Apenas unos centímetros. Esa es la distancia que ha recortado el Señor de Pasión desde el retablo donde sus devotos lo pueden venerar durante todo el año, porque todo el año está expuesto en veneración, al lugar que ocupa este fin de semana en lo que debería ser un besapié y que, tres años después de la llegada del coronavirus a nuestras vidas, sigue prohibido en la corporación del Jueves Santo.
El Señor que tallara Juan Martínez Montañés se presenta a los fieles vestido con la túnica bordada por Jesús Rosado en plata sobre terciopelo corinto en 2017, según diseño de Rafael de Rueda basado en un grabado del siglo XVIII de Pedro Tortolero. Las manos las tiene anudadas por un cordón morado delante del cuerpo y en la cabeza no lleva corona de espinas ni potencias.
Como siempre en estas fechas, se encuentra sobre la peana del CDL aniversario de la hermandad, donada por un grupo de hermanas. Ante la peana hay un centro de claveles rojos, flores colocadas también en cuatro jarras del paso de palio, dos a cada lado, situadas junto a dos faroles también del paso de la Virgen de la Merced.
Detrás, en el camarín del Señor, hay un crucificado de tamaño académico. Su presencia hace que la dolorosa siga en su lugar habitual, como también la imagen de San Juan Evangelista, que suele ser escondido durante este culto o en el besamanos de la Virgen para mantener la simetría del altar. Afortunadamente, en este caso permanece visible en la capilla sacramental.
Ante la Virgen y San Juan hay sendos centros de claveles blancos, mientras que sobre el banco del retablo, a un lado y a otro del sagrario, hay un total de veintidós candeleros con cera roja, unos frisos de claveles del mismo color y dos pequeñas tallas de ángeles.
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