viernes, 24 de septiembre de 2021

RESTAURACIÓN DEL LIENZO "EXALTACIÓN DE LA EUCARISTÍA"


La Hermandad de las Siete Palabras ha llevado a cabo una concienzuda restauración del lienzo "Exaltación de la Eucaristía", de Francisco de Herrera el Viejo (1641), así como de las pinturas que lo acompañan, de autor anónimo del siglo XVIII, que representan a Jesús como el Buen Pastor. El restaurador Pedro Manzano Beltrán ha sido el encargado de dirigir al equipo multidisciplinar que ha devuelto el esplendor perdido por el paso del tiempo a esta obra, que desde hoy y hasta el 3 de octubre puede verse en la sede del Círculo Mercantil e Industrial de la calle Sierpes. 
En cualquier caso, la restauración concluyó el pasado mes de junio, aunque en estos últimos meses la obra ha estado cedida al Museo de Bellas Artes para su exposición temporal. Ahora está en el Mercantil y posteriormente volverá a su lugar en la Iglesia de San Vicente, encima de la reja de acceso a la Capilla Sacramental; una ubicación a gran altura que dificulta disfrutar de la contemplación de todos los detalles que esta exposición sí permite.
Hay que destacar que las tres pinturas se encontraban en mal estado, principalmente debido a la suciedad acumulada. Además, en el caso del lienzo central, el que es obra de Herrera el Viejo, estaba colocado en un bastidor de menor tamaño que la pintura, por lo que los extremos estaban doblados para abrazar dicho bastidor, lo que no sólo ocultaba parte de la obra, sino que también contribuyó a su deterioro. Ahora, sin embargo, se han devuelto al lienzo sus dimensiones originales desdoblándolo.
Varios paneles explican al visitante las distintas actuaciones que se han llevado a cabo durante la restauración, y en ellos llaman la atención unas fotografías del antes y el después.


Antes de ver con detalle el lienzo "Exaltación de la Eucaristía" y las dos pinturas que la acompañan en su emplazamiento en San Vicente, reproducimos un texto explicativo de la obra escrito por Ignacio Cano, conservador del Museo de Bellas Artes de Sevilla:

"La reciente restauración de esta pintura ha permitido que pueda ser contemplada de cerca por el público. Su ubicación original, a más de nueve metros de altura, sobre la puerta de la capilla sacramental de la Iglesia de San Vicente, fue dada a conocer en el año 2001. Se encontraba entonces enmascarada por barnices oxidados y oscurecida por el paso del tiempo, lo que no permitía apreciarla en detalle. Su forma curva en la parte superior se adapta a la bóveda que cubre la capilla. La forma curva es completada con las dos pinturas laterales que se realizaron con posterioridad, a fines del siglo XVIII, con motivo de la renovación de la decoración de la capilla.
La Hermandad Sacramental de San Vicente se estima fundada por doña Teresa Enríquez en 1511, siendo una de las primeras de la ciudad. Desde sus inicios desarrolló una gran actividad, y con el tiempo fue recibiendo legados de hermanos y feligreses, como manifiesta su patrimonio. En su historia fue una constante el esfuerzo por dignificar el culto y lugar en el que residía la Eucaristía. El Concilio de Trento (1545-1563) exaltó y defendió el dogma de la transubstanciación, es decir, la presencia real de Cristo en el pan y el vino consagrados. Esto favoreció el desarrollo de las hermandades sacramentales y con ello el fomento de las representaciones artísticas en torno a este tema. Particularmente, a partir del siglo XVII se cultivó en la escuela sevillana la iconografía que presenta esta obra. Artistas como Zurbarán, Murillo, Cornelio Schut, Valdés Leal, Herrera el Mozo o Matías de Arteaga, entre otros, realizaron importantes obras de motivos eucarísticos.
Aunque está firmada y fechada en 1641, las primeras noticias que documentan esta pintura en la Hermandad datan de mediados del XVIII, en los años en que la capilla sacramental se somete a una necesaria reparación. La adición de las dos pinturas más tardías en los laterales del bastidor, completando un medio círculo, permiten pensar que la mencionada reforma de la capilla incluyó la pintura para ubicarla del modo donde actualmente se encuentra.
La pintura muestra la Eucaristía en la custodia centrando la composición, mientras que es venerada por toda una corte de querubines y serafines dispuestos en círculos concéntricos, flanqueados por ángeles mancebos. En el ostensorio convergen las arrobadas miradas que se acompañan con gestos de adoración, excepto la del ángel situado en la base, que se dirige al espectador, recurso admonitorio frecuente en la época, con el fin de inducir al espectador a formar parte de la escena. Esta particular iconografía, que se relaciona estrechamente con las hermandades sacramentales, es desarrollada aquí con un particular movimiento y riqueza visual. La luz cálida que se irradia desde lo más alto inunda la escena. La luminosidad va graduándose a medida que desciende y define a su vez las formas, perfilando las figuras juveniles de los laterales, mientras que en el registro superior las cabezas infantiles están apenas esbozadas.
La reciente restauración permite valorar el atrevido cromatismo, presente en los malvas, amarillos y rojos de los ropajes. Pero particularmente deja al descubierto en este lienzo la pincelada valiente de Herrera, su técnica enérgica, casi brutal, realizado en la plenitud de su carrera artística. Las superficies pulidas de la pintura sevillana de la generación anterior, han dejado paso, con el impulso de Roelas, a una pintura arrebatada e impulsiva. El precedente técnico de Roelas en cuanto al modo del empleo del color y la pincelada de ascendencia veneciana se consolidó de un modo muy personal en Herrera el Viejo, sirviendo a su vez de puente con la generación siguiente de pintores. Fue Valdés Leal quien culminó en el ámbito sevillano esta manera, brava e impulsiva, tan personal, de entender la pintura, que fue un rasgo constante entre los artistas españoles, siendo Goya quien lo desarrolló con mayor intensidad".





















No se puede desaprovechar la ocasión de contemplar este impresionante lienzo desde la cercanía. Sólo así se pueden apreciar detalles con los que Herrera el Viejo quiso enriquecer su trabajo. Un ejemplo de ello, absolutamente imperceptible cuando esté de nuevo a nueve metros de altura sobre el suelo del templo, es el crucificado que aparece dibujado en el interior de la Sagrada Forma. Y ése es sólo uno de los minuciosos detalles de la obra.

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