las cañerías que vierten el agua sobre calles, templos y cofrades. Lo que está claro es que, sea quien sea, tenía cuentas pendientes que saldar con la Semana Santa. En 2011 se le escaparon algunos días, con esas vísperas y ese Domingo de Ramos de auténtico sol y calor, y ese Lunes Santo salvado casi en su totalidad por los pelos. Por tanto, en este 2012 iba a cobrarse la deuda. Y con creces.
Pero vayamos por partes. El Viernes de Dolores arrancó con unas animadísimas calles nerviosas por lo que estaba por venir. Las sillas de la Carrera Oficial estaban apiladas a la espera de la primera cruz de guía, Onda Cero realizaba su programa en directo desde la Plaza del Duque (este año, sin embargo, el único regalo que ha ofrecido a los viandantes ha sido el programa de mano de La Zambrana; será cosa de la crisis…) y en los templos tenían lugar los últimos besamanos y besapiés. Así ocurría en San Vicente, con la Virgen de los Dolores de la Hermandad de las Penas situada, como es habitual, en el presbiterio del templo ante la clásica cruz arbórea que le sirve de marco, con el simpecado en lo más alto y los faroles entrevarales y varias jarras con claveles blancos como exorno más cercano a la imagen.
La parroquia estuvo atestada de gente durante prácticamente toda la mañana. La presencia de cinco pasos contribuía a ello. Muchos, además, se fijaban especialmente en la trasera del paso del Señor de la Divina Misericordia de la Hermandad de las Siete Palabras para constatar que, como ya sabían, las dos águilas bicéfalas robadas el pasado mes de enero no estaban en su lugar. El Nazareno, por cierto, esperaba en la Capilla Sacramental la celebración de su besamanos al día siguiente y su posterior subida al paso.
Cerca de allí, en la Capilla del Dulce Nombre de Jesús tenía lugar el besapié del Santísimo Cristo de la Vera+Cruz con la sobriedad característica de la cofradía del Lunes Santo. El crucificado se encontraba a los pies de su capilla, justo al lado del palio de la Virgen de las Tristezas y flanqueado por los dos ángeles que le acompañan en el paso y que este año estrenaban nuevos faroles.
Tanto aquí como en San Vicente fueron constantes las visitas de los alumnos de un colegio cercano, algunos de los cuales, por su estatura, tuvieron dificultades para alcanzar a besar el pie a la antigua imagen.
Y mucha, muchísima gente recibió también en San Lorenzo la Virgen de la Soledad, que se encontraba vestida de hebrea. Para su segundo besamanos anual la hermandad decidió, como ocurriera el Viernes de Dolores de 2011, situarla en la Capilla Sacramental, que además de ser especialmente bella es bastante más espaciosa que la propia capillla de la corporación.
En el mismo templo hay que destacar dos curiosidades: por un lado, la ubicación del paso de palio de María Santísima del Dulce Nombre presidiendo el templo desde el altar mayor gracias al ofrecimiento del párroco; y por otro la presencia de una dolorosa de Salvador Madroñal advocada como Virgen del Consuelo, que se daba a conocer en la Capilla de Santa Ana vestida por su propietario, el bordador José Antonio Grande de León.
Finalmente, la Hermandad de la Mortaja celebraba el besapié en honor del Cristo Descendido, mientras que en la Magdalena la Quinta Angustia hacía lo propio con su Cristo y mostraba a su dolorosa en besamanos. Destacó la penumbra, quizá aún más intensa que la de años anteriores, que existía en la capilla de la corporación.
La primera cruz de guía del año debería haber salido por la puerta (ahora sí, tras años saliendo de una nave auxiliar) de la Parroquia de San Isidro Labrador a las 17,45 horas, pero el cielo parecía querer imponer una realidad completamente diferente. Los minutos pasaban y nada se sabía. Las cofradías de vísperas no se retransmiten por la radio, por lo que es imposible conocer qué está pasando en el interior de cada templo si no te sitúas estratégicamente junto a los grupos de costaleros o familiares de nazarenos a los que va llegando la información de tanto en tanto. Incluso resultó cómica la imagen de una señora que, paraguas en mano, llamaba a la puerta por la que debía salir la cofradía tratando de saber si tal salida se iba a producir y, en tal caso, a qué hora. Nadie respondió a la llamada.
Afortunadamente, aquella hermana que no parecía ser muy devota de San Pedro era la mujer de un costalero y además tenía dentro de la iglesia a una amiga vestida de nazarena con su túnica, su capirote y ese complemento imprescindible para cualquier estación de penitencia como es el teléfono móvil. Así pudimos saber que la hermandad había pedido retrasar en una hora la salida. "Ah, pero ¿nosotros podemos pedir una hora y todo?", se preguntaba esta hermana. El plazo se cumplió y se amplió en otra media hora. Al parecer el tiempo iba a mejorar, decían. Finalmente, no fue hasta las ocho y cuarto de la tarde, dos horas y media después de la hora fijada, cuando se abrían las puertas y aparecía la esperadísima cruz de guía.
Para entonces hacía ya tiempo que Padre Pío y La Misión habían comunicado, cumplidas sus respectivas prórrogas, que no saldrían, y sólo unos minutos después se pondría en la calle Bellavista, mientras que Pasión y Muerte y La Corona, sin demora alguna, anunciaron la suspensión de sus salidas.
En Pino Montano, sin embargo, se desataban las emociones de todo un barrio. Y eso pese a que precisamente cuando estaba saliendo el paso de misterio de Nuestro Padre Jesús de Nazaret comenzaba de nuevo a llover, aunque débilmente, provocando de nuevo la utilización de los paraguas. En cualquier caso, el paso salió y el Señor, vestido con una túnica morada, comenzó a moverse a los sones de la Agrupación Musical Nuestra Señora de la Encarnación de San Benito, perdiéndose marcha tras marcha hacia la zona izquierda del mercado del barrio.
Minutos más tarde asomaba el paso de palio de María Santísima del Amor cuando ya el cielo mostraba, entre la tardía hora y las nubes, un inédito oscurecimiento en la salida de esta cofradía, acostumbrada a la plena luz del sol.
A partir de ese momento se olvidaron las tensiones, la espera y los nervios. Era la ocasión de disfrutar de un paseo por el barrio que ya se anunciaba que sería más corto de lo previsto por el enorme retraso en la salida.
Sin embargo, cuando la cofradía ocupaba una gran parte de la calle Agricultores, la lluvia volvió a hacer un tímido acto de presencia, aunque amenazando con intensificarse. Por ello, la cofradía decidió darse literalmente la vuelta, de forma que abría el cortejo el paso de palio y lo cerraba la cruz de guía. Así fue cómo la hermandad regresó por Sembradores, Tapiceros y Alfareros para llegar de nuevo a la Parroquia de San Isidro, donde entró el palio, con algo más de calma al final, minutos antes de las once de la noche, mientras que el misterio tuvo que acelerar a última hora cuando de nuevo comenzó a llover, arriándose definitivamente a eso de las once y diez.
Eso ocurría en el norte de Sevilla, en Pino Montano, pero justo en el extremo opuesto, en Bellavista, los pasos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y Remedios, y de la Virgen del Dulce Nombre corrían la misma suerte, y tras una retrasada salida tuvo que volver sobre sus pasos y suspender la salida procesional de 2012.
Sin cofradías en la calle, aún había oportunidad para vivir uno de los actos de clásico sabor cofradiero, con la bajada de la Virgen del Valle desde su altar de cultos de la Anunciación y su traslado hasta la delantera del paso de palio, al que posteriormente sería subida.
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