Como cada último fin de semana de enero, María Santísima del Refugio, de la Hermandad de San Bernardo, estuvo expuesta en besamanos, o más bien, según la terminología pandémica que hemos dado por buena, estuvo expuesta a la veneración en el presbiterio alto de su parroquia.
Este culto comenzó el sábado por la tarde y se extendió durante toda la jornada del domingo, cuando tuvo lugar la función solemne en su honor. De esta forma, los devotos pudieron volver a tener cerca a la Virgen del Refugio poco más de dos meses después de la última vez, cuando la cofradía celebró los 75 años de la concesión del título de Mariana a la ciudad de Sevilla (ver).
En esta ocasión, la dolorosa de Sebastián Santos Rojas se presentó subida a su peana procesional y vestida con el manto de salida y la saya blanca de tisú confeccionada con un traje del torero Manolo Vázquez. Llevaba además la corona de salida, la Medalla de la Ciudad en el pecherín, una cruz pectoral, varios broches y medallas, un pañuelo, dos rosarios y un fajín rojo con borlones dorados y tres entorchados.
El exorno floral, al margen de las distintas ofrendas que se fueron depositando junto a la Virgen, se componía de distintas especies de tonalidad rosa que se repartieron en dos jarritas colocadas sobre la peana, en cuatro jarras también del palio sobre pies de base cuadrada de madera dorada y en otras dos situadas encima de las mesas que se colocaron al fondo, junto al dosel de cultos de la hermandad.
Además, junto a la peana se dispusieron dos pequeños faroles de plata, y más hacia los extremos veíamos dos parejas de altos blandones dorados con cera blanca. Por otro lado, junto a las mesas antes mencionadas había unos candeleros dorados, encima unos artísticos espejos colgando del cortinaje de terciopelo rojo que cubría el retablo mayor, y ante el dosel un trono entre altos pies con candelabros plateados.
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