La Hermandad de la Cena llevó el pasado jueves, en un glorioso día de Corpus (éste sí que relució más que el sol, y no como el Jueves Santo), su paso de misterio hasta el Palacio Arzobispal. Quienes estábamos en la puerta de Los Terceros a eso de las seis y media de la mañana pudimos comprobar inmediatamente que, igual que el pasado Domingo de Ramos, los priostes decidieron prescindir de sus característicos faroles dorados para colocar en su lugar los candelabros de la Virgen de la Encarnación.
Una pena; dos salidas del misterio este año y dos veces la ocurrencia de poner unos candelabros que, como queda patente con un simple vistazo al paso, no están hechos para el mismo.
Teniendo en cuenta que en Cuaresma se defendió esta innovación alegando que los faroles suponen una deficiente iluminación del conjunto escultórico, no está justificada la decisión de volver con los candelabros para la luminosísima procesión de la mañana del Corpus, presidida por un auténtico sol de justicia. No eran los candelabros los que iluminaban de manera extraordinaria el misterio, sino el Lorenzo que caía a plomo sobre las cabezas de todos los presentes.
Definitivamente, y en un par de meses he tenido la ocasión de confirmar mi primera impresión, no me convence mucho este paso con unos candelabros que superan considerablemente en altura a la de los apóstoles situados en las esquinas. Ya lo dije en su momento: si la hermandad quiere candelabros en lugar de faroles, que realice unos nuevos acordes con un conjunto escultórico en el que la mayoría de sus integrantes están sentados (echen un vistazo al paso de la Cena de Jerez). Y si no, que vuelvan los faroles que algunos echamos tanto de menos.
Y del ‘movilismo’ de la Cena al inmovilismo de Monte-Sión; o más bien habría que decir de los hermanos que mayoritariamente votaron hace unos días en contra de un experimento nunca experimentado. Como era de suponer, el cambio de orden entre la cofradía de la calle Feria y la Exaltación no se llevará a cabo.
De nuevo, ha vencido el inmovilismo sin razón (es decir, no razonado) frente al sacrificio y la solidaridad por el bien común (también por el propio). Porque argumentos como “esto ha sido así de toda la vida”, “me gusta más mi hermandad de noche” (como si a Los Caballos no le anocheciera por el camino) o “el problema no es mío, que lo arreglen otros”, no pueden considerarse válidos para oponerse a un cambio del que podrían haberse beneficiado las siete cofradías de la jornada.
Y digo que podrían haberse beneficiado y no que se habrían beneficiado con toda seguridad porque realmente nadie puede saber si la modificación habría sido buena, mala o regular. Lo lógico hubiera sido que el experimento por un año que no llegó a producirse por la meteorología (que no climatología) del pasado Jueves Santo se hubiera trasladado automáticamente a la próxima Semana Santa. Pero decir “no porque no” sin antes probar es un ejercicio de cerrazón que no se sostiene.
A mí no me gusta el paso de la Cena con candelabros; y lo puedo decir porque lo he visto. Sin embargo, nadie puede decir que el cambio de orden entre Monte-Sión y La Exaltación no traería buenos resultados. Nadie lo sabe. Ni lo sabrá.