Después de dos jornadas marcadas por la lluvia, y antes de otra, en medio quedó como una isla de tranquilidad la Madrugá. Bueno, al menos hasta que la paranoia del agua, o de la previsión de agua, volviera a hacer de las suyas y llevase a una decisión inexplicable ya de mañana.
Pero, vayamos por partes. La Madrugá comenzó por la Resolana, con la Hermandad de la Macarena comenzando a salir a eso de las doce de la noche, cuando el Valle y Pasión aún estaban por las calles y la Quinta Angustia acababa de entrar en la Magdalena. Por Resolana y Feria avanzaba un cortejo que en algunos programas de mano se cifraba en más de 3.200 nazarenos; algo así como tres veces más de lo que el cuerpo humano es capaz de soportar a la hora de optar por ver una cofradía de principio a fin a pie quieto, sin ayuda de una sillita de los chinos. Un instrumento, la sillita, que no es molesto per se, sino que los molestos son aquellos usuarios de sillitas que plantan en ellas sus reales tomando automáticamente posesión de un espacio público del que parecen tener las escrituras. Vamos, algo así como el que se levanta a las siete de la mañana en agosto para clavar la sombrilla en la arena de la playa antes que nadie.
Así pues, para ver la Macarena hay que ir en busca de los pasos sí o sí. Porque, oiga, el altar de insignias de la cofradía será precioso, que no digo yo que no, pero lo de ver nazareno tras nazareno... pues va a ser que no. Por lo tanto, con la cruz de guía ya en la calle Trajano, encontramos el paso de misterio en la calle Feria, a la altura de la Parroquia de Omnium Sanctorum.
El Señor de la Sentencia vestía este año la túnica conocida como la de los ochitos, bordada en oro sobre terciopelo burdeos en el taller de Esperanza Elena Caro, según el diseño de Ignacio Gómez Millán. Lo que no varía en este misterio es el exorno floral, a base de claveles rojos. En los últimos años, sólo en 2015 pudimos ver claveles de otro tono, el malva, a juego con la túnica estrenada entonces, y además salpicados de siemprevivas.
Rompía el silencio de una noche marcada en Feria por la ausencia de la Hermandad de Monte-Sión la Banda de Cornetas y Tambores de la Centuria Macarena, mientras que la Centuria Juvenil iba delante de la lejana cruz de guía. Soplaban con fuerza las cornetas y redoblaban con la intensidad acostumbrada los tambores, mientras el paso en el que el Señor es definitivamente condenado a morir en la cruz caminaba con sus esperados movimientos acompasados, como en el lento giro que hizo de Feria a Correduría.
Los nazarenos de capirote verde marcaban el camino a la Esperanza, a la Esperanza Macarena, que bajo su palio restaurado hace dos años iba buscando la carrera oficial a los sones de la Banda de Música del Carmen de Salteras. Por la zona de Correduría y la Alameda de Hércules la banda iba interpretando marchas no demasiado conocidas, algunas de las muchas que se le siguen dedicando cada año, aunque después para momentos destacados se reserven las composiciones que todos conocemos y que forman parte de cualquier banda de música por su fama, su belleza y su innegable calidad.
Al final de Correduría, desde un edificio se lanzó una importante petalada sobre el palio de la Esperanza, que lucía este año su manto procesional más antiguo, el 'camaronero', bordado en 1900 por Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Además, combinaba el manto con la saya de los volantes, obra de Victoria Caro de entre 1936 y 1937, diseñada por Ignacio Gómez Millán, como la túnica del Señor.
Para el giro entre la Alameda y la calle Trajano, donde de nuevo se arrojaron pétalos sobre la dolorosa que llora y ríe al mismo tiempo, la banda tocó "La Estrella Sublime". Con ella, la Macarena, entre claveles blancos, siguió encandilando a quienes la contemplaban una Madrugá más por las calles de Sevilla.
Después, ya de regreso, se repitió el cambio de itinerario aprobado, con verdadero sentido común, por parte de la junta de gobierno que preside José Antonio Fernández Cabrero el año pasado, pasando por la Alfalfa y la Plaza del Cristo de Burgos, en lugar de por Cuna y Laraña. Es lo que hace años tenía que haberse puesto en práctica para contribuir a la movilidad de las cofradías y de la gente, y a la propia seguridad, y que no ha sido hasta la llegada de un hermano mayor nacido en tierras cántabras cuando, dicho queda, con sentido común, se aprobó lo más lógico.
Y si hablamos de cambios de itinerario consolidados, al menos de momento, tras ser experimentados el año pasado, hay que hablar de la Hermandad del Silencio, que nuevamente ha ampliado lo que ya era un rodeo en su camino de vuelta a la Iglesia de San Antonio Abad. Si hace algunos años dejó de pasar por Javier Lasso de la Vega y Aponte para cambiarlas por el rodeo de Daoiz, García Tassara, Amor de Dios y San Miguel, el año pasado vio estirado aún más su rodeo, y en este 2019 lo ha repetido, por Las Cortes, Plaza de la Gavidia, San Juan de Ávila y Santa Vicenta María. Y todo ello para posibilitar el rodeo del Calvario, que a regañadientes no le queda otra que aceptar pasar por la zona del Museo y Alfonso XII en su camino a la Campana. Por otro lado, el rodeo del Silencio es posible porque también en 2018 el Gran Poder cambió San Juan de Ávila por Jesús de la Vera-Cruz en su camino de vuelta a su basílica. La Madrugá sigue siendo un frágil engranaje de piezas que requiere un altísimo compromiso de cumplimiento de horarios. Con cofradías de 2.000 y hasta 3.000 nazarenos, difícilmente puede ser de otra forma.
Pero, al margen de cuestiones técnicas y sesudos planes para hacer casar las cofradías y el plano urbano, la cofradía del Silencio es de ésas que merecen ser disfrutadas con calma para, siempre que sea posible, y lo es más en el camino de vuelta que en el de ida, caminar junto a los pasos, seguirlos y reparar en todos y cada uno de los detalles que ofrecen a la contemplación de la gente.
El Silencio, pese a su nombre, tiene grandes sonidos. Los de la música de capilla de sus dos pasos, los del caminar de los nazarenos, los de los llamadores, los del racheo de los costaleros... Impresionante el paso de Nuestro Padre Jesús Nazareno, con la valentía artística de combinar en su canasto zonas sin talla alguna, completamente lisas, con otras talladas. Sobre él, la imagen que realizara Francisco de Ocampo, el Nazareno que abraza valientemente la cruz de carey y plata, entre dos ángeles mancebos portando faroles y pisando un suelo de lirios morados. Y en las esquinas, los enormes faroles de plata contrastando con el dorado del paso.
Cerrando el cortejo, la Catedral de San Marcos de Venecia convertida en paso de palio al estilo sevillano. Cayetano González se inspiró en la fachada del principal templo de la ciudad italiana a la hora de crear un palio para la antigua imagen de la Virgen de la Concepción, de Cristóbal Ramos, sustituida en 1954 por la actual dolorosa, bellísima dolorosa, de Sebastián Santos. Sigue, en cualquier caso, el nombre de Cristóbal Ramos en este palio, dado que también era y es de su gubia San Juan Evangelista, que da consuelo a la Virgen bajo la plata y el terciopelo bordado en oro de este paso de palio sin par.
También los nombres de Herminia Álvarez Udell como diseñadora y el taller de Hijos de Olmo como bordadores están ligados a este palio que en cada levantá sorprendía por el violento sonido del techo en contacto con los varales. Una violencia que quizá explicaba la ausencia de algunos de los borlones que cuelgan de las bambalinas de plata.
El aromático azahar adornaba como cada año el palio de la Concepción del Silencio, tanto en sus jarras como en el friso sobre los respiraderos. Poco le quedaba ya en la calle a la cofradía del Silencio, cuya hora de entrada se ha ido retrasando en los últimos años, desde las cinco y media de la madrugada cuando iba por Lasso de la Vega y Aponte, hasta las seis y veinte en la actualidad.
Muy cerca de allí regresaba a su templo la Hermandad del Gran Poder, que discurría por la zona del Museo para continuar por la Parroquia de San Vicente y, desde el año pasado, por la Capilla del Dulce Nombre de Jesús.
Los Villanueva, que la tarde del Jueves Santo se quedaron sin sacar a la Hermandad de las Cigarreras, comandaban los pasos de la cofradía. En San Vicente, con las puertas abiertas, salieron a recibir al largo cortejo del Gran Poder las hermandades de las Penas y las Siete Palabras junto al párroco, Carlos Coloma, quien dirigió unas oraciones ante los pasos.
En primer lugar, llegó hasta ahí el paso de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, vestido este año con túnica lisa y con su paso adornado por los eternos claveles rojos, con una tonalidad muy oscura. Dice el Cecop que, según sus cálculos, la impresión general de que ha habido menos gente este año en determinadas jornadas no es exacta, pero lo cierto es que contemplar a la cofradía del Gran Poder por Cardenal Cisneros, donde hubo además un relevo de costaleros, fue algo más cómodo que otros años.
El Señor del Gran Poder, el que acoge cada día, y especialmente los viernes, las oraciones de tantos devotos, el de la serpiente enroscada a modo de corona de espinas, se marchó buscando su segundo encuentro con la Hermandad de la Vera-Cruz con el acostumbrado paso largo de sus costaleros.
En el palio de María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso hemos tenido ocasión de ver este año el manto azul bordado en oro por Fernández y Enríquez en 1991, en lugar del burdeos de Rodríguez Ojeda que lleva más habitualmente. De hecho, el manto azul no lo llevaba en la Madrugá desde 2015.
Al igual que en el palio del Silencio, San Juan Evangelista, obra igual que el Señor de Juan de Mesa, consuela a la Virgen, talla que hace algunos años fue atribuida a la producción de Blas Molner, y le indica el camino que sigue Jesús hacia el Calvario para ser crucificado.
En completo silencio y con el característico movimiento muy pronunciado de los varales, el palio de cajón de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso se alejó de San Vicente acercándose poco a poco a la Basílica del Gran Poder para completar un año más la estación de penitencia.
Las cofradías de negro estaban de regreso a sus templos. Era el caso también de la Hermandad del Calvario, una cofradía que tiene lo mejor de su itinerario precisamente en su tramo final, prácticamente desde la calle Castelar hasta la entrada.
A la Puerta de Triana salía por la calle Zaragoza el Cristo del Calvario, sobre su paso de madera en su color y esos grandes hachones que poco tenían ya que hacer ante la luz de la mañana del Viernes Santo, que iba ganando terreno.
A las órdenes del capataz Luis Gómez Caminero, el magnífico crucificado de Francisco de Ocampo comenzó a transitar por la calle San Pablo a un paso bastante amplio por parte de los costaleros. La madera crujía a cada paso y más aún cuando, tras detenerse, los costaleros separaban sus cuellos de las trabajaderas. En los pasos que van en silencio, si antes hablábamos precisamente del Silencio, los sonidos que comparten con todos los demás pasos se acentúan.
Por fin, el Cristo del Calvario alcanzó la parte más ancha de la calle San Pablo, ante la Parroquia de la Magdalena. Como el año pasado, la entrada en el templo la hizo la hermandad por la puerta de siempre, la del arco de medio punto, y no por la de la calle que recibe el nombre de Cristo del Calvario, que es por la que en 2018 y también este año ha tenido que salir para encaminarse a la zona del Museo, dejando San Pablo libre a la Esperanza de Triana.
Poco después, tratándose de la cofradía de la Madrugá con menos nazarenos, y por ello la más cómoda de ver, llegaba también a la Puerta de Triana el paso de palio de Nuestra Señora de la Presentación, que este año ha estrenado la restauración de sus caídas, labor que ha llevado a cabo Jesús Rosado.
El Calvario es otra de esas hermandades con un exorno floral clásico e invariable. Si el paso del Cristo tenía lirios morados en el monte y claveles rojos en las jarras, el palio contaba con claveles blancos.
Mucha fuerza tenían aún los costaleros en cada levantá, mientras poco a poco se acercaba a la Magdalena este paso de palio de bordados más que interesantes a cargo del genial Juan Manuel Rodríguez Ojeda, a los que hace dos años se añadieron los faldones confeccionados por Paleteiro.
A las ocho y cuatro minutos de la mañana de este Viernes Santo, con seis minutos de adelanto respecto al horario oficial, entraba en el templo la Virgen de la Presentación, poco más de ocho horas después de haberlo hecho el misterio de la Quinta Angustia.
La mañana del Viernes Santo se queda para las cofradías de capa, como es el caso de la Esperanza de Triana, que a esa hora regresaba por el Arenal hacia Triana. Y aquí entra en juego lo que podemos llamar la paranoia del agua. La hermandad anunció que recortaba su itinerario, renunciando al recorrido por San Jacinto, Pagés del Corro y Santa Ana, para tomar directamente Pureza desde el Altozano. Es el recorte de itinerario que en los últimos años se ha puesto en práctica en demasiadas ocasiones. La razón estaba en la previsión meteorológica que se conoció, pero que tampoco era tan alarmante ni mucho menos tan inminente.
Y es que, además, finalmente la Esperanza de Triana acabó entrando en su capilla incluso algo más tarde de lo que estaba previsto con el itinerario normal. Vamos, que si una cofradía reduce su itinerario considerablemente y, pese a ello, acaba entrando prácticamente a la misma hora o más tarde que si no lo hubiera reducido, podemos concluir que prisa, lo que se dice prisa, por una lluvia inminente no tenía. Y si a eso le añadimos las coreografías habituales del misterio de las Tres Caídas por el Baratillo y los pasitos atrás que iba dando por el Arenal el palio de la Esperanza…
Además, si en hacer un itinerario corto tardas tanto como en hacer uno largo, por fuerza tienes que ir contando adoquines, parando constantemente, haciendo paradas larguísimas y andando bastante más que despacio. ¿Está justificado, por tanto, dejar a una parte importante del barrio sin poder ver a la cofradía en la calle (recordemos que la calle Pureza es aforada)? Pues no parece, la verdad. Por no hablar del sufrimiento añadido que es para el cuerpo de nazarenos estar prácticamente sin andar después de estar toda la noche en la calle.
Pero vayamos a lo estrictamente cofradiero. El Santísimo Cristo de las Tres Caídas vestía este año una túnica lisa de terciopelo morado que contrastaba con el rojo del exorno floral, un conjunto muy conseguido de especies diversas en el que veíamos tulipanes, rosas, claveles, astromelias, minicalas, astrantias y algunos verdes intercalados.
Tras el recital de costalería ante las puertas de la Capilla del Baratillo, hubo un relevo de los 48 costaleros que calza este gran paso de misterio poco antes de alcanzar la calle Pastor y Landero. A continuación, y a los sones de la Banda de Cornetas y Tambores de las Tres Caídas, se marchó a las órdenes de Paco Ceballos buscando Reyes Católicos para después cruzar de nuevo el Puente de Isabel II en su recortado camino a casa.
El paso de palio de Nuestra Señora de la Esperanza es inconfundible. Lo es por muchísimas cosas, pero una de ellas es sin duda ver incluso desde lejos cómo sobresalen en las esquinas las innumerables flores que lo adornan. Esa exuberancia es un sello propio que no se debe perder, por más que desde algunos sectores se pueda llegar a criticar. Es su sello, su personalidad, y que un paso tenga unas características propias tan arraigadas es siempre positivo.
Esa exuberancia floral estaba formada este año por delphinium, alhelíes, rosas, dendrobium, vibirnum, frecsias, craspedia y magnolia con pan de oro. A poco que uno se acerque al mundo de las cofradías, acaba sabiendo de jardinería como nunca lo hubiera imaginado.
La Banda de Música María Santísima de la Victoria de Las Cigarreras, que estaba bastante descansada tras no haber podido acompañar a su cofradía la tarde del Jueves Santo, se estrenaba en la Madrugá, después de las salidas extraordinarias de noviembre, tras la Esperanza de Triana. Por Adriano sonó, mientras el palio se acercaba al Baratillo, con Juan Manuel López al frente del martillo, la marcha "Callejuela de la O". Con ella e incluso antes, andando sólo a tambor, el palio dio varios pasos hacia atrás. Lo dicho, prisa por la lluvia no tenía...
Una de las estampas más llamativas de la Madrugá de este año la encontramos en la Hermandad de los Gitanos. Como se anunció y ya antes del anuncio se barruntaba, el Señor de la Salud ha salido con la túnica bordada en oro sobre terciopelo morado que el taller de Sucesores de Caro confeccionó hace dos años, promovida por un grupo de hermanos.
Esta túnica reproduce el diseño de una que tuvo la antigua imagen del Señor atribuida a Montes de Oca. Se trataba de una prenda de Juan Manuel Rodríguez Ojeda que fue destruida junto con las imágenes y la práctica totalidad del patrimonio de la hermandad en el incendio intencionado de la Parroquia de San Román en julio de 1936.
De esta forma, y aunque el actual Nazareno de José Rodríguez Fernández-Andes nunca vistió aquella túnica y tampoco es el mismo paso, la Hermandad de los Gitanos ha recuperado una estampa perdida hace 83 años que llamó la atención de todos los que contemplaron este año a la cofradía en la calle.
Cierto es que no ha sido una estampa que haya gustado a mucha gente, debido principalmente a la rigidez de los bordados al tratarse de una túnica muy nueva, lo que ha eliminado por completo el habitual bamboleo de la túnica, normalmente lisa, al caminar el Señor. Y también es verdad que los bordados, muy recientes, brillaban demasiado en contraste con la policromía oscura de la imagen. Pero es bueno que el patrimonio de una hermandad se luzca y también que ese patrimonio se intercale en la forma de procesionar de unos años a otros cuando hay donde elegir y lo que hay es de calidad.
La Agrupación Musical de los Gitanos iba poniendo sus sones tras el Señor de la Salud, interpretando por la calle Jesús de las Tres Caídas la marcha "Señor de una devoción", a la que seguiría después "La cofradía de los Gitanos" al pasar por Odreros. A continuación, por Sales y Ferré buscó la Plaza del Cristo de Burgos siempre a las órdenes del capataz Juan Manuel Martín.
En el cortejo del paso de palio de la Virgen de las Angustias, justo antes del propio estandarte corporativo de la hermandad, se encontraba el de la Hermandad de los Gitanos de Madrid con una representación de varios de sus miembros con sus túnicas de nazareno, inspiradas en las de la propia cofradía sevillana.
Finalmente, llegaba para cerrar la cofradía y la propia Madrugá, ya avanzada la mañana del Viernes Santo, el paso de palio de la dolorosa también obra de Fernández-Andes. A los mandos del llamador se ha estrenado este año, no sin cierta polémica por el cese del anterior, el capataz José Miguel Gallardo. En fin, esas cosas de los nombramientos, ceses, sustituciones... que tantos ríos de tinta generan entre los cofrades.
La Virgen de las Angustias, que vestía este año el manto burdeos que bordó en oro el taller de Fernández y Enríquez en 1997, manto caracterizado por llevar en el centro el escudo de la Casa de Alba, que fue su donante, subió la Cuesta del Rosario y después giró a la calle Jesús de las Tres Caídas a los sones de "A ti, Manué", a cargo de la Asociación Filarmónica Cultural Santa María de las Nieves, de Olivares.
Poco después, alcanzó Odreros con "Pasan los campanilleros", tras la que el paso, adornado con diversas flores de tonos rosas y blancos colocadas en mazos muy altos en las jarras, se detuvo para un relevo de costaleros. A continuación, se marchó a Boteros y Sales y Ferré con "Soleá, dame la mano".
Salvada entre dos aguas, las del jueves y las del viernes, se enmarcó una nueva Madrugá donde la tranquilidad fue la nota dominante, sólo interrumpida por una previsión meteorológica a todas luces completamente exagerada que alteró la mañana prevista en Triana. Son ya dos años de este plan que incluye los rodeos de varias cofradías para dejarse espacio unas a otras. Si es algo definitivo, lo sabremos con el tiempo.
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