lunes, 8 de octubre de 2018
MADRUGADOR TRASLADO DE MARÍA SANTÍSIMA DE LA VICTORIA A LA CATEDRAL
Hay hermandades que sabes que no van a decepcionar. No quisiera que se me entendiera mal. No quiero señalar "decepciones" en otras, sino simplemente dejar constancia de que cuando las cosas se hacen bien, bien hechas están. Se ha achacado desde ciertos sectores que la Coronación Canónica de María Santísima de la Victoria, de la Hermandad de las Cigarreras, está pasando, dicen, desapercibida. Incluso he llegado a leer que da la sensación de que no se ha estado preparando con ilusión.
Parece que lo que no sean enormes exposiciones, conciertos de un inasumible e 'ininterpretable' número de marchas, pregones grandilocuentes o traslados a la Catedral en auténticas procesiones extraordinarias con unas horas de duración de dos dígitos es una Coronación sin ilusión.
Todo lo anterior no es una crítica a las hermandades que han celebrado o piensan celebrar así sus coronaciones. No. Cada hermandad tiene su idiosincrasia, su forma de ser, incluso su estética. Y eso es bueno.
Las Cigarreras es una hermandad que también tiene su idiosincrasia. Y, como pasara hace cinco años con la celebración de sus cuatro siglos y medio de existencia (ver), ayer pudimos disfrutar de la idiosincrasia cigarrera en el traslado de la Virgen de la Victoria a la Catedral con motivo de su Coronación Canónica del próximo sábado. Porque fue eso, un traslado, no la primera parte de una salida extraordinaria en dos tiempos. Y fue, además, un rosario de la aurora acompañado por el Coro de la Hermandad de Jesús Despojado y por un sexteto de viento de la Banda de Música María Santísima de la Victoria, de la propia cofradía cigarrera. Fue eso, nada más. Y nada menos.
Y quizá por eso, y por supuesto por la hora, fue un traslado para el disfrute, para caminar en todo momento junto a la Virgen de la Victoria, una de las más destacadas dolorosas de Sevilla, con bulla, sí, pero sin masa; esa masa que sirve para hacer fotos desde lo alto de una azotea con el objetivo de presumir de muchedumbre, pero que evita el disfrute y la emoción. Lo queramos admitir o no.
Y eso que los alrededores de la Capilla de la Fábrica de Tabacos, iluminados tan sólo por los faroles situados junto a la puerta y por la luz que atravesaba los cristales esmerilados en color morado de sus cristales, estaban llenos de gente desde minutos antes de las seis de la mañana, hora marcada para el inicio del traslado. Al fin y al cabo, un paso de palio (y qué palio) con una dolorosa (y qué dolorosa) se iba a poner en la calle para iniciar así unos días muy especiales para la cuatro veces y media centenaria historia de la cofradía de la Columna y Azotes.
A las seis en punto se abrieron las puertas, dejando ver el palio completamente iluminado y las tallas del Señor, tanto el de la Flagelación como el de la Púrpura, que lo flanqueaban desde el altar de la capilla. La cruz de guía abría el cortejo, que se componía de un buen número de parejas de hermanos con cirios blancos, separados por diferentes insignias de la hermandad: la bandera de la Virgen, el sinelabe y el estandarte corporativo. Además, antes del cuerpo de acólitos iba el pendón morado de Castilla, insignia que caracteriza a esta hermandad y su especial relación con Alfonso XIII.
El sexteto de viento y el coro ocuparon su lugar antes de los ciriales mientras dentro de la capilla, los Villanueva, capataces generales de la hermandad, mandaban a los costaleros acercar el paso de palio a la puerta para la salida.
La Virgen de la Victoria lucía corona de plata del siglo XVIII, la más antigua de las que posee en su ajuar, y estrenaba un puñal de plata de Joaquín Ossorio inspirado en la decoración de la misma corona. También salió por primera vez con la réplica de la Medalla de la Ciudad que el propio alcalde de Sevilla, Juan Espadas, le entregó el pasado miércoles con motivo de la Coronación Canónica. Destacaba la cruz pectoral, que reproduce la que carga sobre sus hombros el Nazareno de la Hermandad de la O.
Salió el paso de palio y, siguiendo al cortejo, rodeó por el lado izquierdo la fuente situada en el centro de la plaza de las instalaciones de la antigua Fábrica de Tabacos antes de dirigirse a la salida para pisar la calle Juan Sebastián Elcano.
Seguidamente, tras detenerse en la misma puerta de las dependencias de la fábrica, el palio, que estaba adornado con rosas blancas colocadas de forma cónica en las jarras, salió a la calle para cruzar Juan Sebastián Elcano y acceder a Virgen de la Victoria, donde había una pancarta con los colores de la bandera de España en la que podía leerse "Victoria de la Fe".
Fue en la calle que recibe el nombre de la dolorosa del Jueves Santo donde se rezó el primero de los misterios del Santo Rosario, la Resurrección del Señor, ya que al ser domingo se trataba de los misterios gloriosos. Entre tanto, el Coro de Jesús Despojado interpretaba diferentes cánticos y el sexteto de viento de la banda de música de la hermandad tocaba algunas marchas procesionales.
Más adelante, en la calle Asunción, sería el turno del segundo y tercer misterio del Rosario, la Ascensión del Señor y la Venida del Espíritu Santo, éste último en la esquina con la Plaza de Cuba.
Para este traslado a la Catedral, en los costeros se colocaron dos antiguos candelabros de plata con tres guardabrisas cada uno. Sin embargo, en la propia calle Asunción se tuvo que retirar el del costero derecho por no tener la suficiente sujeción y para evitar que se cayera. Normalmente, en el lugar donde iban estos candelabros se sitúan dos jarras iguales a las demás.
Desde la principal calle del barrio de Los Remedios, la Virgen de la Victoria salió a la amplitud de la Plaza de Cuba y tomó el Puente de San Telmo. Se fue notando conforme avanzaba la Virgen un incremento de la gente que decidió madrugar para acompañarla en su traslado a la Catedral. La ausencia total de frío, pese a la hora y la fecha, también contribuyó.
En el propio puente se rezó el cuarto misterio glorioso del Rosario, la Asunción de la Virgen. Después, igual que el Jueves Santo pero en sentido contrario, el paso de palio, que estrenaba el llamador labrado por Joaquín Ossorio en bronce plateado, se adentró en los Jardines de Cristina, donde se rezaría el quinto y último misterio, la Coronación de la Virgen. Seguidamente, buscó la calle San Gregorio pasando por la Puerta de Jerez.
Las letanías del Rosario se rezaron entre San Gregorio y la Plaza de la Contratación, siguiendo así el recorrido inverso de cada Jueves Santo al salir después a la Plaza del Triunfo por Miguel de Mañara. Y finalmente, María Santísima de la Victoria llegó a la Plaza de la Virgen de los Reyes para entrar en la Catedral por la Puerta de los Palos a los pies de una Giralda con andamios por las actuaciones de restauración que se están llevando a cabo, como también en la zona del ábside.
En el momento de entrar, el coro y los hermanos que acompañaban a su dolorosa en este traslado cantaron la Salve a María Santísima de la Victoria. Con algunos minutos de retraso sobre el tiempo previsto, la Madre Cigarrera entraba en la Catedral en torno a las ocho y cuarto de la mañana, cuando empezaba a amanecer sobre Sevilla.
Una vez dentro de la Catedral, el paso de palio de la Virgen de la Victoria fue llevado hasta la zona de la Capilla Real, sin entrar en ella, quedándose detenida definitivamente ante la Virgen de los Reyes. El deán de la Catedral, Francisco Ortiz, fue el encargado de recibir a la dolorosa y de pronunciar las oraciones finales del rosario de la aurora.
Tras llegar a la Catedral, la priostía comenzó a trabajar en el montaje del besamanos extraordinario que tiene lugar hasta mañana, martes, en la Parroquia del Sagrario. Después, entre el miércoles y el viernes, será el triduo previo a la misa estacional del sábado, que convertirá a María Santísima de la Victoria en la decimonovena dolorosa sevillana coronada canónicamente.
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