miércoles, 28 de julio de 2021

DEJAD QUE LOS NIÑOS (NO) SE ACERQUEN A MÍ


La Plaza de San Lorenzo cuenta con un nuevo elemento de singular belleza: una señal del Ayuntamiento de Sevilla que amenaza con multas de hasta 120 euros a los padres de niños que jueguen a la pelota en este lugar, en base a la Ordenanza Municipal Regidora de la Convivencia Ciudadana en los Espacios Públicos.
Por supuesto, para no desentonar nada en tan bellísimo entorno, la dichosa señal ha sido ubicada al ladito mismo del retablo cerámico de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Dos obras de arte juntas, pegadas. Stendhal y su síndrome no podrían soportar tanto éxtasis.
Y alguien dirá: ¿y por qué en un blog sobre cofradías nos viene a hablar éste de una señal para que los niños no jueguen a la pelota? Pues porque, según ha comentado en redes sociales Carlos Navarro Antolín, periodista de Diario de Sevilla, fue una de las tres hermandades con sede en la Plaza de San Lorenzo la que pidió al Ayuntamiento alejar a los niños y a sus pelotas de este lugar. ((El propio Consistorio ha confirmado tras la redacción del artículo que se trata del Gran Poder, y lo justifica alegando que la parroquia es un Bien de Interés Cultural)).
El Ayuntamiento, que no suele tardar ni medio segundo en atender la petición de la enésima calle dedicada a una imagen (como tampoco tarda demasiado en cambiar árboles que dan sombra por granito gris la mar de confortable a cuarenta grados), ha aceptado generoso y, voilà, ya tenemos señal junto al azulejo o azulejo junto a la señal, que tanto da.
Al parecer, los niños que juegan a la pelota son un elemento perturbador de la convivencia ciudadana. Y alguno dirá: "¡Cómo se nota que no le han dado nunca un balonazo en la cara!". Pues es verdad. O al menos, si alguna vez me lo dieron, fue tan fuerte que ni lo recuerdo. Pero, verán: la Plaza de San Lorenzo es muy amplia. Prohibir que los niños jueguen con pelotas en ella es tan herodiano como lo son esas comunidades de vecinos con grandes patios donde los balones están proscritos. ¿Los niños? A jugar a la consola, a bailar en Tik Tok o a leer a Stendhal. Lo que quieran. Pero la pelota, ni hablar.
Rápida complicidad ha encontrado la misteriosa hermandad antiniños (luego alguna hay que presume del amplio número de infantes en su cortejo) en un Ayuntamiento ávido de ser más un recaudador de multas que un gestor de la cosa pública. Pero, verán la una y el otro: a mi hijo lo educo yo, si no les importa. 
Si mi hijo, jugando a la pelota, le da a alguien, la culpa será mía porque como padre no habré ejercido mi labor educativa correctamente. Yo tengo que enseñarle a tener cuidado, a parar cuando pase alguien, a no dar balonazos a cosas que se pueden romper y, llegado el momento, a pedir perdón. Y si no hace caso, la culpa es mía y de mi hijo, y no de todos los niños del mundo.
Y ya sé que existen los niños a los que yo llamo huérfanos efímeros. Son ésos que campan libremente en un lugar público, quizá molestando al resto de la humanidad, mientras sus padres, ajenos o no a lo que pasa, plantan sus posaderas en la silla del velador más cercano (o más lejano) y se desentienden de la criaturita que han puesto en el mundo. Y sí, hay niños y niños. Pero tanto los unos como los otros tienen padres, que son los responsables de lo que hacen sus hijos. Por ello, no entiendo que los hijos educados por padres educadores tengan que pagar las culpas de los hijos no educados de padres no educadores. Y todo esto, por supuesto, bajo la sempiterna amenaza de la multa.
Causa vergüenza ver en qué se está convirtiendo el centro de Sevilla, hoy parque temático turístico para hoteles y veladores en el que, además, los niños molestan. Y molestan hasta a las hermandades. El día de la salida no; ese día qué monos son los niños vestidos de monaguillos o con sus minitúnicas... El resto del año, esos mismos niños son poco menos que terroristas callejeros armados con una amenazadora pelota. Ahí ya no son tan monos. 
Y, por favor, que alguien quite esa señal junto al azulejo del Gran Poder, que no es tan difícil tener un mínimo de criterio estético en nuestro querido decorado urbano. ¿O es que la Parroquia de San Lorenzo es BIC para prohibir los balones pero no para evitar plantar señales horrorosas en su fachada?




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