La Hermandad de Humildad y Paciencia de Jerez vivió este sábado el culto central de la celebración de su XXV aniversario fundacional con una salida extraordinaria que lo fue en su más amplia acepción. Porque en este caso la protagonista fue ella, María Santísima de la Trinidad, y porque por primera vez la vimos bajo palio por las calles de la ciudad.
Lo que no pudo ser en la fantástica Magna Mariana de la que en los próximos días se cumplirá un año, pudo por fin ser este sábado. La que sin duda es la obra escultórica más destacada de los últimos tiempos en Jerez, la dolorosa y San Juan Evangelista, admiró bajo palio hasta a su propio autor, Ramón Cuenca, que se desplazó hasta Jerez para asistir a un estreno tan importante.
Y es que, aunque ya lo pudimos ver en la calle tras su bendición (ver), lo vemos en su templo cada día y en sus besamanos (ver), es evidente que estamos ante un conjunto pensado para llenar un paso de palio, para que le dé la luz del día y también la de la candelería, para que le cobije un techo, sea bordado o con apliques de orfebrería. Cuando las cosas se hacen con gusto, el resultado final no puede ser otra cosa que excelente. Y así se van haciendo las cosas por la Iglesia de la Santísima Trinidad.
Tantas ganas había de disfrutar de una estampa histórica que prácticamente con un cuarto de hora de antelación el cortejo de esta salida extraordinaria se puso en la calle; o más bien en el atrio del templo, desde el que luego salió a la plaza de las Angustias. Había expectación por esta salida, que contó con numeroso público prácticamente durante todo el recorrido. Además, tanto el atrio como la calle Santísima Trinidad se presentaron exornados con farolillos y banderolas. La ocasión lo merecía.
Una cruz alzada daba inicio al cortejo, al que seguían varios estudiantes del Colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón, encargadas de regir la Iglesia de la Trinidad, y las representaciones de distintas corporaciones vinculadas; entre ellas las Angustias, la Amargura y el Nazareno.
Diversas hermandades han colaborado para que este día grande fuera posible entre los cofrades de Humildad y Paciencia. Así, la Cofradía Servita de Carmona cedió su palio, un paso muy interesante de sólo ocho varales y sin un solo bordado, ya que cuenta con apliques de orfebrería. En la iluminación combina candeleros y faroles, mientras que los respiraderos son igualmente piezas de orfebrería con un fondo de una gruesa malla roja.
En cuanto al manto que llevó María Santísima de la Trinidad, era el de salida de Nuestra Madre y Señora del Traspaso, de la Hermandad del Nazareno, que cedió también el mantolín bordado de San Juan. La Yedra, por su parte, prestó la saya, mientras que la Oración en el Huerto le dejó la peana procesional de la Virgen de la Confortación. Así, entre todos, se logró un conjunto irrepetible de gran belleza.
A los mandos de Miguel Delgado, capataz cada Jueves Santo del paso del Cristo de Humildad y Paciencia, el paso de palio se aproximó hasta la puerta del templo, por la que tuvo que salir con los zancos doblados y con ruedas debido a sus reducidas dimensiones. La Banda de Música del Maestro Dueñas, de El Puerto de Santa María, fue la escogida por la hermandad para acompañar a la Virgen de la Trinidad en esta histórica procesión. En el momento de la salida tocó el Himno de España y se tiraron algunos cohetes. Pese al perfil de la cofradía en la calle en Semana Santa, éste era un día de júbilo, de celebración.
El paso se detuvo para retirar las ruedas y colocar correctamente los zancos. Después, Miguel Delgado dejó el llamador en manos del capataz de los Servitas de Carmona, encargado de realizar la primera levantá, siempre a pulso, de este paso de palio que comenzó a moverse a los sones de un estreno, la marcha “Nuestra Señora de la Trinidad”, compuesta por Pedro Gálvez para la dolorosa jerezana. El palio, adornado con rosas, calas, lisiantus y paniculata, todo ello de color blanco, salió con ella a la plaza de la Angustias.
La Virgen de la Trinidad, con su mano izquierda apoyada en la derecha de San Juan, tomó entonces la calle Santísima Trinidad a los sones de la marcha “Pasa la Virgen Macarena”, y poco después se produjo el primer relevo de costaleros de los varios que iban a tener lugar a lo largo de la procesión.
Hay que destacar el escogido repertorio que íbamos a tener ocasión de escuchar en esta salida extraordinaria, combinando composiciones de corte más alegre con otras más pausadas, pero siempre solemnes. La siguiente marcha que la Banda del Maestro Dueñas interpretó fue “El Corpus”, llegando con ella casi hasta la esquina con Medina, a la que a continuación el palio giró mientras sonaba “La sangre y la gloria”.
Cerca estaba la primera de las estaciones que la Virgen de la Trinidad iba a visitar en su recorrido, la Parroquia de San Juan Bautista de los Descalzos, a cuya feligresía pertenece la Hermandad de Humildad y Paciencia. Las hermandades de la Amargura y las Angustias se situaron en la puerta para recibir a la dolorosa, que llegó hasta ellos con la marcha “Amarguras”.
Tras unas oraciones y un nuevo relevo bajo las trabajaderas, el palio se dispuso a continuar su camino por la calle Descalzos, ahora con la interpretación de “Amargura”, de Germán Álvarez Beigbeder. Suerte tiene Jerez de haber contado con un compositor de su talla, habiendo dejado en la ciudad tan vasto patrimonio musical y tan bueno. Y muy buen gusto tuvieron la hermandad y la banda en incluir algunas de sus marchas en el repertorio de la procesión del sábado.
Desde la calle Descalzos, la Virgen de la Trinidad y San Juan salieron a la soleada amplitud de Diego Fernández Herrera mientras la banda tocaba “Virgen de Montserrat”, partitura que alcanzó hasta girar en Siervas de María. Después habría dos chicotás seguidas a tambor, la primera para tomar la calle Porvenir y la segunda todavía en ella.
Seguidamente, la cofradía tomó la calle Pañuelo de la Yedra, buscando por ella la segunda estación de esta salida. A dicha calle giró a los sones de “Nuestro Padre Jesús”, y luego sonó la composición “A mi Piedad en la tarde”, que finalizó con la chicotá ya en la confluencia con la Plazuela.
La Hermandad de la Yedra esperaba a la Virgen de la Trinidad con las puertas abiertas de su ermita. Dentro estaba en su paso la Virgen del Rosario, que iba a procesionar poco después. Como no podía ser de otra manera, el palio tomó la Plazuela con la banda tocando la marcha “Esperanza de la Yedra”. Mucha gente ocupaba este espacio alrededor del palio, de la ermita y del monumento a La Paquera de Jerez, que veía por primera vez a esta dolorosa en un enclave más habituado a la Esperanza, al Valle y a Amor y Sacrificio.
Cuando alcanzó la puerta de la Ermita de la Yedra, sus cofrades rezaron el Ave María. Luego, la Trinidad tomó la calle Sol con la marcha “Virgen del Rosario” como guiño a la pequeña imagen que estaba a punto de salir a las calles.
Paradójicamente, a la Virgen de la Trinidad se le hizo de noche por la calle Sol, donde hubo una chicotá a tambor antes de que, en una parada, un hombre le cantara a la dolorosa de Ramón Cuenca su primera saeta, al menos en la calle y bajo palio. De hecho, la siguiente levantá se la dedicó el capataz al saetero.
Posteriormente, se escuchó el otro estreno musical de la jornada, la marcha “Trinidad”, de Julio María Jaén García, que se tocó en este punto no por casualidad, sino porque su autor la concibió precisamente allí.
Durante los últimos compases de esta nueva marcha hubo un nuevo relevo de costaleros, y luego el paso siguió por Sol, ahora con “La Zamarrilla”, marcha a la que siguió una chicotá a tambor. Y más adelante, a los sones de “La Estrella Sublime”, casi al final de la calle, hubo una gran petalada para la Virgen de la Trinidad, que sumó el color rojo al exorno floral blanco que llevaba el palio, colándose muchos de los pétalos en los faroles.
No lo tuvo fácil el hombre de la caña para mantener encendida la candelería. La petalada vino a rematar la dificultad que hasta ese momento venía provocando la brisa que por momentos apagaba algunas velas. No obstante, tras emplearse a fondo, acabaría consiguiéndolo.
Mientras tanto, siendo ya noche cerrada, la Virgen de la Trinidad salió de la calle Sol a Pedro Alonso con la marcha “El Cristo de la Lanzada”, seguida posteriormente por “Pasa la Virgen de la Soledad” hasta la Cruz Vieja. Luego pasó a tambor a la calle Barja, donde más adelante se escucharon las marchas “Virgen del Valle” de Beigbeder y “Cristo en la Alcazaba”, mientras que para alcanzar la Parroquia de San Miguel la banda tocó “Valle de Sevilla”. Esta composición se interrumpió cuando el paso se paró ante su puerta, donde estaban el párroco y la representación de la Hermandad del Santo Crucifijo, quienes rezaron el Ave María.
Sonó entonces “Virgen del Valle”, ahora la de Gómez Zarzuela, para que María Santísima de la Trinidad continuara su camino por la calle Santa Cecilia, dejando unas bellas estampas con la torre de la parroquia al fondo.
Luego, en una chicotá a tambor, el paso discurrió por la plaza de San Agustín hacia Conde de Bayona. Aquí se detuvo antes de tomar la calle Armas con la banda tocando “La Virgen de San Mateo”, con la que casi completó la calle. Posteriormente, continuó a tambor a plaza Monti.
El recital que dio la Banda del Maestro Dueñas continuó luego en el giro a Pozuelo con “Soledad de Madre”, seguida por “El Cachorro, saeta sevillana” y “Nuestra Señora de la Soledad”, ésta ya en la calle Letrados.
Poco después, la estrechez de Letrados dio paso a la plaza de la Asunción, a la que la Virgen de la Trinidad se asomó con la marcha “El sepulcro”. Tras ella, se detuvo y en la siguiente levantá quien tocó el llamador fue David Grilo, que fue capataz de la Hermandad de Humildad y Paciencia. Por este motivo, quiso dedicar la levantá a todos los costaleros que en estos 25 años de vida de la hermandad han sido “los pies del Señor”.
La Banda del Maestro Dueñas tocó a continuación la marcha “Ecce Homo” como homenaje a la cofradía que cada Jueves Santo va tras Humildad y Paciencia en la carrera oficial, la del Mayor Dolor. En la puerta de la Parroquia de San Dionisio estaban las representaciones tanto de esta corporación como de la Resurrección y la Divina Pastora, además del párroco, al que se invitó a tocar el llamador en la siguiente levantá. Y no podía ser otra la marcha que se escuchara después, “Nuestra Señora del Mayor Dolor”, con la que la Virgen de la Trinidad se marchó hacia la plaza de Plateros.
Poco después, el paso de palio se levantó y se adentró en Conde Cañete del Pinar con una chicotá a tambor y con celeridad, dado que se había ido acumulando un cierto retraso. Después, la cofradía discurrió por la plaza de la Yerba con la marcha “Alma de la Trinidad”, llegando con ella a la calle Consistorio, donde luego sonó “Jerusalén” hasta que el paso alcanzó la plaza del Arenal, donde hubo otro relevo de costaleros. A tambor la Virgen avanzó después hacia la Corredera.
Por Corredera seguimos asistiendo al concierto ofrecido por la banda tras el paso, con las marchas “Cristo de la Vera Cruz”, “Procesión de Semana Santa en Sevilla” y “Soleá, dame la mano” hasta llegar a la plaza de las Angustias. Esta última marcha coincidió con la chicotá en la que Miguel Hidalgo cedió los mandos al también capataz Ezequiel Simancas.
En la plaza de las Angustias se vivió otro de los grandes momentos de esta salida extraordinaria. Primero, con la Virgen de la Trinidad avanzando a los sones de “Cristo de la Expiración”, y luego con otra joya de Beigbeder como la anterior, “Al pie de la cruz”, dedicada a la Hermandad de las Angustias, ante cuya capilla se detuvo instantes después el paso de palio tras una lenta revirá con tan maravillosa banda sonora.
Los cofrades de la hermandad que cierra el Domingo de Ramos regalaron unas flores a la dolorosa vecina, a la que se rezó la oración “Bendita sea tu pureza”. Luego se marchó con “Sanidad” ya de vuelta a la Iglesia de la Santísima Trinidad.
Como decía el capataz, el sueño se acababa. Apenas quedaba recorrer el atrio del templo para poner fin a esta procesión histórica llena de buen gusto. La entrada en el atrio la hizo la Virgen de la Trinidad con el Ave María de Vavilov, aunque todo el mundo la adscribe a Caccini; otro momento mágico de pleno sabor cofradiero en un sábado de octubre, aunque cualquiera diría que era noche de Jueves Santo.
Y la última marcha, con el palio acercándose a la puerta de la iglesia, fue “La Madrugá”, lo que acentuó aún más esa sensación de inicio de la Noche de Jesús. El paso se detuvo mientras la partitura de Abel Moreno aún continuaba. Era el momento de repetir el procedimiento de la salida; el de doblar los zancos y poner las ruedas. Ya en silencio, el palio se adentró en la iglesia y la Banda del Maestro Dueñas tocó el Himno cuando pasaban siete minutos de las doce y media de la noche.
Ya dentro, con la iglesia prácticamente a oscuras, sólo iluminada por algunas velas y el foco que apuntaba al retablo del Cristo de Humildad y Paciencia, se volvieron a colocar los zancos y el palio fue conducido hasta el presbiterio, donde se dio la vuelta para quedar definitivamente detenido.
Se rezó la Salve y tomó la palabra el hermano mayor, David Calvo, quien quiso mostrar su agradecimiento a todos los hermanos, a la Banda del Maestro Dueñas y a las hermandades que habían colaborado en esta salida extraordinaria. Y finalizó con un deseo: que no pase mucho tiempo hasta que volvamos a ver a María Santísima de la Trinidad por las calles. “Ésa es ahora nuestra tarea”, dijo.
Se cerraba así un capítulo más de la larga trayectoria de momentos únicos que nos brindan las cofradías jerezanas; esta vez con una hermandad joven de espíritu antiguo y con las ideas bastante claras de cómo quieren presentarse en las calles. No queda más que unirse a las palabras del hermano mayor y desear que pronto la Hermandad de Humildad y Paciencia sea una cofradía de dos pasos. Ojalá está salida extraordinaria haya servido al menos para que ese sueño sea pronto una realidad.
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