El pasado viernes se cumplieron diez años del pregón de la Semana Santa de Carlos Herrera, uno de los más aplaudidos y recordados de los últimos tiempos y que ha dejado para todos los cofrades sevillanos una frase ya épica: "¡A la Gloria!", con la que el periodista animaba a todos los cofrades a disfrutar de los días que estaban, y que están hoy, por venir.
El pregón comenzó con una auténtica declaración de amor a Sevilla, ciudad en la que, aunque muchos lo crean, no nació Herrera:
"¿Cómo no voy a acordarme del día en que volví a verte, después de tantos años, siendo yo un adolescente? No creas, mi amor, que esas cosas se olvidan. Lucías tú una clara mañana de verano, de amaneceres que no mienten, de esas mañanas de luces blandas que te hacen gloriosa. La luz se había levantado a eso de las seis. Recién habías despertado y en tu rostro encalado se dibujaba la dulzura de los cuerpos tibios. Yo vestía de blanco, tenía veintiséis años menos y el corazón a medio escribir. Ni siquiera podía imaginar que algún día fueras a fijarte en un muchacho que se presentaba ante ti con una maleta, tres tebeos y el rostro atontado por una larga noche de tren, siempre el tren".
Después llegaría "A la Gloria, sevillanos", con versos como éstos:
"A la Gloria, sevillanos,
que va la Gloria rendida.
Que va Dios ¿no lo estáis viendo?
en una sola caída
y está tres veces cayendo.
A la Gloria, sevillanos.
Si se ha caído a tus pies
tres veces, y se arrodilla
¡coge sus brazos, Sevilla!
Y levántalo otras tres".
En un bello fragmento sobre los Cristos de Sevilla, Herrera dedicó unos versos al Cristo de la Expiración de Triana:
"Y entre tanto yo me asomo
a tu puente
y lo recorro
de la duda al abandono
Tú te estás muriendo a plomo
Cachorro de Dios, Cachorro".
También son muy recordados los versos relativos a las diferentes advocaciones de las dolorosas sevillanas, que concluyeron haciendo mención a la Macarena:
"Sevilla hoy te acompaña
hasta el monte del Calvario
pisando sangre y arena,
que el hijo de tus entrañas
rodeados de falsarios
va a la muerte, Macarena".
La clásica ironía del pregonero llegó cuando habló de cómo ven la Semana Santa de Sevilla quienes, procedentes de otras partes de España, se enfrentan a ella por primera vez:
"Otra íntima y querida amiga que se estrenaba en Semana Santa, preguntó cuánto costaría conseguir la concesión de un servicio de catering con camareros en los palcos y con servicio de almacenaje debajo de éstos. Catalana ella, me decía con su enternecedor acento: 'Siempre se podría sacar algo'".
De esta forma, acabó contando su propia experiencia con su mujer, Mariló Montero, navarra de nacimiento:
"Aquel primer año en el que ella se llegó a Sevilla por Domingo de Ramos, les aseguro que procuré que disfrutara de la Semana Santa más excepcional que ser humano alguno haya conocido. Hablé con los capataces amigos para que le dedicaran las chicotás más emocionantes, diciéndoles si era necesario que se trataba de una pobre muchacha enferma que no acababa de recuperarse (alguno hubo que la miró, me miró a mí y me dijo "¿de recuperarse de qué, miarma?"). Le hice ver los misterios desde los mejores balcones, escuchar a saeteros emocionantes uno por cada lado, asistir desde rincones privilegiados a los momentos más enternecedores, presenciar desde su capilla la salida de algunos pasos y la recogida de otros... En fin, pasar una Semana que muchos sevillanos tal vez no conozcan. La cosa funcionó ya que desde aquel año se ha convertido en una sabia y prudente cofrade. Aunque el momento en el que comprobé que la Semana Santa había entrado en sus venas de forma irremediable ocurrió al cabo de tan sólo un par de años, cuando, ya yo tranquilo sabiendo que no me iba a proponer que nos fuéramos a Benidorm o a Matalascañas, estábamos asistiendo en el balcón de un amigo al paso de una de las cof radías de su preferencia. Ella, aunque no se lo crean, estaba escuchando las transmisiones radiofónicas que Fran, Juanmi, Luis, Víctor, Araceli o Charo bordan en Canal Sur Radio y, en un momento determinado, hizo un gesto de manifiesto desacuerdo y enfado, ése al que me refería antes y que consiste en decir muchas veces que no con la cabeza. Cuando me interesé por lo que pasaba, temiéndome algo malo, ella, parsimoniosamente, se retiró un auricular de su oído y me espetó: "¿Que qué ha pasado? Que la cofradía ha entrado con dieciocho minutos de retraso". Y añadió: "¿Hay derecho a esto?". Les aseguro que desde ese momento estuve mucho más tranquilo. Supe que, para siempre, yo y mis generaciones venideras, seguiríamos siendo cofrades".
Siguió el pregón con un bello fragmento dedicado a la Semana Santa en los barrios:
"Un respeto, que vienen los barrios, los barrios de la Sevilla más nueva, de la Sevilla que se saltó las murallas porque dentro ya no se cabía, porque se llevaron más allá del río y más allá del Cortijo Maestro Escuela a la Sevilla de siempre, la Sevilla que hoy aquí nos congrega. Un respeto porque nos van a embelesar con su alegría, nos van a poner un poco de azúcar en la hiel de una Pasión tan sentida, para que podamos sobrellevar los pellizcos del corazón de una semana tan grande con el relevo, con el respiro que cualquier cuerpo mortal necesita para una tarea tan abrumadora. Una alegría rara, especial, muy sevillana porque nos va hacer llorar. ¿Se puede llorar de alegría viendo al Cerro? Escúchame bien: si no lo has hecho, háztelo mirar. Es un sentimiento confuso donde la emoción se nos escapa en una inteligible multiplicidad de sensaciones que tiene algo que ver con los niños vestidos de fiesta, con el tío de los globos de los Pokemon, con el viejo amigo reencontrado en el mismo lugar de todos los Martes Santos, con ese barrio volcado en las calles, con ese, en fin, júbilo desbordante que nos contagia para serenarnos y emocionarnos a la vez".
Y de entre todos los barrios, destacó a Triana. Tras unos versos dedicados a la Virgen de la Estrella, se refirió a la Esperanza estableciendo un símil entre la estación de penitencia de su hermandad y un viaje por el mar:
"Adiós, Madre y Capitana,
tengas feliz singladura.
Mañana por la mañana
tu cara aún será más pura,
y de vuelta por la bocana
del puente a la embocadura
el aire de tu Triana
te ceñirá la cintura.
Mientras, la sangre batiente
de las almas en espera
dará color de poniente
a esta pronta primavera.
Leva anclas, barlovento
que hoy le sirve de vigía
entre el recodo del viento
su bendita cruz de guía.
Doce horas de crucero,
corazones en bonanza,
que en Triana, marineros,
ya navega la Esperanza".
Personalmente, el fragmento más emocionante del pregón fue aquél en el que se refirió a la historia de Granada, una niña enferma al borde de la muerte por cuya recuperación pidió el pregonero a la Macarena mientras la tenía asida a la cintura durante el traslado de la imagen desde su camarín hasta el altar mayor para su besamanos de diciembre:
"Debió de ser poco después de las nueve. Inevitablemente, tuvieron que encontrarse en ese limbo blanco de la inconsciencia.
No pueden oírme,
ni saber que tengo los ojos abiertos,
ni sentirme
en el calor de un cuerpo cubierto
ni en el temblor de la mano de los dos.
-¿Y tú quien eres?
-Yo me llamo Macarena
y soy la Madre de Dios.
-¿Macarena?
¿Por qué sabes quién soy yo?
¿He subido yo hasta el cielo o...
has venido tú como último consuelo?
-No. Alguien me lo pidió
y en su voz a contrapelo,
vibraba un dolor humano
que llegaba hasta las manos
Con que asía mi cintura.
-La habitación es oscura.
¿Pueden verte los demás?
Te están viendo así,
sin tu manto,
sin corona,
y con ese fulgor blanco
que no había visto jamás?
-Sólo ve quien ha de ver.
La muerte que desazona,
brinda
a cada persona
instantes para que piense
y prescinda
de cualquiera menester.
-Siéntate aquí, a mi vera, y dime
¿voy a morirme, Señora?
-Eres pronta primavera,
y tal vez no sea aún la hora
de recibirte en el cielo
como un alma voladora
escapada de su nido
a destiempo y a deshora.
-¿Qué es la muerte, Macarena?
-¿La muerte?
La muerte es una cadena
que se ata o que se parte
según lo sienta la Fe
que se esconde y se reparte
en el fondo de ese alma
que Dios de un vistazo ve.
-¿Y mi gente, Macarena?
-Volverán a hablar contigo,
volverán a ver tus ojos,
volverán a ser testigos
de tus pulsos, tus antojos
y tus años que bendigo.
Pues por hoy el Paraíso
puede cruzarse de brazos.
Vi partir de mi regazo,
a un hijo de treinta y tres años
y lo sé todo de la ausencia y de la pena
y de todos los aledaños
de tan terrible condena.
Quédate en paz, jovencita.
Y ven a verme, a que te vea.
Cuando estés en mi presencia,
verás que me centellean
los ojos y que mis labios
te hablan con la querencia
de quien desde hoy abriga
la esperanza de encontrarse
con los ojos de una hija
que por edad es mi amiga.
Vuélvete atrás, muchachita,
quédate en casa y recuerda
que quien llegó de San Gil te dijo
que aunque el cielo te pierda,
gana la vida, vive un hijo
y la nueva alborada
que ahora en tus ojos se estrena.
Y Vete con Dios, Granada
-Si es contigo, Macarena".
Y con un soneto puso Carlos Herrera el punto final a su pregón, en el que, como no podía ser de otra forma, hizo mención a su personal devoción por la Candelaria. No en vano, la marcha escogida por el pregonero fue la que su amigo Manuel Marvizón dedicó a la dolorosa de San Nicolás, y que se estrenó aquel 1 de abril de 2001 en el Teatro de la Maestranza.
"Caricia, y sollozo, y fe y certeza
María ofrece como aurora al día
eterno todo siempre en su belleza
de lumbre alta como luna fría.
Por tu hijo trajina una tristeza
que en tu rostro se sacia de agonía
y sin deseo el alma a darse empieza
entera cuenta de su voz tardía.
El mundo en desafío ante tu puerta,
mi amor de hombre, carga endurecida,
y su pasado roto, y su alma herida.
Mis extremos silencios de agua incierta
Y mi ansiedad de ti, y sin medida
Mi esperanza, Candelaria, y mi vida".
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