La mañana del pasado sábado fue verdaderamente especial para los cofrades de la Hermandad del Cristo de Burgos. La imagen, la más antigua documentada de la Semana Santa (aunque su aspecto actual es de finales del XIX), cumple 450 años desde que fuera tallada por Juan Bautista Vázquez El Viejo. Por este motivo, realizó una salida extraordinaria y una misa estacional celebrada en la Catedral.
La intención inicial era que la misa tuviera como escenario la plaza de San Francisco, con el paso del crucificado subido en el altar del Corpus de la Hiniesta Gloriosa. Una manifestación autorizada a la misma hora en la cercana Plaza Nueva, una nueva descoordinación institucional, llevó a la hermandad a buscar rápidamente con el Cabildo Catedral una solución alternativa en el primer templo de la Archidiócesis.
El traslado comenzó temprano, a las siete y veinticinco de la mañana (lo de las 7,25 y no 7,30 es precisión de cofradía de negro) y para este traslado no se contó con ningún acompañamiento musical. Para ser rigurosos, la hermandad anunció que el Cristo estaría acompañado por las oraciones de sus hermanos, que es sin duda la manera más solemne de decir que un paso va en silencio.
El cortejo lo encabezaba la cruz de guía y seguían varios tramos de hermanos separados por la bandera pontificia, la bandera de Burgos, la reproducción del pendón de San Fernando y la representación de las hermandades de la feligresía por este orden: Montemayor, Virgen del Mar, Virgen de la Cabeza, Monte-Sión, Amargura, Pilar y Sacramental de San Pedro.
Y antes del propio estandarte corporativo de la Hermandad del Cristo de Burgos iba la representación de la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores, de la ciudad castellana. No confundir con la del Cristo de Burgos de la Catedral de aquella ciudad, hermandad que se uniría en la procesión de vuelta, dado que en Burgos existen dos crucificados conocidos por este nombre.
Finalmente, iban la presidencia y el cuerpo de acólitos con seis ciriales y con una cruz alzada en la que se puede ver un crucificado tal y como era en su origen el Cristo tallado hace cuatro siglos y medio.
A las órdenes de Antonio Santiago y su hijo se acercó a la puerta el paso del Cristo de Burgos, que estaba exornado con rosas rojas, y, tras detenerse en la puerta, salió a la plaza de San Pedro, pudiéndose entonces contemplar por primera vez en la calle y de día (para el vía crucis cuaresmal salió de noche, ver) el resultado de la restauración llevada a cabo sobre el crucificado el año pasado por Enrique Gutiérrez Carrasquilla.
El Cristo tiene que salir hundido en el paso, por lo que una vez fuera, se llevó a cabo el proceso de subirlo en el cajillo hasta alcanzar la altura adecuada. Seguidamente, y en silencio, sonó el llamador y el Cristo de Burgos pasó de la plaza llamada como la parroquia a la llamada como el crucificado.
Hay que subrayar el detalle de los codales de los faroles situados en las esquinas del canasto, que tenían pintados los distintos escudos que ha tenido la hermandad a lo largo de su historia.
El paso se detuvo en la plaza a la altura de la calle Morería, bajo uno de los enormes ficus que hay en las esquinas de este bellísimo punto de la ciudad. Contó entonces Antonio Santiago a uno de sus auxiliares una anécdota muy interesante. Hace cincuenta años, cuando el Cristo de Burgos cumplía cuatro siglos, el paso se detuvo en ese mismo punto, dándose la circunstancia de que el brazo izquierdo de la cruz se enganchó en una rama del ficus, fracturándose algunos dedos. Medio siglo después, el paso se paró en el mismo sitio, pero ahora sin incidente alguno.
El paso siguió entonces su camino por la estrechez de Sales y Ferré, y luego giró para avanzar brevemente por Boteros y tomar seguidamente Odreros hacia la Alfalfa y la calle Jesús de las Tres Caídas, donde se detuvo.
El Santísimo Cristo de Burgos, que llevaba sobre la cabeza las potencias de salida y en los extremos de la cruz los casquetes que igualmente luce en las calles cada Miércoles Santo, siguió después hasta San Isidoro para comenzar a bajar la Cuesta del Rosario.
Después, giró a la derecha en la calle Francos y se paró al principio de ésta antes de continuar y afrontar la parte más estrecha de esta histórica vía del centro de Sevilla. La estrechez dificultó en parte que la gente que acompañaba al crucificado, menos de la que lo haría en el camino de vuelta, pudiera caminar a su alrededor con la misma tranquilidad que hasta entonces.
Terminó el recorrido por Francos en la parte más ancha en la que a esta calle confluyen Placentines y Conteros. Ahí se detuvo durante unos minutos el paso antes de que Antonio Santiago mandara seguir para bajar la Cuesta del Bacalao, donde luego se volvió a parar para un relevo de costaleros. Fueron varias las paradas en la cuesta; la última, ya en el pequeño tramo de Álvarez Quintero que da a Alemanes.
Acto seguido, al salir a Alemanes, al Cristo de Burgos lo iluminó un sol que no conoce en Semana Santa, y menos desde que el Consejo ha obligado a su hermandad a ser la última del Miércoles Santo. El crucificado recién restaurado recortado en el azul del cielo, el rojo de las rosas, los cirios color tiniebla y la variedad cromática de los relieves y esculturas del paso regalaron estampas preciosas, además de inéditas para cualquiera que estuviera en ese momento en los alrededores de la Catedral.
Luego, de vuelta a la sombra, la silueta del crucificado contrastó con la Giralda, también restaurada, y se detuvo después ante la puerta lateral del Palacio Arzobispal, donde dos días antes había estado el Señor de la Sagrada Cena.
Desde la calle Cardenal Carlos Amigo, el Cristo de Burgos salió a la plaza de la Virgen de los Reyes, donde de nuevo recibió la luminosidad intensa del sol del primer día del junio sevillano. El calor anticipaba cómo iba a ser el recorrido de vuelta, pero mucha gente seguía acompañando al crucificado de la Parroquia de San Pedro, que entró por la Puerta de los Palos a eso de las nueve y media de la mañana, tras dos horas de traslado.
Una vez en el interior de la Catedral, el Cristo de Burgos fue conducido hasta el Altar del Jubileo, donde quedó colocado para la misa estacional que a partir de las diez de la mañana presidió el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses.
Hay que destacar para finalizar que durante la misa se estrenó la "Cantiga al Santísimo Cristo de Burgos", compuesta por Fernando Aguilá Macías en la música, con letra de Joaquín Caro Romero.
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