Ya dijo Antonio Burgos que el cofrade va a su son, y si en Semana Santa, cuando se conmemora la Pasión y Muerte de Jesucristo, el estado de ánimo es de alegría porque sabemos que después de la crucifixión y el traslado al sepulcro viene la resurrección (“la historia acaba bien y el hijo de la guapa gana”, decía), ¿por qué no íbamos en Navidad, cuando ese Niño nace, a pensar ya en lo que ha de venir allá por primavera?
Javier Regaña es un joven hermano del Prendimiento y el Nazareno de Ciudad Real, y un gran aficionado a los belenes. No en vano, en su casa hay hasta cinco nacimientos instalados. Pero hay uno que se lleva la palma o, mejor dicho, que se ha llevado, por segundo año, el tercer premio en el concurso municipal de belenes de particulares.
Ocupa toda una sala y su montaje le mantiene atareado durante prácticamente un mes. La afición le llegó desde niño, fundamentalmente a través de su padre, con quien se desplazaba a ver los belenes que se instalaban en casas, escaparates e instituciones, tanto de Ciudad Real como de fuera; además, se refiere a Antonio Vich (padre e hijo) y a Gustavo Lozano como sus maestros.
El monumental nacimiento que ha sido premiado surgió hace cuatro años y cada Navidad cuenta con nuevos elementos; no sólo figuritas, algunas de las cuales están pintadas a mano, sino también palacios, casas, un mercado y el propio pesebre, hechos todos por este joven cofrade. La pasión es tal, que aunque su cumpleaños cae en julio, siempre suele recibir algún regalo en forma de pastorcillo, rebaño o rey mago.
Hasta seis escenas diferentes se muestran en este belén, toda una catequesis en miniatura, convenientemente explicada a través de un díptico elaborado por Sonia Sánchez Molero: La Anunciación a la Virgen, el Empadronamiento, la Natividad, la Anunciación a los pastores, la Presentación en el templo y la llegada de los Reyes Magos. Todos estos pasajes tienen su sitio en un belén en el que no faltan diversos elementos cofrades.
Así, por ejemplo, cuando la iluminación simula la llegada de la noche, en el interior de una cueva, tras la estela dejada por Baltasar, puede verse un nazareno con una cruz de guía. “Para un cofrade no existe el Carnaval y cuando pasa la Cabalgata ya estamos pensando en la Cuaresma y la Semana Santa”, apuntaba.
Por otro lado, dentro de una casa situada en lo más alto se asoma la cara de la Virgen de la Salud, la nueva talla mariana de la cofradía ciudadrealeña del Prendimiento, bendecida el pasado 20 de noviembre; mientras que el paje de Gaspar porta en su mano un incensario.
Para esos cofrades de auténtico ‘jartible’, que diría Carlos Herrera, quedan otros dos detalles que son de nota. En el libro donde José y María, todavía encinta, se están empadronando pueden leerse las mismas palabras del Libro de las Escrituras que muestra el esclavo etíope en el misterio de San Gonzalo. Además, en el mercado, un vendedor de especias ofrece a sus clientes canela y clavo, el aroma de la Hermandad de los Gitanos, según el que durante muchos años fue capataz de la Virgen de las Angustias, Alberto Gallardo.
Un pequeño incensario, que hace las veces de chimenea del horno del panadero, y la banda sonora, formada por marchas procesionales, las mismas que inspiraban a Javier Regaña durante todo el proceso de montaje, completan un nacimiento que supone la sublimación de lo que Cernuda definió como “el tiempo sin tiempo del niño”, que es el tiempo al que vuelve el cofrade cuando el otro Niño, el que se escribe con mayúsculas, se hace presente con el inicio del invierno.
Fotos: Jesús Monroy