miércoles, 19 de diciembre de 2018

MARTÍNEZ MONTAÑÉS Y SU FAMILIA EN LA PARROQUIA DE LA MAGDALENA


La Parroquia de Santa María Magdalena acoge hasta el próximo 6 de enero una pequeña exposición situada en el crucero del templo, en el lado de la Epístola, titulada “Martínez Montañés y su familia en la Parroquia de la Magdalena”. Se trata de una muestra que tiene como motivo principal destacar la vinculación que el imaginero de Alcalá la Real tuvo con dicha parroquia, en la que incluso fue enterrado. Hay que recordar, en cualquier caso, que la Parroquia de la Magdalena que Montañés conoció como tal no era la actual, antiguo templo del Convento de San Pablo, sino la que estaba en sus tiempos ubicada en la Plaza de la Magdalena, y que fue derribada en 1810, durante la Invasión Francesa.
Con esta exposición la parroquia quiere celebrar los cuatro siglos y medio del nacimiento del célebre imaginero, permitiendo ver la documentación que conserva sobre él, y mostrando las dos obras salidas de su gubia que se encuentran en la Magdalena.
Para entender al completo la vinculación entre la familia de Martínez Montañés y la Parroquia de la Magdalena, debemos en primer lugar reproducir íntegramente el texto de Aurora Ortega López que justifica el motivo de la exposición. Dice lo siguiente:

La familia Martínez Montañés arranca de un matrimonio de origen zaragozano que se afincó en un primer momento en el bello pueblo jiennense de Alcalá la Real. Hacia 1580 marcharán a Granada, ciudad en la que residirán hasta 1582 y donde el joven Montañés, con unos doce años, había entrado a formarse artísticamente en el taller del escultor Pablo de Rojas.
Seguidamente van a arribar a la atractiva ciudad que albergaba la Puerta de Indias: Sevilla. Como cualquier familia de parroquianos sevillanos de entre los siglos XVI y XVII, harían su vida cotidiana en torno a un templo, primero el de San Vicente y a continuación el de la Magdalena, que era una de las iglesias más esplendorosas de la capital hispalense.
Durante más de ochenta años ininterrumpidos mantuvieron este vínculo, comenzando en 1598 con el bautizo del segundo hijo de Juan Martínez Montañés con Ana de Villegas, su primera mujer, y continuando con los bautizos de los posteriores vástagos, hasta llegar a la sexta hija. A continuación, nuestro escultor contraerá nuevas nupcias con Catalina de Salcedo y Sandoval en 1614 y a partir de aquí ya nunca se ausentó de la Magdalena.
Primero tuvieron domicilio en la calle de la Muela y más tarde en la de San Pedro Mártir, donde van a nacer siete hijos más, que junto con las inscripciones de los bautizos de sus nietos (hijos de Fernando Martínez Montañés), defunciones de algunos de ellos, incluso los fallecimientos del propio artista y de ambas esposas, van a conformar un importante acervo documental de su paso por esta collación, donde creó una gran familia con sus dos matrimonios: Ana, la primera mujer, seguramente de carácter más hogareño, y Catalina, la segunda esposa, a la cual confió sus quehaceres más mundanos mientras él se dedicó a tallar sus inmortales creaciones en madera.
Afortunadamente, en la Parroquia de la Magdalena el insigne artista dejó su huella escultórica y en ella luce uno de sus grupos escultóricos más bellos, el de San José con el Niño Jesús”.

Bajo este texto explicativo de la exposición, podemos ver la anotación del entierro de Martínez Montañés, incluido en el libro 2 de Defunciones (1624-1667). En concreto, la fecha correspondiente a su defunción es el 18 de junio de 1649 y en la anotación se indica: “En este día, Juan Martínez Montañés. Cien reales de sepultura, todas las campanas de doblar: cuatro ciriales y cruz”.



Reproducimos ahora un texto del historiador José Roda Peña referido al imaginero:

Martínez Montañés nació en Alcalá la Real (Jaén) en 1568, y tras haberse formado en el taller granadino de Pablo de Rojas durante unos años que fueron trascendentales para cimentar su futura trayectoria profesional, llegó a Sevilla en un momento indeterminado de la década de 1580, contrayendo nupcias en 1587 y superando al año siguiente el preceptivo examen gremial que lo capacitaba para ejercer como escultor y arquitecto de retablos. Su arrolladora personalidad y extraordinario talento creativo le permitieron erigirse en el más acreditado maestro de la ciudad, al tiempo que su dilatada vida (segada a los 81 años por la terrible epidemia de peste que aconteció en 1649) y el nutrido obrador que dirigió, le allanaron el camino para contratar una producción amplia y de contrastada calidad.
Juan Martínez Montañés muestra una prodigiosa capacidad para transmitir en sus imágenes los sentimientos espirituales más profundos y emotivos. Todo en su obra desprende belleza, contención emocional, serenidad, aplomo, equilibrio y un gusto exquisito. Fueron sus armas principales una intensa preparación intelectual y religiosa, además de un virtuosismo técnico sobresaliente. La genialidad de Montañés escapa a todo intento de compartimentación estilística, pues participa al unísono del ininterrumpido influjo del clasicismo tardío y de una decidida tendencia al naturalismo barroco.
Ya en vida, Juan Martínez Montañés disfrutó del máximo prestigio y reconocimiento de todos los estamentos sociales, y con posterioridad su fama no ha hecho sino acrecentarse, al calor de una fortuna crítica que siempre le ha considerado uno de los mejores escultores españoles de todos los tiempos y principal representante de la escuela sevillana de escultura. Aureolado por esta celebridad, que le adjudicó los epítetos de “Andaluz Lisipo y “Dios de la madera”, la historiografía le vino atribuyendo, hasta bien entrado el siglo XX, cuanto de bueno se esculpió en Sevilla durante la primera mitad del XVII”.

Pasamos ahora a contemplar el conjunto escultórico de San José y el Niño al que aludía anteriormente el texto de Aurora Ortega. Es una obra que recibe culto habitualmente en un retablo en la misma nave del crucero donde se celebra esta exposición, pero para su mejor contemplación ha sido colocada a la altura de los visitantes y puede ser rodeada para no perder detalle de su gran calidad artística. De nuevo es Roda Peña quien se encarga de comentar pormenorizadamente la obra:

Tras haber pasado por diferentes atribuciones, la crítica artística especializada ha venido a considerar como obra segura de Martínez Montañés este excelente grupo escultórico. El genial maestro alcalaíno cultivó la iconografía de San José andariego con el Niño Jesús en el desaparecido conjunto que le encargó en 1605 el gremio sevillano de carpinteros de ribera y en los que se conservan en la Iglesia de la Victoria de Medina Sidonia (Cádiz), fechado en 1638, y en la Parroquia de Santa María de la Concepción de Dílar (Granada), este último de pequeño formato y muy relacionado con el presente de la Parroquia de Santa María Magdalena de Sevilla, el cual puede fecharse en la segunda década del siglo XVII.
A San José se le ha representado erguido, en actitud de reposado y sereno ‘contrapposto’ de raigambre clásica, adelantando ligeramente la pierna izquierda, que aparece exonerada y con la rodilla flexionada, al tiempo que descarga el peso del cuerpo en la contraria, mostrando ambos pies calzados con sandalias. La consiguiente torsión de sus caderas se adivina bajo los pliegues de la túnica, ceñida por un cinto anudado a la diestra.
El manto se ha dispuesto cayendo por la espalda y recogiéndose en torno al brazo izquierdo, que se adelanta para sostener la tradicional vara de azucenas, mientras que el derecho desciende para coger de la mano y caminar junto al pequeño Jesús, en cuya dirección gira e inclina la cabeza, de nobles rasgos faciales e introspectiva actitud. El pequeño infante, que nos bendice con la diestra, delata en su morfología y grave expresión la impronta montañesina. 
La actual policromía y deslumbrante estofado que presentan las vestimentas de ambas figuras datan de la segunda mitad del siglo XVIII, como lo delata la presencia de rocallas”.













Junto a San José y el Niño Jesús, vemos la segunda de las obras expuestas. Se trata de la Virgen de la Encarnación, obra que no recibe culto en la Parroquia de la Magdalena, pero sí es propiedad de una de las hermandades que tienen en ésta su sede, como es la Quinta Angustia. La explicación de la obra nos la da de nuevo José Roda Peña:

A mediados del siglo XIX, el historiador de las cofradías penitenciales de Sevilla Félix González de León hizo correr la especie, quizás fruto de una tradición oral, de que la Virgen dolorosa de la Encarnación, titular mariana de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús, la había realizado en principio Juan Martínez Montañés para la Hermandad de Jesús de la Pasión, pero que, habiéndosela presentado, ésta ‘no quiso pagarle lo que él estimaba por su imagen; entonces disgustado vino a esta hermandad y se la regaló diciendo que un Niño de tan aventajada escultura, aludiendo al de Jerónimo Hernández, necesitaba una Madre correspondiente; e hizo relación de lo acaecido, pidiendo que se le recibiese de gracia por hermano, y se le diese por averiguado todos los años que viviese, lo que así se efectuó’. 
Lo que puede darse por cierto es lo que el propio González de León transcribió, tras haberlo leído en el folio 115 del primer libro de entrada de hermanos de la Cofradía del Dulce Nombre: 'Juan Martínez Montañés, escultor vecino de esta ciudad, en la collación de San Lorenzo, en la calle de los Tiros, entró por nuestro hermano de luz, juntamente con Ana Villegas, su mujer, en 11 de octubre de 1592. Tiene rematado por toda su vida, porque no se le ha de pedir cosa alguna por haber dado graciosamente a la cofradía la imagen de nuestra Señora, de talla, de tristeza'.
A raíz de la fusión de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús con la de la Quinta Angustia en 1851, y para evitar la duplicidad de dolorosas, esta efigie mariana comenzó a venerarse como imagen de gloria, manteniendo su tradicional título de la Encarnación. En ella no aparecen hoy huellas visibles del quehacer montañesino, aunque su percepción estética se encuentra absolutamente condicionada por las profundas alteraciones que ha sufrido a lo largo del tiempo".







La muestra concluye con cuatro documentos históricos de la parroquia en los que aparecen anotaciones vinculadas con la familia de Martínez Montañés. Así, vemos el libro 9.1 de Matrimonios (1609-1627), donde consta el matrimonio de Juan Martínez Montañés con Catalina de Salcedo y Sandoval, que se celebró el 28 de abril de 1614.


A su lado, se ve el llamado "Padrón de almas" con la relación de habitantes en las calles de la feligresía. Corresponde al año 1650, el siguiente a la muerte de Martínez Montañés. En la casa de la calle de la Muela consta que residían su viuda, Catalina Salcedo, así como Mariana Salcedo, Theresa, Hermenegildo, Isabel, Mariana y Diego.


Seguimos con el libro 15 de Bautismos (1611-1615), donde queda registrada la partida de bautismo de Fernando Martínez Montañés, hijo del imaginero y de Catalina de Salcedo, nacido el 17 de marzo de 1615.


Finalmente, se muestra el libro 20 de Bautismos (1630-1650), con la partida de bautismo de Hermenegildo Antonio Martínez Montañés, nacido el 28 de abril de 1639.


Es una exposición breve, pero certera en su objetivo de mostrar la vinculación de una de las más importantes parroquias sevillanas con Juan Martínez Montañés, un nombre clave en la historia del arte y, en concreto, del barroco español. Sería interesante que otras parroquias siguieran esta senda con sus personajes históricos, que no faltan en los documentos que descansan en sus archivos parroquiales.

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