Nuestra Señora de los Dolores, la Reina del Cerro del Águila, deslumbró el pasado fin de semana en el tradicional besamanos que la hermandad celebra el último fin de semana de septiembre. Fueron cientos los vecinos que acudieron a la parroquia del barrio para poder mirar de cerca y demostrar su devoción ante esta joya de la imaginería, salida de la gubia de Sebastián Santos en 1955.
Situada sobre una peana de plata en el presbiterio de la iglesia del Cerro del Águila, Nuestra Señora de los Dolores lucía una saya de color marfil, bordada en hilo de oro sobre tisú del mismo material y un manto de camarín de color burdeos, obras ambas que Francisco Carrera realizara en el año 2002 con motivo de la Coronación Canónica. Asimismo, la dolorosa portaba la corona de oro que le fuera impuesta por el cardenal Carlos Amigo Vallejo aquel 15 de septiembre de 2002.
La Virgen de los Dolores daba a besar su mano derecha, cuya policromía está claramente dañada, y en la mano izquierda portaba un rosario con cuentas de carey engarzadas en oro y rematado con una cruz, también de ese mismo metal. Además, para la ocasión, la Señora del Cerro estrenaba una cruz de oro con cordón del mismo material, regalo de la Policía Autonómica.
En cuanto al montaje, el camarín que habitualmente acoge a la Virgen, situado en el centro del retablo principal de la iglesia, se encontraba cubierto con una gran tela de color burdeos, a juego con la bambalina delantera del paso de palio, colocada delante de ella y sustentada por seis de los varales del palio, tres a cada lado. Bajo el palio, que se completaba con unas pequeñas caídas y techo de terciopelo liso, y sobre una escalinata que llegaba hasta el suelo, adornada con parte de la candelería del paso y pequeños centros de claveles rosas, se situaba el sillón de reina, con el que se pretende representar la bajada de la Virgen para el encuentro con sus fieles.
El soporte para todo ello estaba recubierto de un faldón del mismo color burdeos que imperaba en todo el montaje y los respiraderos de plata del paso de palio. También se podían observar los candelabros de cola, los cuatro pequeños faroles de plata del paso del Cristo del Desamparo y Abandono, y cuatro centros de claveles rosas y gladiolos.
Ya en el suelo, completaban la escena más flores en los mismos tonos y variedades, algunas de ellas en dos jarras de madera dorada que flanqueaban a la Virgen y otras sujetas por los ángeles de entrevarales del palio, que cambiaron aquí sus habituales faroles por pequeñas jarras. Finalmente, a la derecha se ubicó el estandarte de la hermandad.
En definitiva, un montaje imponente y cuidado, un regalo para los sentidos acorde con la devoción que despierta la Reina del Cerro, que sobrepasa las fronteras de su barrio y alcanza lugares insospechados...
Texto: Cristina Abengózar Delgado