domingo, 23 de octubre de 2011

IGNACIO PÉREZ FRANCO, PREGONERO

Ignacio Pérez Franco durante el Pregón de la Coronación de la Virgen de Regla
Foto: Gogó Lobato

Hasta el momento el calendario de designaciones habituales del Consejo de cara al próximo año no está deparando sorpresas. Más bien al contrario. Tanto el cartelista, Dubé de Luque, como el pregonero de 2012, el ex hermano mayor del Baratillo, Ignacio Pérez Franco, han sido nombres de consenso que ya se conocían unos días antes de la marcada oficialidad. Los quinielistas ya pueden empezar con sus cábalas acerca de la imagen del vía crucis, que se conocerá el próximo 7 de noviembre.
En lo que se refiere al pregonero, designado ayer después del acuerdo de los consejeros de penitencia (una informalidad novedosa que apunta a nuevos modos de cara al futuro), tendrá a su cargo la responsabilidad de confirmar o no esa cierta tendencia surgida el pasado Domingo de Pasión, tras el clasicismo de texto y oratoria de Fernando Cano-Romero, que insiste en que el modelo actual del pregón está agotado y hay que cambiarlo, lo que significa modernizarlo.
La verdad es que ya son ganas de estrujarse el cerebro haciendo de lo puntual un problema estructural. Dicho de otro modo: cuando un pregón gusta, emociona y es del agrado del mundo cofradiero nadie se plantea si el modelo de pregón (si es que eso existe) debe mantenerse o hay que hacer algún cambio. Es sólo cuando no está a la altura de lo que se espera o directamente aburre como, a decir del refrán, las largas homílías en tiempos de melones, cuando surgen voces cuestionando el propio pregón.
No hay modelos válidos y otros que no lo son; hay pregones que gustan y otros que no. Así de sencillo. El pregón de Joaquín Caro Romero, con un sello clásico, gustó muchísimo a todos; y sólo un año después Carlos Herrera triunfó asimismo con un texto que incluía elementos menos habituales como el humor y la ironía, además de una pizca de compromiso social y actual que después ha sido aplicado en pregones posteriores con desigual acierto.
No es, por tanto, un problema de cómo está pensado el pregón, sino de si el protagonista del mismo conecta o no con el público, y de las expectativas con que éste se enfrente al acto. Y es que ni siquiera los a priori más brillantes escritores y oradores están a salvo del riesgo que supone situarse en el atril del Maestranza y desnudar su alma de cofrades ante los demás. Que se lo digan a Antonio García Barbeito, que con un brillantísimo texto dejó a una grandísima parte de Sevilla con la miel en los labios.
"Fue un pregón para leer más que para escuchar"; cuando se dice eso, malo... Esperemos que no sea ése el comentario más repetido cuando Ignacio Pérez Franco abandone el atril el próximo 25 de marzo.

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