Con el permiso de la autoridad, como rezan las antiguas convocatorias taurinas, y tras algún que otro rechazo a actos similares recientemente, la Hermandad de la Candelaria recibía el permiso del Ayuntamiento de Jerez para la celebración de su tradicional rosario de la aurora por las calles del barrio de La Plata, con una particularidad: que el rezo en sí se celebrara en los Jardines de la Atalaya, un recinto cerrado y aforado, y que los traslados de ida y vuelta fueran lo más breves posible.
Y así fue como ayer, 18 de octubre de 2020, el culto público volvió a Jerez poniendo en la calle a una imagen titular de una de sus cofradías; en este caso, a María Santísima de la Candelaria, que con la advocación mejor puesta que nunca, se convirtió en luz en medio de la oscuridad de una cruel pandemia cuyo final ni siquiera se atisba en el horizonte. Fue luz, pero también esperanza. Hay otra forma de hacer las cosas frente a la resignación de estar encerrados en los templos. Hay otra manera y, sin lugar a dudas, la Hermandad de la Candelaria lo demostró con un rosario de la aurora muy bien organizado, muy cuidado en el cumplimiento de las más elementales medidas de seguridad.
Pero también lo demostraron los cofrades que asistieron a este histórico día, que supieron estar a la altura en un culto que, todos lo sabíamos, iba a ser mirado con lupa por las mismas autoridades que, con condiciones, lo habían aprobado, por otras hermandades y también, para qué negarlo, por criticones dispuestos a rascar donde hiciera falta para encontrar una fisura, un matiz, un algo a lo que agarrarse para levantar la voz contra lo que no fue otra cosa que una bellísima mañana junto a la Madre de Dios, por fin en las calles.
Cuando pasaban cinco minutos de las ocho y media de la mañana, las dos hojas de la puerta principal de la Parroquia de Santa Ana se abrían para dar paso (parecía mentira) a un cortejo procesional. Ante la puerta, y con una evidente separación entre grupos de personas reunidas para asistir a este momento, bastante gente y mucha cámara de fotos o de vídeo. "Esto no lo he visto yo nunca; a ver si el año que viene es igual", comentaba un hermano de cirio al ver la expectación generada por este rosario de la aurora de la Candelaria. Y es que sí, había bastante más gente de lo normal en un rosario de la aurora en Jerez, pero era una cantidad muy asumible. Además, los miembros de la hermandad se encargaban de vez en cuando de recordar la importancia de guardar la distancia interpersonal; aunque más por una cuestión de prevención que para corregir situaciones de riesgo, que en realidad no se produjeron en ningún momento. Nada que ver con los "botellones" juveniles, los conciertos promovidos hace días por el Ayuntamiento o la ausencia de distancia en cualquier transporte público. Y todo el mundo, absolutamente todo el mundo, con su mascarilla.
La cruz parroquial entre ciriales abría el cortejo, formado por más de ciento sesenta hermanos que sacaron su papeleta de sitio para acompañar a la Candelaria en esta salida tan especial. También estuvieron el presidente de la Unión de Hermandades, Dionisio Díaz, y los hermanos mayores de las Angustias, el Perdón, el Soberano Poder y las Viñas. El estandarte corporativo fue la única insignia que se pudo ver entre los hermanos con cirio que, también con la debida distancia, tomaron la calle que recibe el nombre de la dolorosa en su breve camino a los Jardines de la Atalaya.
La Virgen de la Candelaria se encontraba en el lado derecho del presbiterio de Santa Ana. Desde allí, ocho hermanos se encargaron de cargar las andas sobre sus hombros para dirigirse hacia la puerta a las órdenes de Paco Yesa, quien precisamente fue nombrado capataz de la dolorosa el mes pasado. Dentro del templo sonó en el órgano el Himno de España en el momento en que la Candelaria empezó a moverse. Y antes de salir sonaría "Coronación de la Macarena" seguida de "Amarguras". Por fin marchas para una imagen que buscaba la calle.
La baja altura de la puerta obligó a los hermanos encargados de la salida a bajar las andas y sostenerlas con las manos para que la corona procesional, obra de Manuel de los Ríos de 1981, superara el dintel. La Candelaria vestía la saya de tisú de plata bordada en oro que estrenó en su estación de penitencia del año pasado, confeccionada por Ildefonso Jiménez, que combinaba con el manto de aplicación de terciopelo burdeos cedido por la Hermandad de las Viñas, cuya dolorosa, la Virgen de la Concepción, es una talla del mismo imaginero: Manuel Prieto Fernández. Además, la dolorosa de La Plata tenía un tocado de encaje de Bruselas del siglo XIX y unos puños de encaje de punto de aguja de la misma época.
Otros elementos que lució la Candelaria en esta jornada fueron un puñal de plata sobredorada de Manuel Varela (2014), un alfiler con su advocación donado por una devota y realizado utilizando joyas de su familia, cinco estrellas de circonitas, una cruz pectoral de plata y granates, unos pendientes de brillantes y dos rosarios, uno de nácar y plata del siglo XIX, y el otro de granates y plata que incluye medallas de las devociones de sus donantes. También llevaba la insignia municipal del concejal Jaime Espinar, del Grupo Popular en el Ayuntamiento, y una insignia de plata del vicepresidente de la Junta de Cofradías de Ocaña (Toledo), cuya Hermandad de la Verónica mantiene una estrecha vinculación con la Candelaria jerezana debido a la coincidencia de sus misterios.
En cuanto a las andas, llevaban delante cuatro faroles de plata y en las esquinas estaban los cuatro ángeles del paso de Nuestro Padre Jesús de las Misericordias, aunque sin los elementos pasionistas que suelen sostener. En cuanto al exorno floral, se componía de diferentes especies, como nardos, rosas y calas blancas.
La Virgen de la Candelaria se detuvo tras bajar los escalones ubicados ante la puerta del templo y posteriormente emprendió el recorrido rumbo a la Atalaya por su calle, en la que se detuvo en varias ocasiones. Delante, el párroco de Santa Ana y director espiritual de la hermandad, Enrique Soler, fue dirigiendo algunas oraciones y meditaciones previas al rezo del Santo Rosario.
Tras dejar atrás su calle, María Santísima de la Candelaria giró a su derecha a la calle Atalaya, por la que a continuación salió a Lealas, esa calle tan especial para la cofradía en las noches de Lunes Santo y que recibe el nombre de las hijas de un tal Leal.
Pronto alcanzó la Candelaria la confluencia con la calle Cervantes, por la que se internó hasta entrar en los Jardines de la Atalaya traspasando la reja abierta a deshora de este bellísimo espacio jerezano. Cuando el cortejo estuvo al completo dentro, un hermano en la misma puerta fue dejando entrar a quienes lo seguían, contándolos uno a uno para no superar el aforo determinado. Además, nada más entrar encontraban los asistentes dos pequeñas mesas con sendos botes de gel hidroalcóholico.
En cuanto la Virgen de la Candelaria se adentró en los Jardines de la Atalaya, comenzó el rezo del Santo Rosario, cuyos misterios fueron los gloriosos al ser domingo. Toda la zona ajardinada contaba con sillas que dos días antes habían sido dispuestas por los hermanos, guardando entre ellas la debida distancia. No obstante, muchas estuvieron vacías ya que la ausencia de aglomeraciones permitió a quien lo deseó seguir a la Virgen a lo largo de su recorrido sin ningún problema. Hay que anotar también que cada vez que se producía un relevo entre los hermanos que cargaban (al modo jerezano, con horquilla) las andas, éstas se limpiaban con gel. Los cargadores y el capataz, además, llevaban todos guantes.
La Virgen rodeó la zona ajardinada mientras uno a uno se desgranaban los misterios gloriosos del Rosario. Cuando quedaban dos, la Asunción al Cielo y la Coronación, el padre Enrique Soler pidió a los presentes que cantaran cada Ave María, que hasta ese momento simplemente era pronunciado sin más. Se diría que los asistentes a este rosario guardaban un exceso de seriedad, sin atreverse del todo a vivir el culto con la alegría acostumbrada. El párroco quizá quiso animarles a comprender que eso que llaman "nueva normalidad" no está reñido con la felicidad propia del cristiano. Y menos cuando tanto tiempo después estábamos junto a la Virgen a cielo abierto.
La Candelaria completó la circunferencia que rodea al jardín principal cuando se rezó el quinto y último misterio y se dispuso a salir de nuevo a la calle Cervantes. Pero antes, se produjo un nuevo relevo de cargadores con la correspondiente desinfección de las andas.
Las letanías, entre las que Enrique Soler incluyó la de "Reina de nuestras hermandades y cofradías", fueron rezadas ya con la Candelaria de regreso a Santa Ana, ahora pasando únicamente por Lealas hasta la Plaza de la Constitución. Desde los balcones de la última casa, justo en la unión entre ambas, cayó una gran lluvia de pétalos sobre la dolorosa, como las de la última hora de la noche del Lunes Santo. Asimismo, un grupo de hermanos le cantaron a la Candelaria una letra que precisamente nos trasladó a todos a esos momentos que esperemos que pronto podamos tener oportunidad de revivir. Se trata de una plegaria que estaba escrita tras cada papeleta de sitio y que fue compuesta por José María Morales Añón 'Nene', hermano de la cofradía fallecido el pasado 22 de septiembre.
Fue éste uno de los instantes más emocionantes del rosario de la aurora de la Candelaria, donde no faltaron las lágrimas de muchos de los presentes, entre los que se encontraba en silla de ruedas la madre del 'Nene', incapaz de contener el llanto. Jerez reza también cantando y arrojando pétalos y viendo al Hijo de Dios y a su Madre paseando por las calles, acercándose a los hogares de sus devotos, de sus vecinos.
A continuación, la Virgen de la Candelaria se dirigió de nuevo a Santa Ana, ante cuya puerta se detuvo para que Paco Yesa diera las instrucciones a los cargadores sobre cómo proceder, que era soltando las horquillas, sosteniendo las andas con las manos y tratando de mantener en éstas en todo momento la horizontalidad. Dicho y hecho.
La Candelaria entró en su casa y en ese momento la iglesia estalló en un emocionado aplauso que en el fondo era un enorme "gracias" a la Virgen por lo que acabábamos de vivir tras tanto tiempo de fe encerrada intramuros.
Dentro de Santa Ana, los hermanos y devotos aplaudían. Y en la misma puerta, un hermano rociaba de líquido hidroalcohólico a todo aquél que accedía al templo. Y es que, como bien dijo el hermano mayor, Manuel Martínez Pina, finalizado el acto, "ha terminado el Rosario pero no la pandemia", recordando a todos la importancia de seguir manteniendo en todo momento las medidas de seguridad.
No, la pandemia no ha terminado. Debemos seguir rezando por su final, y por los enfermos y fallecidos. Pero la emoción visible en los ojos de muchos hermanos demostraban que, pese a todo, la Candelaria acababa de abrirle un hueco a la luz, a la esperanza y, por qué no decirlo, a la ilusión. La Candelaria ha abierto un camino. Que se repita o no depende no de las cofradías, sino de las administraciones. Veremos lo que ocurre. Pero, de momento, nadie nos quita la alegría por lo vivido ayer con unas de las hermandades con mayor sabor a barrio de Jerez.