miércoles, 3 de septiembre de 2025

¡TRAED MADERA, TRAED ENEA, TRAED SILLAS, SILLAS Y MÁS SILLAS!


Jesús Creagh es ese voluntarioso cofrade al que de tanto en tanto llama algún medio de comunicación para que le dote de contenido hablando de sus revolucionarias teorías de mejora de la carrera oficial. 
Hace poco lo ha vuelto a hacer y de toda su intervención se ha publicado en redes sociales un brevísimo extracto en el que compara por su longitud las carreras oficiales de las principales ciudades andaluzas. Y resulta que, según dice, siendo la de Sevilla la quinta en longitud, es la primera en número de sillas instaladas a lo largo de su trazado (y de lo que no es su trazado en realidad).
Apunta este dato como si fuera algo sorprendente, pero ciertamente no lo es. Cualquiera que conozca la carrera oficial sevillana sabe que si algo la caracteriza es, como a la DGT con sus radares ocultos, la voracidad recaudatoria. Que pongan sillas, sillas, sillas y más sillas. Porque las sillas son dinero y, ¿por qué poner una o dos sillas donde caben cinco, aunque los abonados contribuyentes pasen unas ocho horas o más culito con culito con el contribuyente vecino?
Voracidad. No tiene otro nombre. Sólo así se puede explicar la presencia de sillas, por ejemplo, en la plaza del Duque, que no forma parte de la carrera oficial, y donde el que tiene ahí la silla ve, por ejemplo el Viernes Santo, San Isidoro y la Mortaja, mientras que las otras cinco, que entran en Campana por O'Donnell, apenas las intuye. O si acaso puede aprovechar esos momentos muertos en los que está pasando una cofradía que no puede ver para conectarse con el móvil a alguna retransmisión en directo y verlas estupendamente, aunque siempre peor que en la pantalla grande de la tele tumbado en el sofá.
¿Y qué decir de los que tienen la silla en O'Donnell, calle que tampoco forma parte de la carrera oficial? Las que entran desde el Duque las ven a una distancia enorme que, en caso de miopía, convierte los pasos en simples bultos dorados moviéndose allí, a lo lejos. Debe de ser una delicia tener la silla en O'Donnell un Miércoles Santo; sobre todo si te gusta el Baratillo... y sólo el Baratillo. Tendría más sentido que el Consejo vendiera ese día sillas en Orfila...
Aunque la palma se la llevan esas sillas colocadas en imposibles recovecos de Sierpes, con el abonado contribuyente pegado a la pared a modo de salamanquesa cofradiera, que no ve llegar los pasos, sino que éstos aparecen fugazmente ante sus ojos de perfil, y luego se deleita contemplando la trasera y poco más. Qué experiencia, ¿eh? Qué emoción. Qué bonita es la Semana Santa.
Supongo que en estos casos lo importante es poder presumir de tener silla en la carrera oficial confiando en que el envidioso amigo nunca se entere de cuál es realmente su localización exacta. Eso y, por supuesto, tener dinero para malgastar alegremente. Porque, no nos engañemos, hay sillas que por su situación en la carrera oficial o aledaños demuestran que al abonado contribuyente le sobra el dinero. Si es usted uno de ésos a los que les sobra, envíeme privado y le hago llegar mi número de cuenta. Lo gastaré en algo un poco más útil y necesario...
En fin, que sorpresas con los datos de Creagh pocas. Al Consejo, y a las hermandades por extensión, no les abochorna sacarle el dinero a la gente por sillas desde las que la Semana Santa se ve poco o nada. Y a esos abonados contribuyentes tampoco les abochorna pagar por esas sillas de injustificable localización que a mí me costaría confesar a un conocido. Así que, como diría Groucho en aquel tren de vapor, "¡traed madera, traed enea, traed sillas!". Sillas y más sillas, dinero y más dinero. Pero luego resulta que el problema de la seguridad es la masa incontrolable que quiere ver la entrada de San Isidoro y a la que hay que mantener alejada y acotada como a un perro rabioso...

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