martes, 11 de septiembre de 2012

REINA DE SAN ROMÁN


Un emocionado aplauso rubricó el histórico momento a eso de las nueve y media de la mañana del pasado sábado. La Virgen de las Angustias acababa de regresar a San Román diecinueve años después de que la Hermandad de los Gitanos tuviera que abandonar el templo que fue su sede durante más de un siglo (con el paréntesis inevitable al que obligó el incendio del 36).
Tras su periplo por el Convento del Espíritu Santo, donde se fundó, el Convento del Pópulo, San Esteban y San Nicolás, la cofradía había encontrado por fin su hogar. Sin embargo, en 1993 el mal estado de la parroquia llevó al cierre de la misma y los Gitanos buscaron refugio, lo que son las cosas, en Santa Catalina, en la capilla de la Exaltación. Y el pasado sábado, lo que son las cosas, la Virgen de las Angustias se reencontró con el Cristo de la Exaltación y la Virgen de las Lágrimas (y la del Carmen, la del Rosario y Santa Lucía); todo un cruce de destinos cofradieros con San Román como singular punto de encuentro.
Y todo porque la dolorosa que Fernández-Andes talló para sustituir a la desaparecida talla de Montes de Oca ha cumplido 75 años en este 2012 y la Hermandad de los Gitanos decidió celebrarlo con un rosario de la aurora extraordinario que la llevó a visitar el templo que la vio "nacer".
El cortejo salió de la antigua Iglesia del Valle, que acabó por convertirse en la casa de los Gitanos por la generosidad de la Casa de Alba y por la eternidad del cierre de San Román, a las ocho de la mañana. Lo encabezaba una cruz alzada y ciriales, tras los que figuraban dos tramos de hermanos con cirios separados por la bandera concepcionista. Antes de las andas, iluminadas con seis piezas de la candelería del paso de palio y dos faroles, se situó el estandarte corporativo.
Comenzaba así el recorrido de ida hacia la parroquia ante la que la cofradía no pudo pasar la última mañana de Viernes Santo por el acelerón que recomendaban las previsiones meteorológicas. Las calles Verónica, Butrón, Gallos, Osario y Matahacas fueron recorridas por la dolorosa hasta su llegada a la Plaza de San Román, donde se agolpaba una gran cantidad de público, conocedor del importante momento que se iba a vivir.
La Virgen se volvió para entrar en el templo del que sigue siendo la reina indiscutible mirando a la gente, como tantas veces hizo al finalizar su estación de penitencia tras una larga Madrugá. La recibieron las tres hermandades que tienen allí su sede provisional y recorrió así, de espaldas, la nave central hasta quedar situada en el centro del presbiterio, donde pasó toda la jornada recibiendo innumerables visitas.

























































A las nueve de la noche tuvo lugar la función solemne con motivo de la festividad de la Natividad de la Virgen María y posteriormente, sobre las diez y media, comenzó el traslado de regreso por el mismo itinerario, pero a la inversa, de nuevo hasta el Santuario, al que llegó a medianoche.
Finalizaba así un día muy especial para todos los cofrades y especialmente para los hermanos de los Gitanos; un día que rescató recuerdos guardados en la memoria de los mayores, y que produjo en los más jóvenes la contemplación de escenas inéditas protagonizadas por la que siempre será Reina de San Román.

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