Nuestra Señora de la Soledad, del Convento de San Buenaventura, estuvo expuesta en besamanos por la solemnidad de la Inmaculada Concepción, recibiendo a los devotos en la cabecera de la nave de la Epístola del templo franciscano, ante el retablo de la Virgen de Guadalupe, que había sido trasladada al altar de la propia Soledad.
Sobre una alfombra y una pequeña peana de plata encontrábamos a la dolorosa de Gabriel de Astorga luciendo su diadema de salida, de Emilio García Armenta, y vestida con el anterior manto procesional y con la saya burdeos de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. La Soledad tenía un puñal, un collar de perlas, un broche de gran tamaño con el anagrama mariano y sobre éste un alfiler con su advocación. Con la mano izquierda sostenía un pañuelo y en la derecha, que es la que daba a besar, llevaba un rosario.
Flanqueaban a la Soledad de San Buenaventura dos parejas de blandones de plata con cera blanca y las cuatro jarras de su paso con azucenas blancas como principal exorno floral. Más atrás había dos faroles y al fondo era el Sinelabe de la cofradía el que presidía el retablo de la Virgen de Guadalupe entre faroles y numerosos candeleros con cirios blancos. Y entre ellos, una pequeña Inmaculada de orfebrería.
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