Te confieso, aunque no haga falta, que te vas dejándome unos pies doloridos que piden clemencia, grandes ojeras por la falta de sueño y la señal de las gafas causada por el sol en mi cara. Son esas heroicas heridas de la bendita guerra que hemos librado. Aquella guerra que comenzó luchando por unos días libres, unas vacaciones. Tú sabes lo que me cuesta acudir a tu encuentro.
No te vayas muy lejos. Sabes también que cuando me faltes te llamaré para que aparezcas, aunque enlatada, en mitad de mi salón. Pero ahora descansa. Yo, mientras tanto, soñaré contigo, como siempre, más despierto que dormido. No tardes en volver. Ah, y gracias, un año más...